Usted empezó como periodista y después se convirtió en escritora. ¿A la hora de escribir le ha influido? Es decir, ¿se documenta de la misma manera para un artículo que para una novela?
Creo que mi experiencia en el periodismo me influye en más de una forma. Para empezar en la elección de los temas: sigo teniendo una mirada de periodista y muchas de las ideas que después desarrollo en la ficción salen de alguna noticia. También uso herramientas periodísticas para documentarme. No siempre lo hago, pero cuando siento que el tema lo necesita (o que yo lo necesito para abordar ese tema), investigo y realizo entrevistas en busca de información. Por dar un ejemplo: en El diamante oscuro, la protagonista tiene padres sordos, que se comunican a través de la lengua de señas. Entonces antes de escribirlo entrevisté a hijos de sordos, leí bastante sobre la lengua de señas e incluso fui a una clase donde la enseñaban. Es una forma de trabajar que me resulta interesante y que me aporta muchos detalles e ideas para volcar después en la ficción.
Usted se hizo conocida (al menos en España) cuando ganó el premio Barco de Vapor con (si no nos equivocamos) su primera novela: El complot de Las Flores. ¿Qué supuso ese premio para usted? ¿Era esa novela la primera o había escrito (aunque fueran inacabadas) otras obras anteriormente?
Supuso un cambio enorme. Hasta ese momento yo trabajaba full time como periodista y escribía ficción en ratos libres. Había publicado un libro de cuentos (Las ideas de Lía) y tenía la primera versión de una novela (la que después, totalmente reescrita, se convirtió en Café solo). Ganar un premio tan importante como el Barco de Vapor me abrió infinitas posibilidades. Decidí poner el periodismo en un segundo plano, dejé el cargo que tenía en el diario y desde ese momento me dedico a la literatura. Fue una decisión difícil, ya que implicaba un cambio de vida total. De trabajar en una redacción ruidosa, llena de gente, corrida siempre por el tiempo, pasé a la calma total y soledad de mi estudio. Pero nunca me arrepentí.
El complot de las flores y Café solo tienen una temática similar que podríamos denominar “embrollo-sentimental”, con mucha ternura, a diferencia de otras novelas suyas (como El camino de Sherlock o El hombre que quería recordar) más serias, con temática de misterio e investigación, y con menos humor y romance. ¿Podríamos decir que estamos ante dos líneas diferentes de su narrativa?
No coincido del todo con esa caracterización. Pienso que efectivamente El hombre que quería recordar y El camino de Sherlock tienen elementos en común, empezando porque ambos podrían incluirse en el género policial. En cuanto al humor, me parece que está en mayor o menor grado en todos mis libros. Y lo que los une a todos, creo, es el intento de retratar chicos y adolescentes reales, con su manera particular de mirar el mundo, sus relaciones, sus miedos, sus amores, sus intereses. Creo que El complot de las flores incluye, igual que Aunque diga fresas, una temática más social, mientras que Café solo, como También las estatuas tienen miedo, se centran más en el desarrollo del adolescente.
Sabemos que tiene una novela publicada en Argentina (El círculo de la suerte) que no está editada en nuestro país. ¿La podremos leer algún día por acá (como dicen ustedes)? ¿Nos puede contar algo sobre ella? ¿También trata el tema de chavales inmigrantes como en Aunque diga fresas (pero esta vez en Buenos Aires)?
Algunos de mis libros se publican primero en Argentina y otros en España. Las áreas de difusión dependen de cada editorial. En el caso de El círculo de la suerte, no tengo noticias de que vaya a salir en España, aunque quizás suceda más adelante. Es un libro que surgió a partir de una conversación con amigos sobre la suerte. ¿Existe la buena o la mala suerte?, ¿Hasta dónde uno puede determinar su propia suerte?: esas fueron las preguntas que lo dispararon. Me propuse hacer una historia circular: empieza con una chica que pierde una pulsera que, según la tradición familiar, da suerte y le pide ayuda a un amigo completamente racional que descree de cualquier superstición. Y esta pulsera va a pasar luego por otros personajes (unos la pierden, otros la regalan), describiendo un círculo hasta volver al punto inicial. La idea es que el paso de la pulsera por cada uno tiene un efecto determinado, que según como uno lo quiera interpretar, puede o no adjudicar a la suerte. Y no, no es una historia sobre la inmigración. Uno de los personajes es un ruso que vive en Buenos Aires, pero ese tema no tiene un lugar central en la trama.
En dos de sus novelas aparecen periodistas; en Café solo usa el personaje del Narigón para hacer una crítica a la prensa sensacionalista, mientras que El hombre que quería recordar aborda un periodismo de investigación, más serio. ¿Qué opina del actual periodismo? ¿Sigue colaborando con Página /12 o sólo se dedica a la escritura?
