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Entrevista a...

Joan Manuel Gisbert

El Templo #14 (febrero 2010)
Por El hombre que leía demasiado
6.980 lecturas
El Templo se complace en presentar a este extraordinario narrador de sue­ños, arquitecto de lo imposible, hacedor de enigmas, constructor de laberintos, hechicero de las palabras, creador de misterios, fabricante de ilusiones, señor de los autómatas y viajero del tiempo. Con todos ustedes, damas y caballeros, sin más preámbulos... Joan Manuel Gisbert

Cuando la literatura juvenil española tendía al realismo social (allá por los años 80), us­ted escribía novelas fantásticas. ¿Sintió que iba contracorriente, que se adelantaba a su tiempo? ¿Cómo recibieron los editores su pro­puesta literaria en aquellos días?

Cuando escribí mis primeras obras (Es­cenarios fantásticos, El misterio de la isla de Tökland, etc...) tenía un desconocimiento casi completo de las tendencias de la literatura ju­venil española en aquellos momen­tos. No tuve ninguna sensación de ir contracorriente porque no sabía cuáles eran las líneas te­máticas que predominaban o emergían. Desde el primer mo­mento pensé que era un campo donde muy diversas tendencias podían —y debían— coexistir sin dificultad. Me parecía un ámbito de enormes posibilidades a cau­sa de la gran ductilidad de los lectores jóvenes como cómpli­ces-recreadores en propuestas de carácter imaginativo y fan­tástico —es sabido que la lectura literaria, para serlo de verdad, tiene que ser un acto de crea­ción artística compartida, por lo que la predisposición viva y acti­va del lector es fundamental.

Tuve una editora —Feli­cidad Orquín—, que tanto en la desaparecida editorial Labor, de Barcelona, como en su proyecto de mucha más envergadura en Espasa-Calpe —Austral-Juvenil—, ofreció una acogida muy positiva a mis obras. La última que se publicó bajo su dirección fue La mansión de los abismos. Y la recepción de las mismas fue muy buena, debo decir que mucho mejor de lo que yo esperaba, en especial en los ámbitos educativos, debido a la difusión que les dieron profesores vinculados con los movimien­tos de renovación pedagógica, muy activos por aquel entonces.

¿Ha cambiado mucho el panorama de la litera­tura juvenil y el editorial en los más de treinta años que lleva de escritor profesional?

Muchísimo. Hace dos o tres décadas el objetivo principal parecía ser ofrecer obras que contribuyeran, sin rebajar niveles de lenguaje y exigencia conceptual, a la gradual formación y consolidación de nuevos lectores con capaci­dad crítica, imaginativa y selectiva, a los que no fuese fácil satisfacer en el futuro con textos de mero entretenimiento. Era, seguramente, un propósito demasiado idealista.

En estos momentos parece que lo primor­dial sea conseguir a toda costa una difusión ma­siva a través de grandes o medianos lanzamien­tos, siendo mucho más importante el resultado final de su comercialización que los contenidos o tópicos que con mayor o menor originalidad manejen.

De todos modos, cabe pensar que la gran circulación de estas publicaciones creará hábi­tos lectores permanentes, más o menos selecti­vos, en una parte de sus usuarios.

 

Espasa está reeditando algunas de sus obras más emblemáticas (como El misterio de la isla de Tökland o La mansión de los abis­mos) con atractivas cubiertas y, por primera vez, en cartoné. ¿Qué tal están recibiendo las nuevas generaciones estas novelas? ¿Puede decirnos si saldrán más títulos? Si es así, ¿cuál será el próximo?

Estas obras, al igual que mis restantes títulos publicados por Espasa, no han estado nunca agotadas ni descatalogadas. En estos últimos años han estado disponibles en colecciones coeditadas por Planeta y Oxford University Press, dirigidas primordialmente al ámbito educativo, consi­guiendo una circulación no inferior, y en algunos títu­los superior, a la de déca­das precedentes. Y a partir de mayo de 2010 aparece­rán en un nuevo proyecto editorial, Planeta­Lector, del que pronto se tendrá extensa no­ticia.

De modo para­lelo, Espasa las está publicando en atra­yentes ediciones en cartoné para que tengan una difusión aún más amplia en el mer­cado general de librería. Los si­guientes títulos en dicha serie serán, proba­blemente, Los caminos del miedo y El museo de los sueños.

En términos generales, y según numerosos testimonios que me llegan por diversas vías, o que recibo personalmente, y por la cons­tancia de los datos, estas obras, a pesar de los años transcurridos, siguen siendo leídas con interés por un gran número de jóvenes lecto­res.

