«Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo —dijo el Sombrerero—, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!»
Alicia en el País de las Maravillas
El viaje en el tiempo es una quimera inalcanzable tanto como un hecho inevitable. Lee este reportaje hasta el final y habrás viajado unos diez minutos hacia el futuro. De lo contrario, el tiempo se habría detenido para ti como para el pobre sombrerero atrapado para siempre en la hora del té.
El tiempo es, probablemente, uno de los tres grandes temas de la literatura universal junto a sus hermanos la muerte y el amor. Pero lo realmente trágico del tiempo no es que no podamos viajar por él, sino nuestra falta de agencia sobre ese viaje. En otras palabras, solo podemos desplazarnos a una velocidad constante y en una dirección, la que marca la flecha del tiempo: hacia el futuro, hacia el desorden, hacia lo desconocido. Como un viaje en tren sentados en sentido contrario a la marcha: solo podemos ver lo que dejamos atrás.
La literatura sobre viajes en el tiempo lleva décadas imaginando la posibilidad de acelerar ese viaje, saltarnos tramos enteros del recorrido e incluso invertir su sentido. Lo ha hecho en todos los géneros, pero especialmente desde la ficción especulativa (fantasía, ciencia ficción y narrativa histórica). Tan pronto como en 1895 H. G. Wells publicaba La máquina del tiempo, la primera novela canónica sobre viajes en el tiempo; claro que el español Enrique Gaspar y Rimbau se le había adelantado ocho años al publicar El anacronópete en 1887. Si bien existe cierto consenso en que estas son las primeras apariciones de algo parecido a una máquina del tiempo, el origen del viaje en el tiempo como concepto no está tan claro, y hay fuentes que lo rastrean hasta tan pronto como el siglo VIII.
No obstante, este no pretende ser un repaso exhaustivo de la historia de la literatura sobre viajes en el tiempo, sino un recorrido no cronológico (como no podía ser de otra forma) por su huella en la literatura juvenil reciente. Así que abróchate el cinturón y pon tu asiento en posición vertical, porque despegamos hacia el futuro.
Un último aviso: tratar una materia tan compleja puede implicar algún pequeño spoiler, nada muy grave. Si lees el título de algún libro al que quieras llegar a ciegas, quizá deberías saltar en el tiempo hasta el siguiente párrafo. ¡Que no se diga que no te hemos avisado!
Instrucciones para viajar en el tiempo
Antes incluso de entrar en paradojas, líneas temporales, bucles recursivos y toda la colección de términos pseudocientíficos que no pueden faltar en una buena historia de viajes en el tiempo, un elemento crucial para que exista ese viaje es un vehículo (literal o figurado) que lo haga posible. La huella de H. G. Wells es profunda, y el tropo más habitual es, precisamente, el de la proverbial máquina del tiempo. A veces no hay que estrujarse mucho la cabeza.
Así ocurre en Cruzada en Jeans (Thea Beckman, 1973), donde Rudolf Hefting se ofrece voluntario para probar una máquina de nueva invención y acaba atrapado en la Edad Media. Allí conocerá a un joven Leonardo Fibonacci y participará en la Cruzada Infantil de 1212. Con cierto sabor a Un yanqui en la corte del rey Arturo (Mark Twain, 1889), este tipo de novelas no están tan interesadas en el aspecto científico del viaje como en la posibilidad de explorar otros periodos históricos desde una mirada contemporánea.
Sobre la máquina del tiempo se han propuesto muchas variaciones, y diríamos que las más interesantes son aquellas que imponen algún tipo de restricción sobre su funcionamiento. En Harry Potter y el Prisionero de Azkaban (J. K. Rowling, 1999) los alumnos de Hogwarts pueden asistir a varias clases a la vez utilizando el giratiempo, un artefacto mágico que permite a su portador retroceder en el tiempo tan solo unas horas (y que a buen seguro habría sido de utilidad a su autora para evitar más de una metedura de pata). Aunque quizás nuestra mecánica favorita sea la que presenta la saga Ulysses Moore (Pierdomenico Baccalario, 2004-2016), todo un derroche de imaginación del que en España solo se han publicado 16 de sus 18 entregas (¡estábamos tan cerca!). En la primera de ellas, La puerta del tiempo, descubrimos que las titulares puertas conectan nuestro presente con lugares reales e imaginarios repartidos por toda la historia, pero solo pueden regresar del viaje tantas personas como hayan atravesado el umbral en primer lugar. Traer a alguien a nuestro tiempo implica, necesariamente, dejar a alguien atrás.
