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Entrevista a...

Mónica Rodríguez

El Templo #52 (junio 2016)
Por Nerea Marco
19.099 lecturas

Mónica Rodríguez empezó a publicar libros para niños y jóvenes en 2003 y desde entonces no ha parado. Es uno de los nombres habituales entre los ganadores de los premios literarios españoles y seguro que te suena porque este año se ha hecho con el Premio Anaya y el Alandar. En esta entrevista nos habla de esos premios, de los argumentos de sus últimos libros y de qué quería transmitir con ellos.

Esta, la vida es una novela que has escrito a cuatro manos con Gonzalo Moure. Los capítulos, que se alternan durante la narración, nos cuentan la historia de una leopardo y un impala, cazador y cazado. Además, llaman la atención detalles como que la última palabra de cada capítulo sea la primera del siguiente, o que un animal esté narrado en primera persona y otro en tercera persona. ¿Cómo surgió la idea y cómo os coordinasteis para desarrollarla?

La idea surgió a partir de un documental que vi donde un leopardo macho y joven adopta una cría de babuino que muere de frío durante la noche. Me pregunté qué pasaría si en lugar de macho fuera una hembra que había perdido a sus crías. Cuando tenía escrito el primer borrador, se lo enseñé a Gonzalo y él me pidió alternar mi texto con otro suyo, paralelo y convergente al mismo tiempo: la visión del herbívoro, del cazado. Un texto que completaba el libro, ofreciendo esa doble mirada sobre el mundo, carnívoro-herbívoro, cazador-cazado, y, claro, me pareció una idea fantástica.

Escribir con Gonzalo ha sido una experiencia hermosa, llena de aprendizaje. En ningún momento pretendimos humanizar a los animales. El reto era ese, contar desde su piel, desde su animalidad y su percepción. En este sentido, el propio pulso de la narración pedía que el leopardo, que es un animal muy inteligente y solitario, narrase en primera persona, mientras que el impala, un animal gregario, sin posiblemente esa individualidad e inteligencia del leopardo, exigía la tercera persona. Respecto al encadenamiento de los capítulos con una palabra es una técnica que utiliza Gonzalo en muchos de sus libros. En esta novela, además, servía de puente entre ambas voces narrativas, uniéndolas en ese espacio global que es la sabana, la vida. La verdad es que nos sorprendimos cuando, una vez escrito el libro, después de un largo trabajo de ajuste temporal, espacial y narrativo, descubrimos las palabras puente que habíamos utilizado y que se mostraban en el índice. Son palabras fuertes, bellas, la esencia de la vida y de la muerte.

En otra de tus novelas, El naranjo que se murió de tristeza, también encontramos ese juego en la narración: la trama que se sitúa en el presente está narrada en primera persona y la del pasado en tercera, todo ello bajo la atenta y silenciosa mirada del naranjo. ¿En qué te inspiraste para narrar esta novela? ¿Existe de verdad el naranjo de la calle del Mediodía?

El naranjo que se murió de tristeza está basado en una anécdota de la familia de mi marido. Durante la postguerra, dos tíos abuelos suyos fueron encarcelados por sus ideas políticas en Pola de Siero. Uno de ellos era Falo Moro, vividor y compositor, entre otras muchas canciones, del himno del Real Oviedo y del Sporting de Gijón. Durante su encierro en la prisión, los sacaban a barrer las calles y Falo lo hacía contento, cantando, disfrutando de aquel rato de aire fresco, mientras que su hermano lo hacía cabizbajo, humillado y dolido por la injusticia del encarcelamiento y del castigo. Me pareció una imagen poderosa y me quedé pensando en cómo las personas actuamos de modo tan diferente en las mismas circunstancias. Después me pregunté cuál de los dos hombres me gustaba más y decidí llevar esta situación al extremo. De ahí nace el libro. Coincidió además con la lectura de un artículo sobre los recolectores de naranjas en la postguerra. Leyendo sobre este tema, me encontré el virus de la tristeza, que es un virus que afecta a los cítricos, debilitándolos poco a poco hasta su devastación completa y su muerte. Una metáfora perfecta que podía servir como hilo conductor de la historia. Ya estaban todos los ingredientes, ya solo era ponerme a escribir. Pero no fue fácil. Escribí tres versiones de la novela antes de alcanzar la definitiva donde introduje esos saltos temporales que me permitieron, además, enfrentar esta historia a la de una joven, Alicia, que no acepta la separación de sus padres. Porque en realidad de lo que hablo en este libro es de cómo nos enfrentamos a esas realidades de la vida que no nos gustan y que no está en nuestras manos cambiarlas. El naranjo de la calle Mediodía no existe, pero me pareció bonito que las dos historias, la del pasado y la del presente, confluyeran en ese árbol, un árbol-refugio, un árbol que esconde en su savia las historias que ha visto, que muere de tristeza, pero que deja semillas para volver a nacer, porque, al fin y al cabo, así es la vida.