En su bibliografía encontramos tres tipos de obras claramente definidas: novelas históricas de misterio (La frontera invi­sible, El misterio de la mujer autómata, Los espejos vene­cianos, etc...), fábulas alegó­ricas protagonizadas por ani­males (El talismán que vino por el aire, Regalos para el rey del bosque, etc...) y no­velas fantásticas extrañas e inclasificables (El misterio de la isla de Tökland, La man­sión de los abismos, Esce­narios fantásticos, etc...). ¿En cuál de estos registros se siente más cómodo? ¿Cuál es el preferido por sus lectores? ¿Y por sus editores?

Lo de novelas fantásti­cas extrañas e inclasificables me gusta mucho, casi como lo que más. Es una nomenclatura cercana a lo ideal. Sugiere que cada una de las obras aludidas explora territorios inéditos o escasa­mente frecuentados. Y esos son para mí los paraísos narrativos, los lugares de motivación máxima, las páginas que el futuro nos está de­jando como herencia.

Los lectores, por suerte para el escri­tor, son muy diversos y eclécticos. Según su edad, o condiciones, aptitudes lectoras y sen­sibilidad prefieren unas u otras obras. Y esa diversidad tranquiliza al escritor. Si todos sus lectores coincidieran unánimemente en pre­ferir uno de sus títulos, el autor se conven­cería de que con aquella obra había acertado plenamente, pero le surgirían enormes e in­quietantes dudas con respecto a las restan­tes.

Los editores y directores de coleccio­nes, para mí, han sido casi siempre, sin ape­nas excepciones, actores propicios. Tienen mi sincera gratitud por ello. Nada importante tengo que recriminar a ninguno, actual o pre­térito, ningún reproche les corresponde por mi parte, ningún agravio podría yo atribuirles ahora, al volver la vista atrás.

 

Hay una serie de motivos (autómatas, labe­rintos, enigmas) que aparecen de manera re­currente en varias de sus obras. ¿De dónde le viene esa fascinación por estos elementos?

Los autómatas y, más específicamente, los androides, es decir, aquellas criaturas me­cánicas de inaudita perfección que reprodu­cían la figura humana a tamaño natural y esta­ban dotadas de una gama de movimientos que imitaban con gran exactitud los gestos de la vida, eran seres fascinantes. A veces, las per­sonas que iban a admirarlos a los lugares don­de eran exhibidos, tras formar largas colas, aunque supieran que se trataba de ingenios mecánicos dotados de apariencia real, tenían la inquietante sensación de que tras aquellos ojos que parecían mirar con atención había una consciencia, una inteligencia de índole extraña y misteriosa. Sólo las figuras de cera, a pesar de su inmovilidad, y por otra clase de sensaciones, podían causar a veces sensacio­nes semejantes.

Por otra parte, el laberinto es uno de los escenarios primigenios de la aventura enig­mática por su representación material de las permanentes incertidumbres que acompañan el tránsito humano por la vida —ya que vivir es una casi continuo elegir o decidir rodeado de misterios—.

Si concebimos un gran laberinto pobla­do por autómatas que ejerzan en el mismo secretas y decisivas funciones tenemos ya un poderoso enigma en movimiento, un escena­rio-planteamiento superlativo.

Para el estudioso Todorov, «el efecto fantásti­co» se da mientras el lector duda entre una explicación racional o so­brenatural del fenó­meno. Cuando la ex­plicación se resuelve por el lado lógico esta­mos ante lo extraño, si no es así, estamos ante lo maravilloso. Muchas de sus obras entran en al­gunas de estas categorías ¿Qué opina usted de esta clasificación? ¿Qué es para usted el fantástico?

La clasificación de To­dorov, ya clásica, y tal vez un tanto antigua, permite no obs­tante delimitar o definir cate­gorías, aunque de manera más bien aproximativa o externa. Puede ser clarificadora, pero es esquemática —quizá no pretendía otra cosa y entonces está bien—.

Personalizando diré que, para mí, el pleno concepto de lo fantástico —que difiere mucho de la simple idea de fantasía y del concepto anglosajón, exportado a muchos lugares del mundo, de la fantasy—, abarca aquel ámbito en el que a través de procedimientos artísti­cos o narrativos (valga la redun­dancia) se trata de dar cuerpo y forma, aproximación intuida, extrapolación imaginativa, a algunos de los innumerables aspectos de la realidad futura que hoy no forman parte to­davía de la experiencia con­trastada o del conocimiento experimental.

