El nombre de María Menéndez-Ponte suena a muchas cosas: a lecturas en clase, a protagonistas «como nosotros», a nata-fresa, a paisajes de nuestra tierra... Pero, sobre todo, suena a LIJ. Entrevistamos a una de las autoras más prolíficas a nivel nacional y descubrimos de paso uno de sus secretos, la dedicación, porque nos respondió en tiempo récord.
Cuando nos asomamos al conjunto de tu obra nos surgen dos emociones: admiración y vértigo. Tu extensa bibliografía, que ya supera los cien títulos, te ha convertido en uno de los nombres más destacados de la LIJ nacional. De hecho, recibiste el Premio Cervantes Chico en 2007. ¿Cómo presentar a María Menéndez-Ponte? Nos apena que vayan a quedarse cosas en el tintero, así que nos gustaría pedirte que empieces tú a hablarnos de «eso» que siempre has querido contar sobre tu carrera profesional y para lo que nunca queda tiempo (o lo que no se pregunta).
Desde muy pequeña me encantaba escuchar historias. Incluso hacía chantaje a todo el mundo para que me contaran cuentos o historias reales: no comía si no me contaban algo, lo que fuera. Siempre he tenido la necesidad de explicarme este mundo tan raro en el que había aterrizado, sin instrucciones bajo el brazo, a través de las historias. Así que, cuando todavía no sabía leer, inventaba cuentos y los representaba fabricando escenarios con los que no me paraba en barras: descolgaba cortinas, cogía muebles de distintas habitaciones, o todos los colchones de la casa para hacer una montaña mágica... También buscaba hadas y duendes por el jardín.
Mi madre no entendía por qué no jugaba con los juguetes, como las otras niñas. Pero yo tenía una imaginación volcánica y las historias crecían como hongos en mi cabeza. Lo mismo que en el colegio. Según empezaba la clase, mi imaginación salía volando por la ventana o me ponía a inventar novelas sobre la vida de cada una de mis compañeras. Mi cabeza no paraba nunca, me volvía loca; a veces deseaba tener un botón para poder detenerla, era como un potro desbocado. Y aprendí muy pronto a leer. Me encantaba. Hasta el punto de que me hacía la enferma para poder seguir leyendo el libro que me tenía atrapada.
El primer cuento lo escribí a los siete años. Lo recuerdo perfectamente, porque iba de una familia de saltimbanquis, como era yo, que recorría el mundo en un carromato dando funciones. Lo primero que publiqué fueron artículos en periódicos de Galicia cuando estaba en la universidad. Ya casada y con mis cuatro hijos, al volver de Nueva York, publiqué un proyecto musical con SM para niños de Infantil en el que cantaron mis hijos pequeños y otras tres niñas amigas de mi hija. Lo recuerdo con mucho cariño. Y cuando estaba en ello, me surgió la oportunidad de publicar siete cuentos también con ellos. Ahí empezó todo.
Desde tus inicios como escritora, has publicado numerosas obras de estilos, formatos y temáticas muy variadas (novelas juveniles, libros de texto de lectura, cuentos, colecciones infantiles...). ¿Cómo te adaptas a los cambios de registro? ¿Tienes alguno favorito?
Es algo que no me cuesta, al contrario. Yo misma me maravillo de haber escrito más de quinientos cuentos, a veces con la misma temática, y que siempre me salgan tan distintos, con ideas nuevas. Tengo una cabeza absolutamente quijotesca.
