¿Que te apetece leer?
Cuéntanos qué quieres leer y el Recomendador te dirá qué libros encajan con tus preferencias.
Entrevista a...

Maite Carranza

El Templo #61 (diciembre 2017)
Por Carlota Echevarría
3.310 lecturas
Conocimos a Maite Carranza con La guerra de las brujas en los albores de El Templo y no dudamos en entrevistarla. Desde entonces ha publicado varios libros juveniles, como Palabras envenenadas, la novela ganadora del premio Edebé 2010 que recibió numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil y uno de nuestros Templis. En noviembre ha vuelto a las librerías con Una bala para el recuerdo, un relato ambientado en la guerra civil española y basado en una historia real.

Ya han pasado casi diez años desde aquella entrevista en el número 3 de El Templo. ¿Cómo crees que ha cambiado la literatura juvenil desde entonces? ¿Cuáles son los retos a los que se enfrenta hoy día?

Es una pregunta difícil, porque no me siento una experta en el ámbito. Lo que sí tengo claro es que a nivel de escritura se está normalizando todo. Igual que yo me he atrevido con la guerra civil, que hace veinte años a lo mejor no se trataba de una forma natural, ahora se aborda todo. Yo creo que ya no hay ninguna puerta cerrada para la literatura juvenil, como debe ser. Temas más escabrosos o temas menos adecuados también se pueden asumir con naturalidad. Diría que la literatura infantil y juvenil se ha hecho mayor.

El año pasado también asumí un tema muy controvertido: la pobreza infantil. Se puede tratar, y sin necesidad de desgarros, con una media sonrisa. La vida no es ni absolutamente trágica ni absolutamente cómica: es agridulce.

Tanto en Una bala para el recuerdo como Caminos de libertad la guerra civil tiene un papel importante. ¿Es un tema que te preocupa últimamente?

No me preocupa, pero siempre fue, desde mi infancia, un tema envuelto por una especie de misterio. A mi generación (de los años 50 y 60) nos reprochaban continuamente vivencias que nosotros no habíamos compartido. Toda nuestra vida estaba condicionada por «tú no viviste la guerra civil, no sabes lo que es una guerra». Decías «¿Puedo ir de fiesta?» y te respondían «Pero ¿tú que te has creído? Tú no sabes lo que es una guerra». Servía para todo.

Cuando estudié Historia y comprendí lo que había sido la guerra civil, ese descubrimiento fue muy emocionante, porque pude entender muchas cosas: tabúes, silencios, miedos…

La mayoría de jóvenes de hoy día sabe más de la Segunda Guerra Mundial que de la guerra civil. Está programada para enseñarse en cuarto de la ESO, pero nunca llegan a esa parte del programa.

Fíjate que hemos visto un montón de películas de campos de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial. Los nazis vigilando, cómo se escapan, etc. Pero ¿campos de prisioneros en España? Eran de un cutre que te mueres. Una reja puesta en cualquier valle. La gente pasaba por debajo, iban las novias a llevarles la comida. Después quitaban las alambradas y ya nadie se acuerda de dónde estaba el campo.

Te lanzaste a escribir Una bala para el recuerdo porque escuchaste la historia en la que está basada...

Sí. Era una página sobre los niños republicanos en la guerra de España que encontré en Internet. Fui dándole sentido a cosas que me parecían incoherentes, porque la ficción tiene que tener mucha más lógica que la realidad. La historia original contaba que el niño entraba en el campo por las noches a dormir con su padre, y me pareció que eso no se lo iba a creer nadie.

Aparte de eso, el protagonista es de mi invención: que tocase el acordeón, quisiese estudiar… Aunque sí tenía una perra, que no se llamaba Greta, sino Blanquita.

 

¿Por qué decidiste escribir Hermanas, perros, frikis y otros especímenes con tu hija?

Es una reescritura de Magia de una noche de verano. Es el mismo libro, pero con un añadido argumental en el que colaboró Julia.

Magia de una noche de verano no se podía publicar en la colección Periscopio porque era demasiado largo, lo tenían que descatalogar. Como había dos tramas, la realista de humor y la fantástica, decidí salvar la trama realista y la completamos con una nueva trama, la de los perros. Hay una mirada diferente, y yo no me atrevía a hacerla sola.

¿Por qué decidiste recuperar a Cándida veinte años después de la publicación de Frena, Cándida, frena?

Frena, Cándida, frena salió en 1992 y tuvo su mayor éxito hacia el 2000. Vendí más de 100.000 ejemplares y llegamos a las treinta ediciones. Pero en los últimos años los lectores me comentaban que Cándida era rara porque no tenía móvil ni redes sociales. Llevaban veinte años pidiéndome una continuación y decidí que ya era el momento. 

¿Crees que a Cándida (impulsiva, preocupada por el qué dirán) le han complicado la vida las redes sociales? ¿Te parece que hoy día, con los smartphones, es más difícil aficionarse a la lectura?

Desde luego. Por eso no tengo Twitter, para no complicarme la vida también. (Risas).

Creo que se lee de forma diferente. Mi hijo pequeño tiene diecinueve años; a veces le reprocho que no lea y me responde «¿Cómo que no? Me paso el día leyendo subtítulos en inglés». Puede parecer una tontería, pero también es una forma de leer.

Aunque ya hace ocho años desde la publicación de Palabras envenenadas, sigue siendo muy leída en institutos. ¿Qué impacto dirías que ha tenido en tu vida y en la de tus lectores?