La ilimitada libertad del arte concede muchos poderes a los practican­tes del arte fantástico, cuyos escenarios —nun­ca insistiremos dema­siado en ello— están mucho más en los in­mensos campos del futuro que en los pasados feéricos, artúricos o dra­gonizados.

 

Su última novela publicada (dejan­do aparte las reediciones de Espa­sa) fue El bosque de los desapa­recidos, allá por el año 2007, y de eso hace ya más de dos años; usted solía publicar una novela (a veces incluso dos) cada año. ¿Está preparando algún libro? ¿Puede adelantarnos algo?

En 2010 se producirá una cierta concentración de publicaciones mías, entre novedades, cambios de sello editorial, relanza­mientos y participación en volúmenes de rela­tos de diversos auto­res. Podría anunciar, entre los nuevos tí­tulos, Historias se­cretas en la noche, El despertar de Gunter Wein­senberg y los relatos Los sueños de la Sibila y Unos días con Mayer.

Todo ello en los sellos PlanetaLector, Oxford University Press, Ediciones SM y en la nueva y todavía misteriosa enseña editorial in­dependiente El Jinete Azul. Otras obras, para otros catálogos, están en fase de elabo­ración más o menos avanzada.

Muchos autores hoy en día se dan a conocer a través de blogs, foros e incluso con redes sociales como twitter o facebook, pero usted no tiene ni si­quiera página web. ¿Ha pen­sado en hacerse una?

Desde luego. La estoy pre­parando cuidadosa y lentamen­te para que sea imprescindible, personal y única.

Lo de los blogs, foros y redes so­ciales lo consideraré más tarde y tendré presencia en ellos cuando las circunstancias lo hagan ineludi­ble o verdaderamente motivador y apasionante. Entretanto conservaré esta relativa privacidad semi-secreta que tanto me complace.

Actualmente hay una corriente muy impor­tante de literatura fantástica juvenil en Es­paña. ¿Qué le parece a usted, que fue uno de los precursores de este género? Algunos de los autores actuales (como Laura Gallego) han reconocido públicamente que su obra les marcó cuando eran jóvenes lectores. ¿Qué le parece ser una influencia para una nueva ge­neración de escritores? ¿Ha leído a alguno de estos nuevos autores? 

Todo escritor es heredero de otros au­tores que le precedieron, y recorre caminos que ellos abrieron, recorrieron o ampliaron, y trata de ir más allá del lugar al que llegaron. Y, si tiene talento y se lo propone de verdad, puede conseguirlo. Y, a veces, en los mejo­res casos, abre a su vez caminos nuevos que autores de generaciones posteriores recorre­rán y prolongarán, y así sucesivamente, en la milenaria serie de relevos que no se romperá hasta el día final.

He leído hasta el momento muy pocas obras de esta reciente fantástica. No por in­diferencia o menosprecio, sino porque con el paso del tiempo uno se va haciendo más parco y selectivo en sus apetencias lectoras. En los luminosos años tienes una curiosidad y avidez casi universales, estás abierto en un ángulo de casi 360º, quieres estar al corriente de todas las novedades que puedan merecer la pena en muchos campos, ver todas las buenas películas, leer todos los exce­lentes libros, no perder de vis­ta ninguna manifestación de las nuevas tendencias del arte. Lue­go, progresivamente, sea porque ves que no todas esas obras o no­vedades son para tanto o, sobre todo, porque vas definiendo un campo de intereses más en pro­fundidad y mucho más acotado, ya no necesitas abarcar tanto y te vas centrando cada vez más en aquello que de verdad te in­cumbe de manera primordial.

Pero sí es verdad que de entre todos estos nuevos autores tengo una simpatía especial por Laura Gallego. Sólo he hablado dos o tres veces con ella, pero me han bastado. Esa mezcla de timidez, de­cisión e intensidad que tiene le confiere una personalidad muy peculiar.

 

En el anterior número de nuestra revista ha­blamos del género fantástico y abordamos el fantástico diferente, extraño e inclasificable. Algunas de sus obras (como ya hemos men­cionado) podrían incluirse dentro de esta co­rriente. ¿De dónde le surgen las ideas para estas obras tan peculiares? Algunas de estas novelas (Como La noche del viajero errante o La sonámbula en la ciudad-laberinto) pare­cen ambientadas en mundos oníricos. ¿Le ha venido alguna historia a través de algún sue­ño?