La novela es mi género preferido por la complejidad que tiene. Me gustan todas las fases, incluso las últimas, de corrección lingüística, donde hay momentos en que te vuelves loca por la colocación de una coma. Pero ver cómo vas ajustando y precisando el lenguaje para que brille el texto me divierte un montón. Es un proceso largo y, por ello, más satisfactorio. En el caso de los cuentos, lo importante es dar con una idea potente y enseguida ves el resultado escrito, te permiten una gran rapidez en la ejecución. Por eso es estupendo poderlos compatibilizar. También he escrito libros diferentes cuya estructura me he inventado, como Empieza la ESO. Sálvese quien pueda (ahora estoy terminando la segunda parte) o Soy una adolescente... Nadie es perfecto o la colección Primos S.A., que llevan trucos de detective, inventos, ilustraciones con actividades, etc., al hilo de la nove- la. O libros de lectura con todo tipo de textos: teatro, poesía... proyectos musicales y hasta una novela gráfica para adultos: El regalo perfecto para mamá. Curiosamente, coincidiendo con su publicación, mi hija se quedó embarazada y tuvo una niña que nació el día de mi cumpleaños (ese era el regalo perfecto).
Siempre has permanecido en el mundo de la literatura infantil y juvenil. Incluso has dedicado un libro, Soy una adolescente... Nadie es perfecto, a los misterios de esta etapa de la vida. ¿Qué te atrae de este público?
La adolescencia es la etapa más compleja del ser humano, llena de retos, donde de pronto te ves abocado a un proceso de transformación constante en tu cuerpo y en tu mente que no eres capaz de controlar. Te ves desbordado por unas hormonas que te provocan cambios de humor muy bruscos a la vez que te sumen en una pereza y un cansancio infinitos. Es también el momento en que asistes perplejo al desarrollo de una sexualidad que no controlas, te enamoras perdidamente y andas todo el día en una nube, sientes unas ganas irrefrenables de comerte el mundo, pero ves que es el mundo quien te engulle a ti. Y esos cambios te desconciertan, te asustan y te provocan mucha inseguridad; estás lleno de miedos, de frustraciones, de insatisfacción. Uno se vuelve muy vulnerable, extremadamente sensible, todo te hiere y te irrita, así que tratas de esconder tu yo más íntimo para que no te hagan daño. Te parapetas tras múltiples barreras que hacen que no te reconozcas a ti mismo y tiendes a buscar el apoyo del grupo de amigos hasta el punto de que sientes que tu personalidad se diluye entre la de ellos. Incluso llegan a hacer cosas que van en contra de sus principios, pero la presión del grupo es tremenda a esa edad.
Por otra parte, tienes que enfrentarte a tus padres para poder ser tú mismo... En fin, que es una etapa que da lugar a múltiples conflictos, que son el meollo de las novelas. Yo he vivido múltiples adolescencias a través de mis cuatro hijos y sus amigos, que venían a menudo a casa y hablaba mucho con ellos, y eso me ha permitido escribir numerosas historias. También charlando en los encuentros con mis lectores. Ellos me hacen partícipe de sus problemas, de sus dudas, de sus experiencias... y para mí es muy enriquecedor. Además, veo el efecto tan grande de autoayuda que tienen sobre ellos mis libros y es enormemente gratificante (hay generaciones que han crecido con mis libros). Se sienten muy identificados con mis personajes, se reconocen en sus historias, en su modo de hablar, de pensar... Me encanta que me digan que tal o cual novela parece que la hubieran escrito ellos, porque eso es que he sabido meterme en su piel.
A través de tu obra, has estado presente en miles de escuelas, porque tus libros siempre han figurado entre los favoritos de los claustros de profesores. ¿Los escritores educan? ¿Deberían?
Claro que los libros educan, forman. Son la única experiencia de vida aparte de la tuya propia. Para mí la literatura fue ese libro de instrucciones que yo notaba que me faltaba para entender este mundo tan extraño en el que había aterrizado sin saber cómo. Los libros te permiten, por un lado, identificarte con personajes en los que te ves reflejado de algún modo, y eso siempre te hace sentirte comprendido, integrado en la sociedad, te das cuenta de que hay un sentimiento de pertenencia, que no eres un bicho raro; y, por otro, te permiten ampliar tu pequeño mundo, entender a otras personas diferentes a ti al penetrar en una realidad distinta a la tuya. Leer desarrolla la inteligencia emocional, tan importante para la vida, y es además el modo más barato de viajar.