La imagen de la puerta, del umbral que separa el aquí del allí, el entonces del ahora, es un clásico de la fantasía de portales y una imagen recurrente para representar el paso a otro mundo o a otro tiempo. Laura Gallego decidió combinar ambas posibilidades en El libro de los portales (2013). La novela se ambienta en el país de Darusia, donde los pintores de la Academia son capaces de dibujar portales que conectan lugares lejanos utilizando un pigmento granate extraído de la bodarita, un mineral de propiedades mágicas. El descubrimiento de un pigmento análogo de color azul permite conectar puntos separados en el tiempo, y la combinación de ambos pigmentos… puede tener resultados asombrosos. Patricia García-Rojo dio su propio giro al concepto de portal con Lobo: el camino de la venganza (2014), que sigue el ejemplo de Super Mario 64 (Shigeru Miyamoto, 1996) al conceder a sus «salteadores» la facultad de adentrarse en los cuadros, viajando a los mundos y épocas que estos representan para encontrar objetos de valor
En otras ocasiones, viajar en el tiempo no es tan sencillo como utilizar un artefacto o portal, sino que se manifiesta como una suerte de poder mágico ligado al viajante. En la saga Rubí (Kerstin Gier, 2009-2010) Gwendolyn Sheperd comienza a saltar en el tiempo de forma descontrolada para luego descubrir que ha heredado de su familia el gen del viaje en el tiempo. Eso sí, al usar el artefacto llamado «cronógrafo» es capaz de tomar el control, hasta cierto punto, de los saltos temporales.
Claro que a veces, para viajar en el tiempo, ¡basta con coger el metro! En Una última parada (Casey McQuinston, 2021) August se enamora de Jane en un vagón de metro, pero resulta que su crush es una viajera en el tiempo de los años 70 que está atrapada en la línea Q sin posibilidad de abandonarla. Con esta premisa, ¡no sabríamos decirte si es una novela romántica o de terror!
Viajar en el tiempo… sin viajar en el tiempo
Si en los ejemplos expuestos hasta ahora el viaje en el tiempo era cosa de magia, muchas otras novelas demuestran que la materia también puede ser cosa de ciencia. En la introducción de este reportaje decíamos que viajamos por el tiempo a una velocidad constante aunque, con la ciencia en la mano, esto no es del todo cierto. Las teorías de la relatividad Especial y General de Albert Einstein demostraron, entre otras cosas, que ni el espacio ni el tiempo son absolutos, sino relativos al observador en función de variables como su posición y velocidad, y que ambos forman parte de un mismo tejido que puede curvarse en presencia de cuerpos con una masa muy grande. No vamos a intentar demostrarlo con fórmulas (nosotros tampoco las entendemos), pero las novelas de ciencia ficción han sabido narrar las consecuencias de estos descubrimientos de forma que podamos comprenderlas, aunque sea a costa de interpretarlas libremente. Por ejemplo: al desplazarse a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo parece dilatarse. De este modo, si fuéramos en una nave espacial a esta velocidad, percibiríamos que el tiempo fuera de ella pasa más rápido, y por lo tanto podríamos «viajar» hacia el futuro, al menos en teoría, aunque sin forma de regresar. Así ocurre en los viajes interplanetarios de la saga El juego de Ender (Orson Scott Card, 1985-2022). En literatura fantástica encontramos interpretaciones algo menos científicas y mundos paralelos donde el tiempo transcurre a una velocidad distinta del nuestro, de modo que al saltar entre ellos tenemos la impresión de haber viajado en el tiempo. Cuando los protagonistas de Las Crónicas de Narnia (C. S. Lewis, 1950-1956) o La historia interminable (Michael Ende, 1979) regresan al «mundo real» tras haber pasado meses (o incluso años) en Narnia y Fantasia descubren que aquí vuelven a ser niños de nuevo o apenas han estado ausentes unas horas.
