¿Sabías que...?
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El norte de Inglaterra, en concreto Northumberland, es escenario habitual de tus novelas. ¿Qué es, hoy por hoy, el norte para ti? Y ¿por qué crees que tenemos, por lo general, esa tendencia a alejarnos del lugar del que venimos?
Durante bastante tiempo pensé que no escribiría sobre el norte, y que tampoco sería un escritor norteño. No quería sentirme atrapado por mi entorno. Creía que debía ambientar mi obra en alguna otra zona imaginaria, lejana. Es una historia, a fin de cuentas, conocida: la del adolescente o joven que quiere apartarse de sus raíces y convertirse en algo distinto, algo completamente nuevo. Pero me di cuenta de que estaba tan profundamente enraizado que no había forma posible de sacarme el norte de dentro. Su gente, su lenguaje, paisaje, herencia... están en mi sangre y en mis huesos y en mi alma. Una vez hube descubierto y aceptado esto, me liberé al mismo tiempo que quedaba anclado a él. Regresé al norte y, curiosamente, este se volvió un lugar que me resultaba completamente familiar y que a la vez tenía por descubrir. Y, así pues, empecé a escribir en sonidos y ritmos pertenecientes al norte. Descubrí un tipo concreto de poesía y melodía. Y, a medida que iba escribiendo, fui viendo como lo real y lo imaginario podían fundirse de formas apasionantes. Pero la primera vez que hice las paces con este hecho fue cuando escribí los relatos que componen Counting Stars, que mezclan sucesos reales y, por lo general, dolorosos, con acontecimientos y personas completamente inventados.
Los bebés, las alas, los pájaros… todos ellos son elementos comunes en tus novelas. ¿Por qué estos y no otros? ¿Es gracias a la escritura lo más cerca que David Almond llegará a estar de ser un pájaro?
Es increíble que vivamos en un mundo junto a criaturas como los pájaros, que pueden dar un brinco y alzar el vuelo, que pueden elevarse como deseamos que nuestras almas lleguen a hacerlo, que tienen un esqueleto que se asemeja mucho al nuestro, pero que, sin embargo, es más ligero, más flexible y que no está anclado a la tierra. Y vienen de un objeto mágico llamado huevo que contiene una sustancia pegajosa y viscosa que se coagula en huesos, alas, carne y que termina convirtiéndose en una criatura que picotea aquello que la rodea hasta abrirse camino al mundo exterior. No es de extrañar que existan tantas canciones, historias, o poemas sobre estas criaturas. Y uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es mi madre acariciándome las paletillas con los dedos y susurrándome al oído: «Aquí, David, es donde estaban tus alas cuando eras un ángel». Por lo que nuestra potencial semejanza con los pájaros lleva en mí desde bien pequeño. Y sí, vuelvo una y otra vez a los pájaros en mi obra. Supongo que trato de utilizar las palabras como canciones, o como alas, que puedan llegar a elevarme, y quizá a mis lectores, del suelo durante unos instantes.
Aunque llevabas dos décadas escribiendo, Alas para un corazón fue la primera novela que publicaste, en 1998, cuando estabas ya cerca de cumplir los cincuenta. ¿Qué les dirías a aquellos que sienten la pulsión de escribir, pero que creen que es demasiado tarde para empezar a hacerlo?
La escritura es un viaje para toda la vida. Tienes que escribir por amor a ella, porque te motiva hacerlo. No puedes esperar «éxito» mundial. A mí no me importaba que mi trabajo tardase bastante tiempo en despegar. Había publicado relatos en revistas pequeñas y prensa. Contaba con unos cuantos lectores entusiastas. Trabajé duro. Tenía la esperanza de que quizá algo gordo pasase, pero aceptaba el hecho de que quizá no fuese así. Trabajé como profesor, y continué escribiendo y experimentando. Traté de no darle demasiadas vueltas al tipo de escritor que era. Intentaba ser atrevido. Nunca esperé convertirme en un escritor de literatura infantil y juvenil, pero, cuando empecé a escribir Alas para un corazón, de repente me di cuenta de que era un libro para dicho público. Me sentí sorprendido, entusiasmado y liberado. Y Alas para un corazón se convirtió en un éxito a nivel mundial. Me condujo hasta todos los libros, historias, obras de teatro y canciones que he escrito desde entonces y las que continúo escribiendo. Alas para un corazón cambió de una forma extraordinaria mi escritura y mi vida. Sabía que era importante el simple hecho de seguir trabajando, escribiendo, y aceptar y disfrutar las oportunidades que se fueron presentando en mi camino.