Pero el escritor, a mi entender, debe huir de utilizar el libro para tratar de moralizar, las enseñanzas se desprenden solas cuando un libro está bien escrito y hay autenticidad, además el lector va a aprehender aquello que le valga, no el mensaje que tú pretendas darle. Ese tipo de literatura «moralizante» con mensajes en mayúsculas me resulta enervante. Y ya no digamos la políticamente correcta: tratar de venderles a los chavales un mundo de mentira que no existe, el que nos gustaría que fuera y no el que es. Aparte de falso, me parece frustrante para ellos, ya que ven que no se corresponde con el suyo.
Nos encantaría escuchar tu opinión sobre las lecturas obligatorias en el sistema educativo actual.
Es un tema complicado. En principio, la literatura debe ser un acto de libertad, pero es verdad que, dado el mundo digital en que se mueven hoy los chavales y lo mal pensados que están los programas educativos, el profesor se encuentra con que la única manera de que lean tres míseros libros al año es ponerlos de modo obligatorio (uno por trimestre).
Esto tiene la ventaja de que se aseguran esa mínima lectura, pero, a la vez, los chavales perciben el acto de leer como una asignatura más (incluso les hacen examen del libro para comprobar que lo han leído). También es verdad que cuando ese libro les gusta, descubren el placer de leer y ello les conduce a querer leer otros libros. Yo recibo cantidad de correos (antes cartas hasta de tres folios) de lectores que se han enganchado a la lectura a través de mis libros y curiosamente los que más me escriben son esos que hasta ese momento odiaban leer y que de pronto les he despertado una pasión nueva, desconocida para ellos.
Lo ideal sería que la Primaria estuviera planteada de manera que leyeran montones de libros (novelas, libros de conocimiento, teatro, poesía, prensa...) y no en aprender como loros cuatro cosas, muchas veces absurdas y repetitivas, subrayadas en un libro de texto que se olvidan después del examen. Eso crearía un hábito y un interés por la lectura que sería mucho más fácil de mantener en la secundaria y en bachillerato. Yo espero que esa utopía llegue en algún momento, sobre todo teniendo en cuenta que el actual sistema educativo es un auténtico fracaso porque los chavales no saben leer. Quiero ser optimista.
También has sido una figura activa en el mundo académico con las giras y charlas en colegios, ferias, eventos... ¿Qué concluirías después de tantos encuentros con lectores?
El encuentro con los lectores es fundamental por muchas razones, entre otras, porque perciben la literatura de un modo mucho más vivo, más cercano. A mí me han llegado a decir: «Eso que nos has contado cuando has venido a mi colegio o instituto me ha cambiado la vida». Y yo me quedo pensando: «¡Ostras, pues sí que les ha llegado!». Siento mucha responsabilidad, pero a la vez una satisfacción muy grande. Hago unas giras brutales en las que físicamente acabo exhausta, porque soy muy pasional y me entrego a tope en cada encuentro (cuatro o cinco diarios, a veces más). De hecho, los profesores se asombran de la energía que desprendo. Pero, en realidad, son los propios chavales los que me la transmiten al ver el entusiasmo con que han leído mis libros. Me cargan de adrenalina. Hasta el punto de empezar alguna charla enferma, con una gastroenteritis horrible, y, con cada encuentro, ir encontrándome cada vez mejor. Eso sí, al llegar a casa sentía que me moría. Jajaja.
En tus novelas has tratado infinidad de temas delicados: el suicidio (Maldita adolescente), las drogas (Sombras en la noche de San Juan), las bandas nazis (Nunca seré tu héroe), los trastornos de la conducta alimentaria (El cuerpo deshabitado) o la sexualidad adolescente (Yo digo amor, tú dices sexo), entre otros. ¿Es posible salir indemne cuando se habla de temas controvertidos? ¿Cómo te aseguras de reflejar estas vivencias de una manera ajustada a la realidad?