 

En 2016 has publicado cuatro libros: Alma y la isla, Trumpet, El asombroso legado de Daniel Kurka (o el secreto de Nikola Tesla) y La partitura. Háblanos un poco de estos cuatro libros.

Alma y la isla es un libro que narra la relación entre Alma, una niña llegada del mar a una isla europea, después de una larga travesía en la que lo ha perdido todo, y Otto, el hijo menor de la familia de pescadores que la acoge. Es una relación difícil porque Otto, a pesar de que conoce la realidad tan dura de esa niña, no la acepta. Le quita su habitación, la atención de sus padres. A medida que avanza el libro la relación se va transformando. El escenario de fondo es el drama de la inmigración, pero el libro habla de la relación entre dos niños y está basado en una experiencia familiar. Sufrí mucho escribiendo este libro porque leí muchos testimonios de niños y niñas que, como Alma, habían emprendido esos largos viajes, donde lo arriesgan todo, hasta la vida, para tratar de alcanzar un futuro digno, una vida como la nuestra. Ahora el libro me está dando muchas alegrías, muchos regalos.

Trumpet es una de mis novelas preferidas. Es un homenaje a Malik Yaqub, que tocaba el saxofón en las calles de Madrid y que fue considerado uno de los mejores saxofonistas del mundo. El libro narra la transformación de un niño al escuchar la música de blues que un músico callejero, un anciano negro, toca con su trompeta. También en este libro hay una doble narración, la del pasado de Malik para comprender cómo siendo considerado uno de los mejores trompetistas llega a decidir no volver a tocar en un escenario y hacerlo solo en la calle, y la del presente, donde se narra la transformación del niño a través de su música y la relación entre él y el trompetista. A pesar de que el nombre del músico es Malik, todo lo narrado es pura ficción y nada tiene que ver con el artista Malik Yaqub que lo ha inspirado. Quise mantenerlo no solo como un homenaje, sino porque Malik significa «El rey» y me parecía que llenaba de significado al músico callejero, dueño de su libertad.

El asombroso legado de Daniel Kurka (o el secreto de Nikola Tesla) es un libro que me llevó dos años escribir porque ha requerido de una profunda tarea de documentación. Es el primer libro de aventuras, de espías y misterio que escribo. Todo gira en torno a Nikola Tesla, uno de los personajes históricos más interesantes. Fue uno de los más grandes inventores de todos los tiempos, contemporáneo de Edison, con el que trabajó a su llegada a Nueva York y con el que tuvo algunas disputas como la famosa guerra de las corrientes, que ganó Nikola. Tesla es el padre de la tecnología moderna, la modernidad está basada en muchos de sus inventos y, sin embargo, cayó en el ostracismo. En él se reunía la maravilla del genio (su capacidad de imaginación era asombrosa) y la del loco. Tenía manías obsesivo-compulsivas, como temer a los microbios, hacer las cosas en múltiplos de tres y odiar los pendientes de perlas. Los últimos diez años de su vida vivió en el hotel New Yorker. En varias ocasiones anunció a los medios nuevos inventos como el rayo de la muerte, que nunca llevaría a cabo por falta de credibilidad y de financiación. Sin embargo, cuando murió, el 7 de enero de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, los primeros en entrar en su habitación del hotel y requisar todos sus papeles fue el FBI. En mi libro, aprovecho todas estas circunstancias para involucrar a un niño, Daniel Kurka, yugoslavo, de doce años, embarcado a Nueva York para escapar de la guerra, en una trepidante historia de espías a causa de los papeles de Tesla. Muchos personajes y datos son reales, como el barco en el que viaja Daniel Kurka, el Serpa Pinto, un barco portugués que llevó a muchos niños refugiados de la guerra española y niños judíos a Nueva York bajo los auspicios de los cuáqueros. Estos apasionantes descubrimientos hicieron que el libro fuera tomando derroteros insospechados. Podría haber escrito dos o tres novelas.