Desde hace ya mucho creo que si se pudiese establecer una verdadera y completa gramática de los sueños, tendríamos las cla­ves de una de las arquitecturas fantásticas y surrealistas más complejas, profundas y signi­ficativas. El lenguaje de los sueños tiene, de manera intrínseca, muchos de los niveles de lo simbólico y lo metafórico, y una muy espe­cial estilística narrativa dividida en momentos y secuencias que pueden irse sucediendo de manera ilimitada.

Ahora bien, dado que sólo recordamos una muy pequeña parte de nuestros sueños, los utilizamos casi siempre como estímulo re­lativo o material parcial y fragmentado. Per­sonalmente, no tengo consciencia de haber nunca concebido ninguna historia a partir de un sueño, pero sí que he tratado de impregnar al­gunas de mis páginas con la muy sutil, especial y sugerente atmósfera que, algunas veces, se da en el escenario de los sueños.

Algunas de sus novelas no pueden encontrarse fácil­mente, bien porque es­tán descatalogadas o bien porque pertenecen a edi­toriales ya desaparecidas (como Ultramar o Argos Vergara). ¿Existe la posibilidad de que sean reeditadas por otras editoriales? ¿Ha pensado en hacer lo mismo que otros autores como Fernando Lalana, es decir: ofrecerlas gratis en formato digital? ¿Qué opina de estas nuevas tecnologías? ¿Le preocupa la llegada del libro electrónico?

Hasta hace pocos años o, por decirlo de otro modo, en los primeros veinte o veinti­cinco años de mi trayectoria como escritor, tuve un porcentaje bajísimo de obras real­mente agotadas o descatalogadas. Se produjo una permanencia, para mí sorprendente, de la mayor parte de mis títulos. Y algunos de los pocos que dejaron de publicarse fue por decisión propia o consensuada con los edito­res. En diversos casos cambiaron de colección o fueron reeditados por editoriales distintas a la inicial. Últimamente, por la lógica del proceso de estas cosas en la hora actual, ese número de descatalogados ha aumentado un poco, pero en buena parte reaparecerán en otros sellos sin tardanza.

Me gustaría, sí, algún día, ofrecer li­bre de precio en formato digital alguna obra, pero no antigua o descatalogada, sino nueva y concebida expresamente para ser ofrecida en abierto por su especial índole, contenido o significación.

Desde un punto de vista de ensoñación personal, y haciendo una proyección mode­radamente futurista, el concepto de libro electrónico se asemeja mucho al desiderátum milenario de la Biblioteca Mítica Global, con alicientes multimedia añadidos. Poder llegar a tener algún día, en un único y liviano soporte, en la propia mano, todas las obras y los más sublimes versos y párrafos de la escritura de todos los tiempos es rozar el cielo de la Lite­ratura y el pensamiento con las manos.

Ahora bien, yo creo que están faltos de razón los que creen —si los hay—, que por el solo hecho de existir, respirar y manejar una terminal informática, tienen derecho a bajar­se a mansalva todo tipo de contenidos musi­cales, plásticos, literarios y generales bajo un régimen de impoluta gratuidad, como si eso fuese un derecho fundamental que debiera prevalecer sobre cualquier otro. Una cosa es la conexión universal y otra muy distinta la ciudad-global sin ley en la que todo es sa­queable.

 

En algunas entrevistas ha afirmado que últi­mamente ha trabajado como asesor editorial. ¿Puede contarnos en que consiste este traba­jo? Muchos de nuestros lectores son escrito­res en ciernes, ¿qué consejos les podría dar de cara a sus futuros manuscritos?

Mis actividades de asesor editorial ter­minaron hace ya mucho tiempo. De todos mo­dos, como practicante de la escritura siempre puedes, si no estrictamente aconsejar, sí su­gerir, alertar o comentar. Pero no es fácil dar consejos, por ejemplo, a un joven aspirante a escritor que esté excesivamente ansioso por publicar lo antes posible. O, más difícil aún, si se plantea la escritura como una vía de acceso rápida a grandes resultados económicos y de popularidad, deslumbrado por otros autores que han conseguido fama y fortuna en un pe­riodo relativamente corto.

Y la verdad es que, no pocas veces, la excesiva prisa por empezar a publicar es letal para las legítimas aspiraciones del posible au­tor. Aunque es cierto que la edad a la que los nuevos escritores publican su primera obra estimable ha descendido bastante en los úl­timos tiempos, el apresuramiento es siempre un mal consejero. Es muy importante hacer la primera salida a la consideración pública en uso lo más afinado posible —dentro de lo que se le puede exigir a un novel— de los recursos expresivos de la escritura. Publicar con exce­siva inmadurez y con carencia de un media­no dominio de los recursos narrativos, puede comprometer las futuras posibilidades edito­riales del aspirante.