Madeleine L’Engle optaba por una aproximación aún más compleja en su saga El quinteto del tiempo (1962-1989), que probablemente conozcas mejor por el título de su primera entrega, Una arruga en el tiempo. Sus personajes viajan por el tiempo a través de la quinta dimensión. Es un concepto muy complejo, así que vamos a marcarnos un Cristopher Nolan y sobresimplificarlo para hacerlo comprensible:
Mira con atención las imágenes de arriba. Ambas representan una esfera dentro de un cuadrado, a la izquierda en dos dimensiones y a la derecha en tres. En un mundo bidimensional no podríamos sacar la esfera de dentro del cuadrado, puesto que es una figura completamente cerrada. Sin embargo, en nuestro mundo en tres dimensiones, sería tan sencillo como levantar la esfera por encima del cuadrado utilizando la tercera dimensión. Del mismo modo, si pudiéramos acceder a una hipotética cuarta o quinta dimensión, podríamos viajar por el espacio-tiempo de formas que en nuestras limitadas tres dimensiones no parecen posibles.
Puestos a viajar de formas poco convencionales, ni siquiera hace falta moverse de nuestro presente para trascender las fronteras del tiempo. Una forma popular de hacerlo es a través de visiones del futuro que nos permiten anticipar lo que va a ocurrir o recuerdos que nos transportan al pasado sin estar realmente allí ni poder intervenir en él. Así ocurre en Canción de navidad (Charles Dickens, 1843), donde tres espíritus muestran al avaro Ebenezer Scrooge su pasado, presente y futuro para que pueda recapacitar sobre sus actos y cambiar su devenir. Si él revive su propio pasado, Leigh, la protagonista de El asombroso color del después (Emily X. R. Pan, 2018), accede a recuerdos de su madre fallecida quemando unas varas de incienso mágico. En cambio, en Tú & yo, aquí y ahora (Jay Asher, Carolyn Mackler, 2011), es la información proveniente del futuro la que llega hasta el presente de Emma y Josh, dos adolescentes de 1996 que consiguen acceso a su propia página de Facebook quince años antes de que esta exista.
Las consecuencias de viajar en el tiempo
Supongamos que ya hemos conseguido viajar en el tiempo utilizando nuestro método favorito, concretamente hacia el pasado. Y supongamos también que nuestra línea temporal es única y no existen otras líneas paralelas. ¿Podríamos entonces cambiar nuestro propio pasado? Si lo intentáramos, nos encontraríamos en una situación muy desagradable: habríamos creado una paradoja. El ejemplo de paradoja temporal por antonomasia es la conocida como «paradoja del abuelo». Si viajáramos al pasado y matáramos a nuestro propio abuelo antes de que tuviera descendencia, nosotros no habríamos podido nacer, y por lo tanto no habríamos podido viajar al pasado ni matar a nuestro abuelo. Pero si no hubiéramos podido matar a nuestro abuelo, entonces sí que habríamos nacido, y por lo tanto habríamos podido viajar al pasado para matar a nuestro abuelo, impidiendo así nuestro nacimiento… ¡vaya lío! Así son las paradojas: un supuesto imposible de resolver del que se deduce que A) los viajes en el tiempo no son posibles si solo existe una única línea temporal o B) de poder viajar en el tiempo, no podríamos cambiar nuestro pasado.