La partitura es una novela en la que se traslada al lector la pregunta que le hace Marta a su novio, a través de una crónica escrita sobre lo sucedido años atrás, cuando muere un anciano de la residencia donde trabajaba, confundiéndola con la mujer de su vida, Sayá. A través del diario, la carta y una partitura que le entrega el anciano, Marta descubre que había sido un compositor obsesionado por una alumna excepcional, Sayá. El libro lleva acompañándome muchos años. Lo he trabajado mucho y ha tomado distintas formas hasta su estado actual. En él no solo se plantea la pregunta final de Marta, sino que deja en el aire muchas otras cuestiones relacionadas con el arte. ¿A quién pertenece una obra de arte? ¿Quién tiene derecho a decidir si una obra de arte merece la pena? ¿Hasta dónde podemos llegar para conseguir transformar a alguien en un verdadero artista? Preguntas que creo pueden interesar a un público tanto joven como adulto.

¿Cómo es tu proceso de escritura y cuánto tardas en escribir un libro?

En general soy muy disciplinada. A las nueve de la mañana me siento en el ordenador para escribir y documentarme. Dedico muchas horas a corregir lo que ya he redactado, porque quizá la mayor parte del oficio del escritor es corregir o reescribir lo que se ha escrito antes. Procuro trabajar hasta las dos y media o tres. También en ocasiones escribo un rato por la tarde, de manera que dedico en total unas cinco o seis horas diarias. Soy lenta, pero como dedico muchas horas, me cunde.

Cuando empiezo una historia normalmente tengo una dirección hacia la que ir, pero no sé todo lo que va a pasar en el libro. A medida que voy escribiendo, yo misma voy descubriendo la historia y a veces llega incluso a sorprenderme lo que escribo.

Cada libro requiere su tiempo. A veces escribo en un mes una novela y otras tardo dos años. Depende de si la historia avanza, si requiere mucha documentación, si es corta o es extensa, etc.

 

En Alma y la isla, galardonada con el Premio Anaya, abordas un tema difícil de actualidad: los refugiados y los inmigrantes. ¿Crees que la literatura infantil y juvenil debe usarse más para acercar la realidad a los niños?

Por supuesto. La ficción literaria es el instrumento más potente para ayudarnos a reflexionar sobre la realidad. A través de ella podemos conocerla, modificarla, reinventarla, experimentar, manteniéndonos a salvo. La reflexión es, además, una herramienta poderosa para ayudarnos a vivir con justicia, con libertad y dignidad y por tanto debemos entrenarla desde niños y leer —leer de todo— nos ayuda a potenciarla.

La partitura ha ganado el XIV Premio Alandar, el premio que otorga la editorial Edelvives a una novela juvenil. Y, sin embargo, sus protagonistas no son adolescentes. ¿Por qué te pareció apropiado para el público juvenil? ¿Qué te ha llevado a escribir siempre para niños y jóvenes?

Creo que la novela lanza preguntas interesantes tanto para un público juvenil como adulto. Ahondar en el alma atormentada de un creador, en la propiedad de las obras de arte, en las razones del maltrato o las diferentes miradas de los personajes son asuntos que pueden interesar a cualquier joven. Cuando escribo existe un lector imaginario, abstracto, que posiblemente sea yo, y que a veces toma edades distintas y otras muchas no. Con esto quiero decir que a veces no tengo claro a quién van dirigidos mis libros, aunque tomen forma de libro infantil. De hecho, tengo muchos libros inclasificables en mi carpeta del ordenador. Lo que sí tengo claro es que me interesa mucho la visión de los niños y de los adolescentes sobre el mundo, por eso recurro muchas veces a ellos.

El Premio Anaya no es el único premio que has obtenido a lo largo de tu carrera. White Raven, Alandar, Lista CCEI, Premio Ala Delta, Premio Villa de Ibi, etcétera. ¿Qué ventajas tiene enviar un libro a premio frente a, simplemente, mandárselo a tus editores?

Tiene muchas ventajas. En primer lugar te aseguras que lo van a leer en un período de tiempo con fecha definida (lo que no ocurre cuando envías originales a los editores directamente). En segundo lugar, puedes no ganar pero tu original puede interesarles para su publicación. Este fue el modo en el que empecé a publicar en diferentes editoriales de las que no tenía contacto alguno. Y en tercer lugar, si ganas, que a veces, cuando el texto tiene calidad y se reúnen las circunstancias apropiadas, ocurre, el premio supone un lanzamiento mayor del libro, un adelanto de derechos de autor que permite sobrevivir algunos meses y el reconocimiento a esa labor tan solitaria, hermosa y a veces también ingrata que es la escritura.

 

¿Qué consejo darías a un joven escritor que quiere presentarse por primera vez a un premio?

