Hace muchos años, un burro llamado Platero me concedió una llave, tres dones y un turbio azul. Después de encontrarme con ratones parlanchines y niñas brujas, me dirigí hacia el Valle de los Lobos. Allí, vagando bajo las estrellas, seguí el rastro brillante del caracol hasta salir del laberinto con tres piedras preciosas. Leyendo diarios de todos los colores, descifré las mentiras y verdades de las palabras envenenadas. Ya cansada, me fui a desayunar croquetas a Júpiter, y me tomé un descanso enviando wasaps. Abrí los ojos y descubrí que ser normal también tenía su arte, pero seguía teniendo la llave en la mano. Acabo de abrir la primera puerta al final de la calle 118. Dentro solo hay un bolígrafo y una hoja en blanco. Por entre los días que nos separan; crezco con mi patria A4.