Este último supuesto es el que se conoce como principio de autoconsistencia de Nóvikov. Tal y como lo enunció el astrofísico ruso Ígor Nóvikov, este principio dicta que es imposible cambiar el pasado y producir una paradoja, puesto que cualquier cosa que podamos hacer en el pasado ya ha sucedido. Una historia que sigue a pies juntillas este principio es Harry Potter y el prisionero de Azkaban, en la que Harry cree haber sido salvado por el patronus de su padre y retrocede en el tiempo utilizando un giratiempo para reunirse con él. Al llegar allí descubre que su padre está ausente, y que el patronus que había visto era el suyo propio desde el principio. Harry no pudo hacer otra cosa que lo que ya había sucedido. Esto es lo que se conoce como «retrocausalidad»: un evento del pasado ha sido provocado por una acción del futuro. ¿Ya tienes el cerebro a punto de explotar? Pues espera a leer esto: si se cumple el principio de autoconsistencia, eso implicaría que el universo es determinista, nuestras acciones ya están escritas y, por lo tanto, no existe el libre albedrío. Por el momento, vamos a evitar pensar en las implicaciones filosóficas que esta afirmación tiene para el pobre Harry…
Una manera de sortear las paradojas temporales y concedernos libre albedrío es concebir el tiempo no como una única línea temporal, sino como múltiples líneas temporales paralelas que pueden ramificarse. Así, cada vez que viajáramos al pasado estaríamos creando una nueva línea temporal distinta a la de origen, lo que permitiría alterar nuestro pasado sin vernos envueltos en una embarazosa paradoja. Después, según el método que hayamos escogido para viajar, podremos regresar al presente de nuestra línea temporal original, donde nada habrá cambiado, o al de la nueva línea temporal que acabamos de crear, donde las consecuencias de nuestros actos pueden ser inimaginables. Algunas novelas plantean conscientemente un sistema de varias líneas temporales, mientras que otras no llegan a cuestionarse esta posibilidad, y prefieren ignorar deliberadamente sus propias paradojas. Estas historias funcionan… siempre y cuando no te lo pienses mucho. Aunque puedes hacer como nosotros e imaginar, sin pedir permiso a la novela, que estamos ante un escenario de varias líneas temporales. Así todo tendrá mucho más sentido.
Taurus: salvar la Tierra (Santiago Díaz, 2021) se marca un Marty McFly con un imaginario de los viajes en el tiempo que bebe mucho del cine en general y de Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985) en particular. Ambientada en un 2122 donde la humanidad vive en el planeta Taurus tras la destrucción de la Tierra por un meteorito, un inventor crea una máquina del tiempo que les permite «robar» comida del pasado para evitar la escasez. Pero los problemas llegan cuando los protagonistas traen del pasado a un humano y su pollo parlante, y tratan de devolverlo a su tiempo con el conocimiento suficiente para evitar la destrucción de la Tierra. Algo similar ocurre en El círculo de fuego (Marianne Curley, 2000), donde una adolescente con poderes mágicos, nieta de una bruja, viaja al pasado para impedir que un brujo malvado lance una maldición sobre los antepasados de su amigo y así cambiar su destino. En la serie de cómics Paper Girls (Brian K. Vaughan, Cliff Chiang, 2015-2019) todo se complica mucho más cuando un grupo de chicas adolescentes de los ochenta viaja accidentalmente en el tiempo en pleno reparto del periódico. A lo largo de la serie viajan por muchas épocas de su pasado y su futuro alterándolas en el proceso, y son perseguidas por una facción de una guerra temporal que busca restaurar la línea original dando caza a los viajeros en el tiempo. Aunque su planteamiento está en el extremo más alejado del principio de autoconsistencia, las protagonistas interactúan en varias ocasiones con sus versiones del pasado, desencadenando los eventos que las llevarán a establecer ese contacto en el futuro. Se trata de pequeños bucles retrocausales dentro de una dinámica temporal que, por lo general, no suele mantener este tipo de consistencia.
Mención aparte merece Harry Potter y el legado maldito (J. K. Rowling, John Tiffany, Jack Thorne, 2016), la infame obra de teatro que continúa la saga tirando por la ventana el principio de autoconsistencia. En esta ocasión, y tras la destrucción de todos los giratiempos conocidos en la batalla del Departamento de Misterios, se descubre un giratiempo muy particular que permite retroceder en el tiempo no solo unas horas, sino años enteros. Parece ser que, en este universo, el principio de Nóvikov solo se aplica en las distancias cortas, por lo que sí es posible alterar el pasado al retroceder con este nuevo artefacto. Podéis imaginaros qué ocurre cuando cae en malas manos…
La mala noticia es que esta octava historia del niño mago cae en todos los lugares comunes de los viajes en el tiempo sin proponer nada particularmente novedoso. La buena es que devuelve a Harry y sus amigos el tan ansiado libre albedrío. Y hablando de libre albedrío…
Los hilos del tiempo
La idea de que nuestro destino está escrito desde nuestro nacimiento está presente en muchas culturas desde sus mitos fundacionales. Las personificaciones del destino en la mitología griega son las tres deidades llamadas Moiras: Cloto, que teje el hilo de nuestra vida en el momento de nuestro nacimiento; Láquesis, que lo mide y determina su longitud, y Átropos, que lo corta para marcar nuestra muerte. Sus homólogas romanas son las Parcas: Nona, Décima y Morta, mientras que en la mitología nórdica se habla de las Nornas: Urðr, Verðandi y Skuld.
