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Entrevista a...

Catalina González Vilar

El Templo #64 (junio 2018)
Por Gabriela Portillo
2.553 lecturas
Catalina González Vilar, autora alicantina, ha explorado campos muy distintos de la literatura: álbum ilustrado, libros de divulgación científica, novelas... En el ámbito juvenil destacan las obras Las lágrimas de Naraguyá y Los coleccionistas, galardonada con el Premio Villa Pozuelo de Alarcón de Novela Juvenil 2011. A continuación nos devela algunos otros tesoros que le han reportado sus incursiones literarias. 

Tu obra es tan ecléctica (álbum ilustrado, novela de aventuras, guías...) que cuesta presentarte. Así pues, ¿quién dirías tú que es Catalina González Vilar, la autora?

No había pensado antes en mi trabajo en esos términos. Ecléctico es una palabra bonita y me hace pensar en algo dinámico, abierto, que explora. También podría ser un batiburrillo sin mucho sentido. Espero que este caso sea el resultado de curiosidad + libertad + oportunidades. Para mí todo se trata de escribir, de tantear el mundo y contar historias, ya sean de ficción, como en mis novelas para niños y jóvenes, de no ficción, como en el libro informativo sobre la moda, o mano a mano con las imágenes, como sucede en los álbumes. Contar historias, contar el mundo, aprender acerca de temas que me interesan, proponer un juego al lector, disfrutar juntos de algo que me emociona y ha ido creciendo en mi mente. Soy una persona que escribe, que ama escribir. Pienso mejor escribiendo, más ordenadamente, con más profundidad. También, en mi caso, la imaginación se ordena y crece mejor en la escritura. Me gusta muchísimo leer. Más que eso. Leer es parte de mi vida, de mi conversación con la realidad, con los demás y conmigo misma. Y escribir es una extensión de eso, de algún modo, una forma de participar de esa conversación con los otros.

¿Y si fueses un libro? ¿Cómo serías?

Si fuese un libro... nunca lo había pensado. Sería tentador elegir una gran novela o un libro de poemas auténticos y vitales. Pero creo que elegiré algo más prosaico pero más lleno de posibilidades, que es algo importante, no una única historia sino la posibilidad de inventarte. Así que elegiría uno de esos libros para chicos y chicas llenos de preguntas y respuestas. Un libro hecho con pasión y lleno de curiosidades, de cosas muy diversas: cómo estalla un volcán, cómo construir una casa en un árbol, en qué consistía el lenguaje de los abanicos, cómo arreglar un pinchazo en tu bicicleta, un poema sobre unas uvas al sol, cuál es la historia de los azulejos de Iznik... Un libro robusto, fuerte, que aguante aventuras, que permita ser llevado de aquí para allá. Que esté a mitad camino entre lo sugestivo y una realidad palpable y cotidiana, y que pueda ser todo lo que tú estés dispuesto a ser, en función de cómo lo vivas. Herramientas para vivir, cosas inútiles pero que produce placer saber, o risa, o que te hacen desear otras cosas que ni siquiera aún conoces. Quiero decir, que hay mucho de muchas cosas en mí, en una mezcolanza un poco caótica pero llena de entusiasmos, y es esa pasión por esto o por aquello, esta emoción por un detalle, esta curiosidad, la que aflora en mis relatos, la que se convierte en motor de la escritura.

En Dentro de tu armario recoges «Todo lo que necesitas saber sobre el mundo de la moda»; ¿cómo organizaste el proceso de documentación y filtrado de toda esa información?