Lo más difícil es que te lo publiquen. Las editoriales tienen muchos miedos porque están muy condicionadas por la sociedad. Nunca seré tu héroe rompió una brecha en un momento en que la literatura juvenil se adaptaba a unos cánones muy rígidos: no se podían decir palabrotas, no se podían tocar determinados temas... La suerte que tuve es que Gemma Lienas (una gran escritora) era la directora en ese momento de juvenil en SM y apostó por mi novela, que quedó finalista en el Premio Gran Angular (ella no estaba en el jurado y no me lo dieron precisamente por el lenguaje: Andrés hablaba como lo hacían los chavales, y eso chocaba). Luego el éxito desbordante del libro me abrió camino para poder publicar los siguientes, aunque siempre he tenido que pelearlos bastante.
También en algún colegio tuvieron que enfrentarse a un par de padres de esos que piensan que a los hijos hay que educarlos ocultándoles la realidad de las cosas. Y fue curioso el caso de un colegio religioso en Canarias donde una profesora había prescrito en un curso El poso amargo del café, que es la vida real de un chaval con unas circunstancias durísimas, pero esa verdad que espolea a los chicos, les remueve las entrañas y les hace pensar (incluso ha habido gente metida en droga cuya lectura le ha ayudado a dejarla). Pues bien, llegó a oídos de la directora la dureza del libro y esta, asustada, se lo leyó y le gustó tanto que lo puso para toda la secundaria. Lo importante no son tanto los temas, sino que haya autenticidad y estén bien tratados. Yo considero que soy una persona humanista y eso, de algún modo, se refleja en mis novelas. Pero, sobre todo, no los engaño.
Curiosamente Maldita adolescente, una novela donde se trata el suicidio, les llega de una manera impresionante. Algunas chicas me han dicho que se la han leído siete veces y que les hace de psicólogo. También en un encuentro me contaron que había un alumno que se quería suicidar y, a raíz de leer mi novela, cambió por completo la situación tanto del chico como de los otros alumnos respecto a él. Me emocionó mucho. Lo mismo que el caso de una niña que me escribió porque había salido de la anorexia gracias a uno de los títulos de la colección Cuatro amigas fuera de clase: El vuelo de la gaviota. Mi opinión es que los temas más delicados son los que más se deben abordar y no esconderlos como algo vergonzante.
Se habla mucho de la generación millenial, la generación Z... Para ti, que desde hace años conoces a fondo el mundo adolescente, ¿existe una gran diferencia entre estos jóvenes? ¿Hay algún conflicto actual que te gustaría explorar en futuras obras?
En lo fundamental y más intrínseco no hay otras diferencias que la propia idiosincrasia de cada uno. En ese sentido, todas las adolescencias a lo largo de generaciones comparten esos rasgos y problemática de los que hemos hablado antes. Pero sí que hay nuevos problemas que han venido a complicar, si cabe, un poco más la vida de los jóvenes de hoy. La irrupción del WhatsApp ha supuesto un cambio brutal a nivel de comunicación y el postureo que impera en las redes sociales ha banalizado de manera preocupante la realidad de los jóvenes. Ambos han introducido nuevas problemáticas: una preocupación excesiva por tener un físico perfecto, que ha hecho aumentar la inseguridad ya de por sí inherente a esa etapa, tratar de vender todo el rato una vida de perfección que es falsa, dejarse influir por la cantidad de bobadas que se publican y a las que los jóvenes se aferran como a verdades absolutas, un empobrecimiento en la comunicación al escasear la presencia física (faltan los matices, el tono con que dices algo, la intención, la calidez...), un aumento del bullying al ampararse en el anonimato, una sexualización excesiva, un mercadeo de los sentimientos y de la vida íntima que se exponen sin pudor, el peligro del sexting, de contactos a través de Internet donde no sabes quién está realmente al otro lado, un consumismo feroz que les provoca una gran insatisfacción, el juego, la pornografía... Todo está al alcance de unos chavales que todavía no están formados, de niños incluso. Por eso es tan importante ofrecerles una buena formación cultural, en valores, que practiquen deporte y que tengan una fluida comunicación con los padres, de calidad. No se les puede abandonar a su suerte.