La idea del tiempo como hebras que se han de tejer en un hilo perdura en la literatura fantástica, aunque esta imagen no siempre está ligada a la inevitabilidad del destino y es particularmente poderosa para tratar la manipulación del tiempo. En La cuerda del tiempo (Peter Dickinson, 2001) es posible cambiar el pasado inmediato reorganizando el tejido mismo del tiempo:
«El tiempo está constituido por millones de hebras retorcidas que se sostienen unas a otras. La cuerda nos deja mirar hacia atrás, pero no hacia delante, donde existe una especie de niebla que se prolonga hasta el infinito. […] Cuando regresé anoche, durante solo dos o tres minutos, jugueteé con una hebra y os rescaté a los tres del fuego. Así de simple.»
Si en este ejemplo existe una única cuerda del tiempo, en Así se pierde la guerra del tiempo (Amal El-Mohtar, Max Gladstone, 2019), nuestra última recomendación «no solo para adultos», este tejido está conformado por múltiples hilos que representan líneas temporales paralelas muy distintas entre sí. A lo largo de la novela, Roja y Azul, dos agentes enemigas en una guerra temporal, se desplazan por el tiempo “hilo arriba” e “hilo abajo” intercambiando cartas en un apasionante y complejo romance epistolar intertemporal. De lo más original que leerás sobre esta materia.
Bucles temporales
Dejamos para el final nuestro tropo favorito de la ficción de viajes en el tiempo, un supuesto que también nos ahorra lidiar con esas molestas paradojas: los bucles temporales. Si mencionamos el Día de la Marmota de la película Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993), probablemente sepas de qué estamos hablando: el clásico día que se repite una y otra vez, volviendo siempre al mismo punto de partida. En este tipo de historias, nuestros protagonistas reviven en bucle un mismo periodo de tiempo, y normalmente son los únicos que conservan el recuerdo de una repetición de la que nadie más parece darse cuenta. Su objetivo suele ser encontrar la forma de romper el bucle obteniendo nueva información en cada iteración del mismo y aprendiendo una valiosa lección en el camino.
En Si no despierto (Lauren Oliver, 2010) Samantha se ve atrapada en un bucle temporal tras morir en un accidente de coche, y la lo largo de la novela repite hasta siete veces ese ultimo día de su vida en el intento de encontrar la forma de salvarse. La muerte, de hecho, es el detonador por excelencia de los bucles temporales, como si se tratara de un videojuego que vuelve a comenzar tras perder la partida. En Tú, siempre, todavía (Justin A. Reynolds, 2019) Jake se enamora de Kate durante una fiesta, pero ella muere seis meses después de forma repentina. En este momento, y cada vez que ella muera, la vida de Jack volverá al instante en que la conoció en aquella fiesta, dándole una nueva oportunidad para tratar de salvarla.
Otros bucles temporales no afectan al universo entero sino solo a una región concreta del espacio. Que se lo digan a los niños peculiares de la saga Miss Peregrine (Ransom Riggs, 2011-2022), cuyo hogar se sitúa dentro de uno de los lugares escondidos a lo largo del mundo donde el tiempo se reinicia cada día. Mientras el resto del mundo continúa hacia el futuro, ellos regresan al inicio del día, ocultos a los ojos de la sociedad donde nadie puede encontrarlos: fuera del tiempo.
El fin del viaje
Si has llegado hasta aquí, ¡bienvenido al futuro! ¿Cómo ha ido el viaje? Lamentamos informar que tu tarifa no incluye billete de vuelta. Esperamos que hayas tenido una travesía placentera y esperamos tenerte de nuevo a bordo. De hecho, si así lo deseas, es tan sencillo como pinchar en el título de cualquiera de las novelas que hemos mencionado para leer la reseña que los miembros de nuestra tripulación escribieron en el momento de su publicación. ¡Será como regresar al pasado! Solo te pedimos que tengas cuidado, no toques nada y, si te encuentras con tu abuelo… ¡ni se te ocurra matarlo!