Otra tentación en la que se puede caer a menudo —y no sólo por parte de los más jó­venes— es la de tratar de imitar alguno de los grandes éxitos de ventas del momento, tra­tando de rebuscar, moverse y medrar en los tópicos o aportaciones que ofrecen. A corto plazo, las mesas de saldos y remates de li­brería y restos de edición a bajo precio es­tán superpobladas de esa clase de obras que trataron de seguir la es­tela victoriosa de ciertos bestsellers arrasadores cuando era ya demasiado tarde para hacerlo.

Pero si alguien sue­ña con dedicar —o consa­grar, que es un grado más fuerte aún— su vida a la literatura, y por tanto no está pensando simple­mente en elaborar pro­ductos-libro de rápida asimilación en el merca­do, en función de modas, oportunismos o deman­das de temporada, sino que desea ejercer las ar­tes narrativas y efectuar aportaciones útiles, inte­resantes o esenciales, no estaría de más decirle lo siguiente:

Hay ciertas obras que sólo llegarán a existir si las creas tú en aquella fase de tu vida en que confluyan todas las circunstancias que pueden hacerlas posibles. Si tú no las escribes, nunca nadie, en todo el futuro devenir del tiempo, lo hará y, por tanto, se quedarán para siempre en el limbo de la no-existencia. Esto, por sí solo, puede parecer una obviedad. Pero si le añades la convicción de que la aparición de esas obras que sólo tú y nadie más que tú pue­de hacer no va a ser prescindible o irrelevan­te, sino que de algún modo va a suponer una contribución necesaria, hermosa, renovadora o fundamental, el binomio que formarán esas dos convicciones complementarias te conferi­rá una fuerza inmensa y puede hacerte capaz de algo verdaderamente muy bueno o quizá extraordinario y grandioso. Nada es seguro, pero muchas cosas son posibles.

Sabemos que a lo largo del año da diferentes charlas y encuentros con jóvenes de toda Es­paña. ¿Cómo es la relación con sus lectores? También hemos leído que sus encuentros son muy especiales, plantea enigmas e incluso llega a hacer juegos de magia. A los que no hemos tenido la oportunidad de asistir a una de estas sesiones, ¿qué nos puede contar de ellas?

Procuro siempre que se desarrollen le­jos de los meros cauces de la conveniencia y el cálculo, y de la aplicación sistemática de estructuras y fórmulas de encuentro mil veces repetidas. Si yo pudiera dividirme en miles de unidades y salvar las distan­cias por ensalmo, me gusta­ría leer y susurrar, de viva y tenue voz, a flor de labios, algunas de mis páginas más eufónicas y orales al oído de muchos de mis lectores. En los encuentros, algo pareci­do es posible. Y lograr que las dimensiones ocultas o no explícitas de los libros co­mentados salgan a la luz. Y conseguir que lo que el autor sólo puede transmitir con su viva cercanía se manifieste. Y lograr que los que no han leído la obra, aun a pesar de estar recomendada, pien­sen que tal vez no todo es tan muerto y aburrido en el mundo de los libros como creían. Un autor, si se lo propone de verdad, con auténtica entre­ga, puede disfrutar mucho en un encuentro con lectores de cualquier edad y puede dejar en ellos una huella perdurable.

El planteamiento de enigmas es una de las muchas cosas que puede hacer en vivo un autor de libros enigmáticos. Lo de los juegos de magia se re­serva para momentos y si­tuaciones excepcionales, sin olvidar nunca que el ilusionismo —como su nom­bre bien expresa— es el muy noble arte que permite que hechos imposibles, inespe­rados o increíbles, se pro­duzcan —o, mejor, parezca que se producen— gracias a las técnicas y procedimien­tos —evito la palabra truco por ser banalizadora y re­ductiva— de un mago escé­nico o literario. Algo, en fin, no tan alejado de ciertos procedimientos de la fantástica.

Un acto literario con lectores tiene mu­chos guiones posibles. Y lo mejor es que to­dos están relacionados y son, por ello, inter­cambiables, como vasos comunicantes. El encuentro tiene, en el fondo, una naturaleza caleidoscópica, que es una de las metáforas más preciosas en el reino de la imaginación libre.