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Entrevista a...

David Blanco Laserna

El Templo #45 (abril 2015)
Por Rocío Carrillo y Carlota Echevarría
6.165 lecturas
David Blanco Laserna ha hecho de todo: escribir guiones, actuar, estudiar la carrera de Física... Actualmente elabora contenidos para páginas web, hace talleres de ciencia recreativa y escribe libros infantiles, juveniles y adultos para acercar la ciencia a todos los públicos.

¿De pequeño te considerabas de ciencias o de letras? ¿Crees que es una división a la que se da demasiada importancia en el colegio?

Creo que de pequeño, como la mayoría de los niños, no ponía etiquetas a las cosas que me llamaban la atención. Me resultaba igual de increíble que hubieran existido los egipcios o que hubiera millones de galaxias. Me lo sigue pareciendo. Las categorías ayudan a organizar el conocimiento, pero creo que tampoco hay que hacerles demasiado caso.

¿Cuándo empezaste a escribir?

Pues tendría ocho años. Sobre todo escribía historias de misterio. Me encantaban los crímenes que ocurrían en cuartos cerrados o los enigmas que parecían imposibles de resolver, pero luego tenían una solución perfectamente racional, como El misterio del cuarto amarillo, de Gaston Leroux. Creo que, de algún modo, en esos libros estaba el germen de la mezcla de ficción y ciencia que tanto me interesa.

¿Tuvo algo que ver tu interés por la ciencia ficción con que decidieras estudiar Física?

Tuvo todo que ver. En mi casa se leía muchísimo, pero no podías encontrar un solo libro científico y en clase la ciencia tampoco es que presentara su mejor cara. Aunque soy un físico vocacional, los problemas con poleas o planos inclinados me daban ganas de saltar por una ventana. La ciencia ficción convertía la ciencia en un espectáculo. Allí las leyes de Newton se utilizaban para escapar de un agujero negro y las matemáticas eran la llave que abría la puerta a dimensiones desconocidas.

 

¿Cómo surgió el proyecto Código Ciencia?

Me apetecía ensayar en otros el mismo experimento que había funcionado conmigo: utilizar la ficción para despertar el interés por la astronomía, la biología o las matemáticas. La colección sitúa la ciencia en un contexto de aventura, ya sean historias de terror, de misterio, de ciencia ficción... También intento luchar contra ciertos estereotipos. Mientras investigaba para una biografía de una matemática alemana, Emmy Noether, me llamó la atención que sacara adelante su vocación en un entorno en el que no existía ningún modelo femenino que le sirviera de referencia. Incluso en la actualidad, si una niña o una adolescente hojea un libro de texto, lo que va a encontrar es una larga lista de hombres: Darwin, Newton, Copérnico, Einstein... De manera inconsciente, puede sacar la conclusión de que la ciencia no es para mujeres. En mis libros aparecen jóvenes, tanto científicos como científicas. Y hay mucho humor.

¿Seleccionas a los personajes célebres que aparecen en la colección?

En general, sí. Solo el caso de Galileo fue una sugerencia de la editorial.

Galileo envenenado, la primera novela de Código Ciencia está protagonizada por Galileo Galilei de joven. Es un personaje con recursos, un tanto pagado de sí mismo, con la costumbre de meterse donde no le llaman. ¿Hasta qué punto está basado en el Galileo real? ¿Es un personaje al que tengas especial cariño?

En el libro, Galileo tiene diecinueve años. Traté de modelar su carácter de acuerdo con lo que se sabe de su personalidad adulta. Y sí, Galileo era bastante arrogante. También tenía mucho sentido del humor y, por supuesto, le encantaba polemizar. Una afición que en la Italia del Renacimiento podía costarte la vida. En él se da una mezcla de defectos y virtudes irresistible.

En El detective ausente juegas con el lector dejando pistas para adivinar quién se esconde tras el misterioso personaje que no recuerda quién es. ¿Cómo se te ocurrió la idea para esta novela?

No lo recuerdo con exactitud. Siempre me gustó la habilidad un poco exhibicionista de Sherlock Holmes para radiografiar a cualquier desconocido que se le plantara delante. Para averiguar de un vistazo si su comida favorita era el pudin de manzana o si vivía en un ático con tres gatos y una tortuga. Me divertía darle la vuelta a ese planteamiento y colocar a una persona con extraordinarias dotes de deducción en la situación de tener que aplicarlas sobre sí mismo porque no sabe quién es.

La editorial Anaya ha traducido varias de las novelas de Código Ciencia al inglés. ¿Pudiste elegir cuáles? ¿Tienen algún cambio respecto a la versión española?

La elección fue sobre todo de los lectores. Se tradujeron los títulos de la colección que habían funcionado mejor.

 

Has publicado más de veinte libros. ¿Cuál es el más exitoso?

Los libros para adultos editados por RBA en la colección Grandes Ideas de la Ciencia son los que han tenido tiradas más largas y han sido más traducidos. Sobre todo el libro dedicado a Einstein y la relatividad: El espacio es una cuestión de tiempo.

¿Has escrito alguna novela que no sea de divulgación científica, o tienes pensado hacerlo?

Todavía no. Me apetece mucho escribir algo de fantasía, donde pueda infringir alegremente todas las leyes de la física.

También haces talleres con niños y jóvenes. ¿Cuál es su actitud frente a la ciencia?

Depende bastante de la edad. Por lo general, la curiosidad de los más pequeños es todoterreno. A partir de los diez o doce años, al oír la palabra «matemáticas » o «física» muchos ya ponen los ojos en blanco.

¿Puedes contarnos alguna anécdota que te haya sucedido mientras los impartías?

Pues... no se me ocurre nada así muy espectacular. A veces me sorprenden con observaciones sobre fenómenos cotidianos que están relacionados con los experimentos que hacemos y en los que no había reparado.

¿Qué dos o tres libros de divulgación científica recomendarías a todo el mundo?

Para una visión de conjunto, Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson, un libro que, sorprendentemente, cumple las expectativas del título. Para quienes sospechan que los libros sobre ciencia no tienen ningún valor literario, recomendaría En un metro de bosque, de David George Haskell. Y para quienes tengan la imagen del científico sin emociones, que nunca se quita la bata y vive recluido en un laboratorio, Gorilas en la niebla, de Dian Fossey. Y, por supuesto, cualquier libro con fotografías de galaxias, donde aparezcan animales luminiscentes o se discuta sobre física cuántica.