¿Qué significó para ti ganar el Premio Hans Christian Andersen en 2010 y que pocos meses después se publicase nada más y nada menos que la dispar y única precuela de Alas para un corazón, (My name is Mina)?
Recuerdo el momento en que me enteré de que iba a ser premiado con dicho galardón. Fue como si el tiempo se parase. Me sentí asombrado y muy orgulloso, porque se trataba de un premio que reconocía toda mi intensa labor. Era también un premio para todos aquellos que habían creído en mí, que me habían publicado, que me habían leído. Y la publicación de My name is Mina justo inmediatamente después encajaba a la perfección como una parte más de la sucesión de los acontecimientos. De muchas formas distintas, Mina expresa y encarna mis propios pensamientos, sueños, anhelos. Me sentía inmensamente complacido de que un libro tan experimental y que juega tanto con la forma se publicase con mi nombre en la cubierta.
My Dad’s a Birdman fue el primer libro infantil con ilustraciones que escribiste, el cual, de hecho, fue inicialmente una obra de teatro. Habiendo escrito varios más desde entonces, ¿cuáles crees que son los elementos que hacen que un libro infantil sea un buen libro infantil? ¿Cómo se prestan dichas historias a ser «traducidas» al teatro?
Sí, el libro nació como una obra de teatro. Crearlo para ser representado, y después verlo representado, me ayudó a imaginarlo como un libro ilustrado. Cuando lo reescribí en forma de novela, era consciente de que debía dejar espacio imaginativo para un artista visual, de la misma forma que con anterioridad había dejado espacio imaginativo para el director, los actores, el diseñador, etc. Se trataba de un nuevo tipo de colaboración. Escribí la novela cuando mi hija tenía unos ocho años. Tenía muy claro que había gente que creía que, a su edad, los niños no necesitaban ya de ilustraciones en sus libros. Pero yo estaba totalmente en contra de tal enfoque y, por ello mismo, estaba decidido a crear mi primer libro ilustrado para mi hija y para más niños de su edad. Adoré las ilustraciones de Polly Dunbar desde el primer momento en que las vi. Ella trasladó su propia visión, recreó mi historia, y le dio una nueva y brillante forma de vida. Varios de mis libros han sido adaptados al teatro: Alas para un corazón, El salvaje, The Boy Who Climbed into the Moon, A Song for Ella Grey, Heaven Eyes, Secret Heart. Una vez en papel, las historias pueden parecer inamovibles, pero en realidad nunca se están quietas. Las historias continúan remodelándose a sí mismas en la mente del lector, y en algunas ocasiones dicha remodelación toma la forma de una obra de teatro. Para mí es un proceso natural, puesto que las historias son criaturas vivas y en continua evolución. Desde que publiqué My Dad’s a Birdman, he escrito muchas otras novelas con ilustradores maravillosos. Esa es una de las grandes alegrías de trabajar en el mundo de literatura infantil, ya que los autores de ficción «adulta» no reciben el mismo tipo de oportunidades.
Desde hace años, en tus novelas has jugado con la metaficción —como en el caso de El niño que nadaba con las pirañas o El salvaje— y has echado mano de distintas voces narrativas y jugado con la forma. ¿De qué manera te ha permitido esto explorar la distancia entre realidad y ficción?
Todas las historias existen en un espacio, maravilloso y extraño, entre lo real y lo imaginado. Me resulta natural explorar ese espacio y experimentar dentro de él, y a veces explicitar su rareza. Y, por supuesto, la rareza no afecta solo a las historias o al arte. La propia vida es rara, el mundo es raro, nosotros mismos somos raros. Todos somos reales e irreales al mismo tiempo. Creo que los más pequeños entienden esto y que son perfectamente capaces de verlo explorado en sus libros.
Muchos de tus protagonistas son jóvenes en conflicto que no pierden la esperanza. ¿Cómo crees que ha cambiado la experiencia de la infancia y la adolescencia de un tiempo hasta aquí? Y ¿qué crees que han de tener en cuenta los jóvenes para enfrentarse a este mundo tan aterrador y maravilloso en el que vivimos?