Continúa siendo uno de los libros más recomendados. Doy más charlas de Palabras envenenadas que de ningún otro. Ha encajado muy bien en cuarto de ESO porque es un tema que les interesa y a la vez les hace pensar.

¿Crees la historia de Bárbara Molina ha ayudado a visibilizar la situación de mujeres oprimidas o a denunciar casos de violencia?

Sí. Con Palabras envenenadas he tenido algunas experiencias personales duras. De chicos y chicas que de repente explotan, piden ayuda, se echan a llorar en medio de una clase.

En la segunda charla que di, que recuerdo que fue en la periferia de Madrid, se levantó una chica y se fue. Pensé que había dicho alguna barbaridad o que la chica se aburría, pero se fue a llorar y a luego explicó que ella había pasado por lo mismo.

Y eso ha sucedido en más de una ocasión. A veces estoy hablando en un auditorio y veo que un chico o una chica se echan a llorar desconsoladamente. Intento mirar a otro lado para no llamar la atención sobre él y después se lo comento al profesor.

Cuando la presentaste a la editorial, ¿te comentaron algo sobre si era demasiado fuerte, si trataba un tema complicado?

Estoy segura de que si hubiese enviado la novela a la editorial directamente, en lugar de al premio, el editor se habría visto obligado a rebajar algunas cosas. Pero como eligió un jurado, fue una licencia para divulgarlo. Fueron un cúmulo de casualidades, porque un premio de una editorial como Edebé es una garantía para que los institutos le abran las puertas. Y una vez entró ya fue imparable.

 

En La película de la vida tratas un tema como los desahucios y pobreza infantil, en Palabras envenenadas el abuso sexual, en El fruto del baobab la mutilación femenina. ¿Crees que la literatura debe ser una herramienta de denuncia social?

Yo soy una persona comprometida con mi tiempo. Antes destinaba todas mis indignaciones sobre las injusticias o sobre aquello que me decepciona de la sociedad en la que vivo a los guiones para películas. Así han salido seis películas, todas ellas comprometidas. Hice también una novela que decidí publicar para adultos: Sin invierno, en 1999. Y mantenía el mundo literatura infantil y juvenil como un pequeño reducto de entretenimiento, humor, fantasía…

Hasta que me harté, porque las películas no dependen solo del guion sino también de la dirección, de la cadena, de los actores… hasta había actores que cambiaban el papel. En una película puede pasar cualquier cosa. Están en su derecho: es una obra coral y la autoría está compartida.

Así que decidí escribir algo personal, que solo controlase yo. En lugar de volcar el argumento en un guion decidí escribir Palabras envenenadas y hacerlo para jóvenes.

Háblanos un poco de Escrivim y de qué queréis conseguir con esta asociación.

Me alegro mucho de esta pregunta, porque soy su presidenta. (Risas). Ya llevábamos cinco años de lucha, los de la crisis, que ha afectado muy especialmente al mundo de la literatura infantil y juvenil. Ha habido una prioridad en las familias por reducir el consumo, por ejemplo en libros, y es muy normal, pero aquí se han aunado demasiadas cosas. Las editoriales han hecho sus saneamientos económicos sin contar con el sector de los creadores. Igual que los trabajadores de las empresas tienen sus sindicatos y convenios, los creadores freelance, sean ilustradores, sean escritores, no tenemos ningún convenio. Si tú vas a recibir mil euros de anticipo y al día siguiente te comunican que no te pueden dar más de quinientos eso afecta a un sector, no a una sola persona.

El sector de la creación se ha precarizado enormemente a costa de que los demás sectores no se viesen tan afectados. Es decir, antes de despedir en una editorial a dos comerciales, por poner un ejemplo, deciden intentar otra cosa: pagar menos royalties. En lugar de un diez, un ocho, a ver si con eso compensamos. En ese 2% hay escritores que no han podido pagar la factura de la luz.

Por ahora formamos parte de Escrivim creadores de infantil y juvenil, porque somos los que más nos hemos atrevido a dar el paso de ser freelance. La mayoría de escritores de literatura adulta ni lo han soñado, al menos en Cataluña. Publican una novela cada cinco años, a no ser que ganen un premio.

La literatura infantil y juvenil permitía profesionalizar la escritura, pero en estos años de la crisis se ha hundido en la miseria. En un primer momento creamos la asamblea por un tema escolar que nos afectó a todos: el famoso «buenismo» de socializar los libros. Se hizo con los libros de texto, que son muy caros, y los de lectura entraron en el mismo saco, con lo que dejan de entrar nuevos libros en la escuela y además los niños empezaron a identificar la lectura con una obligación. No pisaban nunca una librería, los padres se desentendían de las lecturas de sus hijos y se creaba una especie de deseducación con ese falso «buenismo» de muchos profesores. Si los libros se socializan y dejan de venderse, ¿quién va a poder seguir escribiendo? Se crea una especie de tapón para el libre mercado. Porque si no, que nos paguen un sueldo de funcionario y escribimos para las escuelas. Ese sería otro sistema, pero claro, han confundido los sistemas.

En los últimos años, todas tus novelas juveniles han sido realistas. ¿Tienes algún proyecto de fantasía?

Tengo dos proyectos superchulos de ciencia ficción, pero ahora me he comprometido con otro proyecto para adultos que voy a hacer en los próximos meses, de aquí al verano. Si me sale bien, daré rienda suelta a las locuras más locas que podáis imaginar y que será muy placentero compartir con El Templo de las Mil Puertas.

¡Muchas gracias, Maite!