Es una buena pregunta, porque el proceso de documentación fue todo un placer, pero el desafío fue la tarea de ordenar, seleccionar y dar una forma a todo eso que me parecía tan interesante, tan motivador, tan revelador. Dentro de tu armario comenzó como un proyecto personal. Desde hacía años, por curiosidad y por placer, además de para poder vestir apropiadamente a mis personajes, leía libros sobre la historia de la moda, sobre cómo nos hemos vestido a través del tiempo y todo lo que está conectado con este ámbito, que es... ¡todo! Descubrí así que es un tema que te lleva de la mano a comprender mejor cómo ha evolucionado la industria, la tecnología, los materiales, la creatividad, la moral, las otras culturas, la identidad, el arte, la guerra... ¡Tantas cosas! Así que había muchos temas entrecruzándose, y precisamente quería transmitir esa idea en el libro, por lo que pasé bastante tiempo trabajando en un índice que me permitiese organizarla de un modo que tuviese sentido y permitiese una lectura tanto salteada como lineal. Quería abrir puertas y que se pudiese echar un vistazo a este o aquel tema, con anécdotas y curiosidades que a mí me habían encantado, y que fuese una invitación a seguir investigando en la dirección que más sugerente nos resultase. El libro está dividido en tres bloques: el vestido, su historia y la industria que hay detrás. En el primero nos encontramos con la ropa como objeto físico, como si tomásemos una prenda en nuestras manos y la observásemos por primera vez, preguntándonos cómo está hecha, para qué la utilizamos, qué elementos la componen. El segundo bloque es un recorrido sobre la historia del vestido, a través de curiosidades y anécdotas, que nos permite leer de otro modo cómo nos vestimos hoy, de dónde vienen determinadas prendas, formas y convenciones. Por último, el tercer bloque está destinado a la industria y a los oficios en torno a la moda. Aquí confluyen muchos temas distintos, tecnología, arte, economía, publicidad, sostenibilidad... En cada capítulo, a través de referencias de libros, blogs, películas, documentales, museos, tutoriales, tratamos también de abrir ventanas que llevasen más allá del libro, que permitiesen al lector seguir explorando.

Extrapolando el mundo de la moda a la literatura, ¿cómo de importante consideras la estética de los libros? ¿Ha cambiado tu perspectiva al trabajar en tantos libros ilustrados?

Me encantan los libros cuidados, con buena tipografía, espacio suficiente, un papel agradable, resistentes y con una portada tan cuidada que quieras ponerlos de frente y no de canto en tus estanterías. Dicho esto, leería una buena historia como fuese, en papel cutre y con un diseño espantoso... si no hubiese más remedio. Pero sí, los buenos textos bien editados son un placer, y puedes mirarlos, ahí cerrados sobre tu mesa o en tu librería, y deleitarte, y te hacen compañía a lo largo de los años, y das gracias para tus adentros, casi sin darte cuenta, a ese editor que, junto a su equipo, tomó determinadas decisiones, hizo con amor su trabajo y creó un objeto tan hermoso. Trabajar con ilustradores y editores en álbumes ilustrados me ha permitido educar la mirada, aprender de ellos, forzarme a mí misma a analizar y tomar una postura, algo que te hace ser más consciente y responsable de tus criterios. El mundo de los álbumes, donde la imagen y el texto, según la definición clásica, tienen una importancia similar (aunque puede haber álbumes sin palabras), puede ser enormemente creativo. De algún modo, en este ámbito todo es posible. Hay editoriales experimentando con formatos, materiales, tipos de tinta, efectos ópticos, tipos de letra, de maquetación. Y luego está la ilustración. Un mundo asombroso en el que se puede arriesgar de cero a mil. Eso sí, cuanto más personal y arriesgado más incierto es su éxito, pero así funciona en todos los campos. La apuesta depende de cada uno, de sus talentos, de sus motivaciones, del libro que desees crear.

Has recibido numerosos reconocimientos: Premio El Barco de Vapor 2012 (El secreto del huevo azul), Premio Villa Pozuelo de Alarcón de Novela Juvenil 2011 (Los coleccionistas), Premio Internacional Álbum Ilustrado Edelvives 2016 (La familia de la vajilla impar), Las lágrimas de Naraguyá es finalista del Premio Hache 2019... ¿Qué supone cada nuevo ??galardón para ti? 

Todos los premios y reconocimientos que he recibido han sido muy bienvenidos. Cada uno, en su momento, fue una inyección de ánimo, un momento de alegría y de emoción. Los premios han dado a esos trabajos cierta proyección, han sido libros cuidados por las editoriales y me han permitido ganar algo de dinero extra, fundamental para poder seguir escribiendo. También me abrieronpuertas en el mundo editorial, al menos como tarjeta de presentación, y eso es algo de agradecer. Dicho esto, que es todo bueno, es importante no caer en la tentación de que los premios sean la validación de tu trabajo, porque quizá ya no llegue ninguno más, o los que marquen tu rumbo, porque hay libros que deseas escribir y que nunca tendrán una oportunidad en ninguno de esos premios.