Sí, desde luego el mundo es tanto maravilloso como aterrador. Ahora, los terrores parecen extremos —pandemia, desigualdad, cambio climático—. Básicamente, los niños no cambian. El drama de nacer y crecer siempre es el mismo.
La guerra resuena de fondo en varias de tus novelas (Los comefuegos, Mi último verano… o en Bone Music incluso) y la figura del otro como enemigo, pero también la idea de la redención. ¿Por qué crees que es importante escribir sobre ella?
La guerra es horrible, pero siempre está ahí, en alguna parte del mundo. Yo crecí cuando el mundo se estaba recuperando de la Segunda Guerra Mundial, cuando se estaba reconstruyendo. Mi padre luchó en Birmania. Por todas partes se podían ver los estragos de la guerra. Y, a medida que crecí, existía el miedo constante del estallido de una guerra nuclear. Y también estaban Corea y Vietnam. La guerra nunca desaparece. Más recientemente: Irak, Siria, Afganistán. Y parece ser que hay gente que quiere que haya guerras, que las recibe de buena manera. Dice algo acerca de nosotros, seres humanos. Tenemos ambiciones benignas, queremos crear un mundo mejor y más pacífico, pero hay algo en la humanidad que parece desear desorden y destrucción. El simple hecho de escribir es un acto creativo y optimista, un acto contra las fuerzas de la destrucción. Tal vez los escritores de literatura infantil sientan esto con más intensidad. Cada recién nacido, cada nueva historia, es una oportunidad de hacer las cosas mejor. Yo me veo obligado a escribir sobre la guerra, porque siento que tengo que mostrar lo horrible que es, cómo atrae a la gente hacia ella, y tengo que mostrar que existen formas mejores y más creativas de existir, y tratar de hacer ver que podemos dejar atrás nuestras fuerzas destructivas, que el amor es más fuerte que la violencia.
Tus dos novelas más recientes son Brand New Boy y Bone Music. En nuestra opinión, estas novelas son dos nuevas joyas que demuestran que como escritor estás más en forma que nunca. ¿Nos puedes contar algo sobre qué será lo próximo?
Acabo de terminar de escribir una novela que lleva por título Puppet y que creo que verá la luz allá por 2023. Antes de eso, tengo unos cuantos libros ilustrados pendientes de publicación: The Woman Who Turned Children Into Birds (ilustrado por Laura Carlin); A Way to the Stars (sin un ilustrador asignado aún); Paper Boat, Paper Bird (ilustrado por Kirsti Beautyman); una nueva edición de la novela corta, Island, que esta vez incluirá ilustraciones de David Litchfield. ¡Y también habrá una nueva edición ilustrada de Skellig en 2023 para conmemorar su 25º aniversario!
Tanto en Brand New Boy como en Bone Music nos encontramos ante la idea de la hospitalidad y en la primera ya está presente la idea, que se explorará mucho más a conciencia en la segunda, de la «resilvestración». ¿Cuántos de nuestros problemas actuales crees que tienen su origen en haber desatendido estos aspectos?
Creo que hemos controlado y mecanizado el mundo y a nosotros mismos más de la cuenta. Necesitamos liberar al mundo natural de nuestro deseo de controlarlo y remodelarlo. Esto se hace más y más evidente a medida que pasa el tiempo. Los niños necesitan tener más libertad respecto a su imaginación, respecto a poder ser ellos mismos, para crecer de manera orgánica. En Bone Music, Andreas dice: «Ten cuidado con los adultos que desean categorizar a los jóvenes». Hay demasiados adultos que ansían hacer esto. Nuestros sistemas educativos, diseñados como están por políticos que parecen tener una visión muy limitada de lo que un ser humano puede ser, son demasiado estrictos, rígidos, mecánicos. Existen colegios y profesores maravillosos, y por supuesto los niños son agentes dinámicos de la creatividad y del desarrollo, pero limitan sus oportunidades. Es necesario un cambio.
Muchas gracias, David, por habernos brindado el placer de conversar contigo.
Muchísimas gracias por haberme invitado a tomar parte en esta entrevista —¡y gracias por unas preguntas tan perspicaces y estimulantes!—. Es un verdadero placer y privilegio el estar en contacto con mis lectores hispanohablantes. Hola a todos. ¡Mis mejores deseos, y felices lecturas!