Cuando, en el verano de 2007, me invitaron a formar parte del equipo de El Templo, no podía imaginar hasta qué punto iba a involucrarme en este proyecto. Pensé que sería la excusa perfecta para dedicar más tiempo a la literatura y desde entonces no he dejado de encontrar otras excusas similares: he colaborado con varias editoriales, he asistido a cursos y he dedicado parte de mi tiempo a hacer de El Templo la revista que me hubiese gustado leer cuando estaba en el instituto. La literatura juvenil se coló en mi vida por una rendija y he acabado abriéndole la puerta de par en par.