En Las lágrimas de Naraguyá recuperas el espíritu de las novelas clásicas de aventuras, basadas en el progreso industrial y tecnológico y las grandes expediciones, e incorporas el elemento fantástico desde la mitología amazónica. ¿Qué te llevó a contar esta historia? ¿Tenías algún referente en mente?

Me gustan las historias de aventuras. De niña y adolescente leí muchas que corresponden con ese formato clásico. Una historia en la que los protagonistas se ven expulsados de los límites familiares y seguros que conocían, viéndose obligados a afrontar una sucesión de desafíos inesperados con los que lidian y que les permiten comenzar a descubrir el mundo, con sus peligros y sus maravillas, y a sí mismos, con su valor, su cobardía, sus límites y sus posibilidades inesperadas. Vamos, la vida misma. Seguro que todas esas lecturas me influyeron. Las influencias no siempre te resultan claras a ti misma. Y, además, a veces no descubres hasta tiempo después de haber terminado de escribir. Por ejemplo, en algún momento me di cuenta de que de niña había leído un cómic, protagonizado por Mickey Mouse y Goofy, en el que ambos viajaban, en un clásico viaje de aventuras por la selva, en busca de unas rosas de color negro. No recuerdo apenas nada de esa historia, que debí de leer con seis o siete años, calculo, pero sé que me encantó. Si, muchos años después, dos de mis protagonistas emprenden un viaje a la selva en el que buscan un tipo de flores carnívoras, aunque la historia no tenga nada que ver y ni siquiera la recordase en ese momento, ¿cómo no pensar que estoy tratando de atrapar, de revivir, de volver a saborear, esta vez como escritora, la emoción que sentí de niña con aquel cómic? Seguro que sí.

En cambio, Los coleccionistas transcurre en un pequeño pueblo de Italia. El museo de colecciones vuelve a abrir sus puertas pese al avance de la guerra. Esta dicotomía entre el optimismo y los finales agridulces aparece también en Las lágrimas de Naraguyá. ¿Tus finales surgen a medida que escribes la historia o los concibes desde el principio?

Generalmente tengo una idea aproximada, como un final de camino que diviso a lo lejos. A veces puede ser más bien una sensación, quizá la certeza de que será un final feliz, o tal vez melancólico, o es posible que incierto. Y a medida que avanzo esto se va concretando, va tomando una forma definida que casi siempre coincide con esa primera intuición. Hay quien recomienda tener muy claro el final desde el principio, y me parece que en parte tienen razón. Yo no soy de las que diseñan claramente la trama. Voy explorando y descubriendo a medida que escribo, lo que, personalmente, me permite vivir el proceso con más emoción. Aun así, creo que el final debería ser parte de los trazos maestros que han de guiarte desde el comienzo. Un puerto seguro hacia el que avanzar.

Tus personajes son muy curiosos, y quien no colecciona meteoritos tiene un museo de antigüedades o parte de expedición en expedición hasta los confines del mundo. ¿Tienes alguna peculiaridad como las de tus personajes? ¿Qué encontraríamos en la colección personal de Anilatac Zelaznog Raliv?

Me gustan lospersonajes que sienten pasión por algo. En realidad, me gustan las personas que tienen ese rasgo. La pasión por algo. No importa tanto el qué, aunque evidentemente sentiré más afinidad por ciertos temas, como la motivación misma, la pasión por conocer, comprender, a veces atesorar. Algo que nos encanta, de un modo a veces un poco infantil, en el mejor sentido, y de lo que seguimos aprendiendo y aprendiendo, y cuanto más sabemos más apreciamos y más placer extraemos de ahí. Se convierte en un motor más de la vida, que nos mantiene despiertos. Y que, al compartirse, nos permite a los demás asomarnos a realidades nuevas. Es la particularidad de cada uno. Es el reflejo de aquello a lo que prestamos atención. La diversidad. Mi pasión son los libros, indudablemente, y esto es lo que encontraríamos en mi colección personal (Por cierto, veo que has leído El secreto del huevo azul). Es lo único que reamente atesoro. Leer y escribir, y todo lo que gira en torno a eso. Ese es mi territorio y de lo que puedo hablar durante horas. Lo que veo en mis paseos por la ciudad, lo que regalo, lo que comparto. Hay otras muchas cosas, afortunadamente, pero los libros son mi piedra de toque.

Además, muchos de ellos son niños y siempre podemos ver la influencia de la familia, ya sea por su ausencia o presencia. ¿Cambias de registro según el público al que te dirijas?