Que escriba sin pensar en ganar ningún premio. Ni tan siquiera en publicar. Leer, releer, corregir. Como dice mi hermano Julio, que es un grandísimo poeta: «Escribe como si nadie fuera a leerte y corrige como si todo el mundo fuera a leerte». Y, por supuesto, a la hora de presentarlo, cuidar mucho el inicio (a veces los lectores solo con las primeras páginas clasifican ya a los libros), la puntuación, la ortografía, la encuadernación. No recibimos igual algo agradable a los ojos, que algo incómodo o que nos cuesta leer.

En los últimos meses has tenido encuentros con lectores en diferentes lugares de España. ¿Tienes alguna anécdota o experiencia que te apetezca compartir con nosotros?

Podría contar muchos detalles de las conversaciones sobre literatura que mantengo con los chavales, a veces, de una altura sorprendente. De las conclusiones que extraen de los libros, que trascienden en muchas ocasiones mis intenciones, o los regalos que hacen alrededor de los libros, esculturas, dibujos, haikus…, de los recibimientos, las despedidas, el maravilloso trabajo de muchos profesores. El otro día, por ejemplo, en un colegio de Gijón, cuando les pregunté a los niños de sexto de primaria qué ocurriría si no existiese la literatura en el mundo, un niño levantó inmediatamente la mano y dijo: «Si no existiese la literatura, mi mundo se derrumbaría por completo». O en otro colegio, en Madrid, un niño dijo: «Si no existiese la literatura, se inventaría». Y creo que es justamente así, porque la literatura es una necesidad del hombre. Los chicos muchas veces alcanzan pensamientos muy profundos de una manera intuitiva y directa y es fascinante dialogar con ellos. Se aprende mucho.

Hemos leído que estudiaste Ciencias Físicas y que tienes un máster en Energía Nuclear. Seguro que te han hecho la típica pregunta de «¿qué prefieres, ciencias o letras?». Por eso, nosotros te preguntamos: ¿ya tenías pasión por la escritura cuando estudiabas?

Claro, yo siempre fui una apasionada de la lectura. Creo que alguien que escribe no podría hacerlo si no fuera un lector apasionado. Como decía el escritor mejicano Carlos Fuentes: «Tienes que amar la lectura para poder ser un buen escritor, porque escribir no empieza contigo». Y mientras estudiaba ciencias, leía letras y también las escribía. Al principio poesía, después cuento y finalmente novelas. En realidad la separación en ciencias y letras es un artificio, somos seres complejos y contradictorios y en nosotros reside todo.

 

También hemos podido averiguar que en 1998, cuando viajabas, cayeron dos rayos en el avión en el que ibas. ¿Todavía le tienes un poco de miedo o hasta eso se puede superar?

Claro que se puede superar, no tengo ninguna duda. Pero yo todavía no lo he superado del todo. Este año hice un viaje a la India, seis aviones, y bueno, hay pastillas que ayudan con la ansiedad. Aunque es cierto que en algunos de los vuelos ni siquiera las necesité. Sin embargo, ahora que me voy a La Coruña, tomo el tren en lugar del avión. En cualquier caso es sorprendente cómo funciona nuestro cerebro. La separación entre la parte racional y emocional, a veces en posiciones contradictorias. La verdadera enseñanza al sobrevivir a la caída de los dos rayos en el avión es que los aviones son muy seguros, pues, en definitiva, no pasó nada. Y sin embargo, mi parte emocional solo recuerda la impresión de saber que iba a morir en aquel avión, junto a mi padre y a mi hermano (impresión, que como se ve, fue errónea). Y qué curioso, en ese momento pensé que no quería morir, que no podía, que aún tenía que escribir mucho y tener hijos y viajar. Escribir de alguna manera me justificaba ante esa muerte prematura e injusta. Lo pienso ahora, dieciocho años después, y me sorprende lo importante que era ya para mí, sin que yo fuera consciente de ello. Lo más bonito es que, desde entonces, he escrito mucho, he tenido tres hijas y viajo cuando puedo.

Para finalizar la entrevista, ¿puedes contarnos algo de tu próximo libro? ¿Estás escribiendo algo en este momento?

Acabo de terminar una novela larga. ¿Juvenil? Posiblemente. No quiero dar muchos datos porque está en fase de hibernación y lectura por algunos amigos para su corrección final y, si creo que merece la pena, la enviaré a un concurso. Ahora tengo un par de ideas de novelas infantiles (o no, a medida que escribo puede variar). Me apetece algo de humor trasgresor, imagino que para compensar toda la carga emocional que he puesto en esta última novela.