Nunca seré tu héroe triunfó entre los jóvenes de la época. Diecisiete años más tarde, retomaste la historia en Héroe a mi pesar (¡que se acabó convirtiendo en una trilogía con Héroe en deportivas!). ¿Qué aprendiste en un proceso tan complejo e innovador como continuar un superventas una década después? ¿Te costó recuperar la característica voz de Andrés?
Desde que salió el libro, los lectores me pedían una segunda parte. Es verdad que me quedó un final muy abierto, porque decidí acabarlo en el momento en que me pareció que se había resuelto el tema central, pero algunas de las tramas que me habían ayudado a conseguirlo quedaron abiertas y yo sabía que rematarlas me iba a llevar muchas páginas (me habría salido un libro de cuatrocientas páginas), algo impensable en una colección juvenil, así que lo dejé así. Pero el lector no se resignaba, y yo me resistía porque no quería hacer una segunda parte solo para aprovechar el éxito, tenía miedo de que fuera peor.
Les decía que tenía que venir Andrés a buscarme. Y lo hizo un par de veces. La primera no pudo ser porque estaba con la colección de las cuatro amigas, que fueron ocho libros, y luego con El poso amargo del café, cuyo protagonista tenía mucho interés en que la escribiera y yo también, así que se me fue la historia que me había venido una noche de insomnio con mucha fuerza. Y la segunda vez fue estando todavía de encuentros. Me quise escaquear. Le dije a Andrés que era un plasta, que siempre venía en momentos inoportunos en los que no podía escribir sobre él, pero me replicó que ya se la había jugado una vez y que no pensaba marcharse (parezco esquizofrénica, pero discutí mucho con él). ¡Me dio una turra!
En realidad, tenía un miedo atroz de haber perdido la voz, de que mi hijo Álvaro (que fue quien me inspiró el personaje) fuera ya adulto, de que se notara mucho la distancia entre una primera novela y el oficio que había adquirido con los años... Pero, nada más ponerme a escribir, Andrés se apoderó por completo de la historia y pensé: uf, qué maravilla. Tanto me gustó la experiencia que acabó en trilogía (el segundo y el tercero los escribí del tirón). Y me alegro muchísimo de haberlos escrito, se lo tengo que agradecer a los lectores. Porque he podido ahondar en muchos temas que había tocado de refilón y los personajes secundarios han ganado profundidad y han crecido una barbaridad. La obra ha quedado mucho más redonda.
Además, aunque retomas la historia del primer libro donde la dejaste, has introducido de manera orgánica referencias tecnológicas (como WhatsApp) acordes a la actualidad en la que se publicaban las continuaciones. ¿Fue una decisión premeditada? ¿Te preocupa la continuidad de la historia o su vigencia en un mundo tan cambiante?
No me preocupa nada su vigencia, ya que lleva veintidós años en la lista de los tres libros más vendidos, se ha convertido en un clásico. Pero es verdad que, cuando decidí hacer la continuación, sentí que necesitaba echar mano de los referentes tecnológicos actuales, entre otras cosas, porque me apetecía que Andrés tuviera un blog en el que subiera las viñetas que hacía con Retoñito y que me dibujó mi hijo Álvaro, que fue también su creador cuando tenía diez años. Sin embargo, curiosamente los chavales no echaban en falta esa ausencia de móviles, ya que era irrelevante para la historia.
Junto a Andrés, encontramos a muchos otros personajes surgidos de tu imaginación (y, en el caso de Retoñito, la de tu hijo), que se han vuelto inolvidables: Pupi, Pompita, Bruslí, las «cuatro amigas fuera de clase»... También has escrito sobre Papelo y el dragón Canelón. Para ti, ¿cuál es la clave de un personaje redondo?