En realidad el registro lo marca la propia historia. Comienzo a escribir y a medida que la novela o el cuento toma forma me queda más claro para qué tipo de público será. Esto, en cualquier caso, no suele ser algo rígido. Puedo imaginarme, de forma poco concreta, un público que escucha mientras escribo, y mi voz de narradora trata de seducirles, de llevarles a través de mi relato, más o menos juguetona, más o menos intensa, seria o desafiante. Al final son los editores quienes terminan de definir para qué público puede resultar interesante. Y los propios lectores, por supuesto, que son quienes eligen y descubren.

No solo ellos viajan incansablemente: sabemos que visitaste las localizaciones de Las lágrimas de Naraguyá, que recientemente has pasado una temporada en Múnich, visitando la mayor biblioteca de literatura infantil y juvenil del mundo... ¿Qué te gustaría compartir con nosotros de tus experiencias literarias?

Viajar es una fuente maravillosa de estímulos para escribir. Paisajes, culturas, museos, cualquier cosa puede convertirse en un disparadero para una historia. Ese flechazo que sientes de pronto por un detalle, un cúmulo de sensaciones que te provoca un lugar... ¿qué hacer con ello? Escribir es mi manera de apresar parte de todo eso, las resonancias que han provocado dentro de mí. Las lágrimas de Naraguyá surgió durante un viaje a Perú y Chile, en el que mi pareja y yo hicimos una escala de cuatro o cinco días al norte de la Amazonía Peruana. No había planeado escribir nada durante aquellas vacaciones, pero de pronto allí tenía los primeros personajes sobre el papel, cobrando vida, y escribí y escribí, sintiendo que es un regalo cuando una historia se presenta así, reclamando ser escrita. Luego continuamos nuestro viaje y cuando volví a casa pasé a limpio esas hojas, y supe que debía continuar contando aquella historia, y que eso me permitiría seguir exprimiendo los días que pasamos en la selva. Y así fue. A veces se dice que cuando escribes no vives, pero yo soy más de las que piensan que escribir te permite vivir con más intensidad. Por otra parte, la Biblioteca Internacional de la Juventud de Múnich es un lugar espectacular. Se creó tras la II Guerra Mundial, cuando en una Alemania devastada apenas había libros para niños y jóvenes. Jella Lepman, que trabajaba con los americanos en la reconstrucción del país, puso en marcha una serie de iniciativas con niños destinadas a trabajar con ellos la paz y la concordia entre los pueblos. Conocerse y comprenderse a través del arte y de la literatura era, pensaba, un buen camino para que no se repitiese lo que acaba de suceder. Así, con los años, aquel proyecto se convirtió en la mayor biblioteca internacional de literatura infantil y juvenil del mundo, con libros de todos los países. Lepman escribió unas memorias, Un puente de libros infantiles, en las que relata muy bien todo esto. Desde hacía muchos años deseaba ir a esta biblioteca y bucear en sus fondos, descubrir nuevos escritores, ilustradores, y conocer de cerca el proyecto. Y por fin pude hacerlo este otoño. Tienen un programa de becas para investigadores, y en la biblioteca coincidías con personas de Nueva Zelanda, China, Japón, Irán, Noruega, todos locos por los libros y cada uno desarrollando su trabajo en un ámbito distinto. Yo no soy investigadora, yo escribo, así que mi estancia fue por libre, a la búsqueda de tesoros que pudiesen estimular mi curiosidad, y abriesen mi mente. Esa idea de educar la mirada, de seguir creciendo y dialogando con otros creadores.

Por último... ¿tienes algún proyecto juvenil en mente? ¿Continuarás alguna de tus sagas?

Sí, desde hace tiempo estoy trabajando en una novela juvenil, de fantasía. Está pensada como una trilogía y me gustaría tenerla toda escrita antes de enviarla a una editorial, así que le queda mucho trabajo aún por delante. Combino el trabajo en este proyecto con la escritura de otras historias, alguna más cortas, algunas para niños. Entre ellas está un nuevo libro protagonizado por Lila Sacher y su tío Argus, de los que ya hay dos novelas en SM. Espero que este verano y el curso que viene sea productivo. Como veis, hay muchas historias en marcha, reclamando su tiempo y su espacio, y voy a tener que ser disciplinada para ir dándole forma a todas.

¡Muchas gracias por tu tiempo!