Un personaje redondo es aquel que tiene una personalidad muy bien definida, es auténtico, el lector se identifica con él, tiene una voz interior interesante, contempla el mundo con cierta extrañeza y con curiosidad, vive aventuras apasionantes, que se nota que está hecho con mucho mimo y al que le coges un gran cariño.
Antes comentábamos que Retoñito, el protagonista de las viñetas de Andrés, fue creado por tu hijo Álvaro cuando era pequeño. En tus entrevistas mencionas con frecuencia a tu familia como fuente de inspiración. ¿Hasta qué punto bebes de tu día a día a la hora de concebir una historia?
El escritor nunca es ajeno a su experiencia vital y para mí mi familia es el centro de mi vida. Mis hijos y su entorno de amigos han sido mi principal fuente de inspiración, el propio Bruslí, al que conocí en La Ciudad de los Muchachos y es una especie de hijo adoptivo, igual que ahora me inspiran mis nietos; también mi infancia y adolescencia (Pupi es un alter ego mío). Mis hijos dicen que aún no he salido de ahí. Y en cierto modo, es verdad. Me encanta jugar con los niños, subirme a los árboles, saltar en una cama elástica, tomar un helado de cucurucho, estar horas en el mar, inventar bailes, aventuras... y contemplar la vida con esa pasión y curiosidad que se tiene a esa edad y que yo aún no he perdido. Los personajes de Primos S.A. son mis dos hijos pequeños y tres sobrinos, incluso con sus nombres reales. Lo mismo que mi hijo mayor es el protagonista de El carrusel de Central Park o mi marido de Jim el Pecas.
Además de la inspiración para el personaje principal, El carrusel de Central Park transcurre en Nueva York, ciudad en la que viviste durante cinco años. ¿Qué otras experiencias te han moldeado como autora?
Todas las experiencias vitales me han moldeado como autora, pero es verdad que Nueva York es mi ciudad predilecta por lo vital que es y la oferta cultural tan amplia que tiene. Fueron cinco años muy enriquecedores, en los que viajamos un montón, fui a los mejores ballets, conciertos (el último de Simon & Garfunkel en Central Park, Preservation Hall Jazz Band, o Zubin Mehta entre otros), teatro, ópera, museos. Viví el asesinato de John Lennon, conocí a Paul McCartney, hablé con Jackie Kennedy en Central Park... Fue una etapa fantástica que me dejó una huella imborrable. Pero, cuando he vuelto, he sentido que ya no es la misma ciudad, ha cambiado bastante.
En general viajar es muy inspirador, te abre mucho la mente y yo tengo una gran facilidad para hacerme enseguida a los lugares nuevos, los hago míos muy rápidamente. En Venecia caminaba por sus calles como si ya hubiera estado allí (aunque de momento no he ambientado ahí ningún libro). Pero todavía más que los lugares, me interesa la gente. Mis novelas son novelas de personajes. Para mí, la vida del ser humano es la aventura más apasionante que puede haber: sus conflictos, su manera de reaccionar ante los hechos, sus condicionantes, sus dudas, sus miedos, su entorno, sus sentimientos...
Sigues tan incombustible como siempre: en proceso de publicación de la serie Primos S. A., el lanzamiento de Mi asperger y yo... A las puertas de una nueva década, ¿qué otros retos y horizontes vislumbras?
En breve, saldrán además de los que has mencionado Jim el Pecas, una novela que me inspiró la infancia de mi marido, ambientada en Santiago de Compostela, a la que tengo un cariño especial; el tercer libro de Babak, ¡Menudo basurero, carahuevo!, y El gran libro de los hábitos, con treinta cuentos (viene a ser una segunda entrega de El gran libro de las emociones, que ha te- nido un gran éxito).
Desde El Templo te queremos agradecer que nos concedas estas palabras y tu dedicación a la literatura juvenil durante todos estos años.