Creo que actualmente hay una fuerte corriente de periodismo sensacionalista (sobre todo en los medios audiovisuales) que acomoda la realidad a su gusto y a la necesidad de tener grandes titulares que vendan. Tienen una manera de informar con mucho ruido (y a menudo mentirosa) que personalmente detesto. Si se pone de moda el tema de los jóvenes y el crimen, entonces de un día para el otro parece que todos los adolescentes son potenciales asesinos. Luego el tema aburre y buscan otro: ahora parece que todos vamos a morir de gripe. Es un estilo informativo basado en la exageración y el golpe bajo. A eso apunta el personaje, un tanto caricaturizado, del narigón en Café solo. Por suerte, también hay otro periodismo que se se toma más en serio el trabajo. En lo personal, ahora estoy bastante alejada del mundo periodístico y sólo muy ocasionalmente escribo alguna colaboración.
¿Ha tenido problemas de censura en sus novelas por parte de los editores? ¿Y en sus artículos? ¿Qué opina de lo políticamente correcto en la literatura juvenil?
No, por suerte me encontré en general con editores muy respetuosos. Los cambios que me piden a veces en España tienen que ver con algunas palabras o giros idiomáticos diferentes debido a la variante del español, con la idea de facilitar la comprensión. Creo que la noción de lo políticamente correcto aparece en la literatura infantil y juvenil con los famosos y vapuleados “valores”. Muchos libros juveniles son promocionados apelando a ese concepto y una novela a veces termina siendo definida a modo de recipiente: tiene solidaridad, ecología y convivencia, como si fueran ingredientes de una torta. Creo que ese enfoque pierde de vista que el principal valor de un texto literario es estético, que su riqueza pasa por la originalidad del argumento, por el desarrollo de los personajes, por la potencia de la trama o el trabajo de estilo y no por los supuestos “valores”.
Sabemos que ha visitado muchos colegios e institutos (tanto en Argentina como en España) ¿Qué tal es la relación con sus lectores? ¿Nota diferencias entre ambos países o los adolescentes son más o menos iguales en todas partes?
Me gusta hacer visitas a los colegios porque permiten un contacto directo con los lectores y una respuesta que suele ser sincera (sobre todo entre los más pequeños, que están menos inhibidos) a los diferentes aspectos de un libro. Tanto en Argentina como en España me encontré con preguntas e inquietudes semejantes entre los chicos y adolescentes. Una diferencia que observé es que en España la visita de un escritor es bastante usual, quizás ya parte de la rutina académica, mientras que en Argentina sigue teniendo cierta excepcionalidad y eso le da un carácter más festivo al encuentro.
¿Cómo le surgen las ideas? ¿Qué es lo primero: una imagen, una frase, un sueño? Sabemos que usted no planifica toda la novela sino que va desarrollando la trama a medida que escribe. ¿Le ha causado eso algún problema? ¿Cuál es la novela qué más le costó escribir? ¿Y la que menos? Todas sus novelas tienen más o menos una extensión de entre 130-150 páginas con capítulos muy breves. ¿Le gustan las distancias cortas o es que sintetiza mucho?
Las ideas surgen de modos muy distintos. Puede ser a partir de algo leído, algo que he visto en la calle o que alguien me ha contado. Varias surgieron a partir de temas que trabajé como periodista y quedaron dando vueltas en mi cabeza. Creo que ir armando la trama mientras uno escribe tiene elementos a favor y en contra. Por un lado da flexibilidad: al no atarme a un plan rígido, estoy abierta y la idea original a veces se convierte en algo mucho más rico e interesante en el desarrollo, que quizás guarda poca relación con el planteo inicial. Pero también puede suceder que a mitad de camino me trabe y por falta de un plan bien estructurado no sepa hacia donde disparar. A veces termino descartando buena parte del trabajo que ya hice para poder encauzar la trama. En cualquier caso, para mí no es una elección, es la única manera en que puedo trabajar. En cuanto a la extensión, es cierto que tiendo a ser concisa (a veces demasiado), aunque hay una novela más larga: El diamante oscuro tiene unas trescientas páginas. Esa fue, justamente, la que más me costó. No tanto por la extensión, sino porque me embarqué en el género de la aventura, algo que no es terreno conocido para mi y me costó resolverla.
Usted tiene dos novelas (También las estatuas tienen miedo y Aunque diga fresas) en las que presenta a unos preadolescentes muy tiernos, cercanos, muy alejados de los estereotipos, ¿cómo lo logra? ¿Se basa en personas reales para crear a sus protagonistas? En ambas novelas aparecen personajes con familias rotas (en el caso de Florencia por el reciente abandono de su padre y en el caso de Claudio, por el fallecimiento de su madre) pero aborda esta temática de una manera muy natural, sin grandes traumas. ¿Es un tema que usted conoce (quizá por algún artículo anterior)?
Intento trabajar todos los personajes alejándome de los estereotipos. No me gustan los “héroes” y “villanos”, prefiero los tonos intermedios, los matices, que creo que se acercan más a la vida real. Las familias separadas o rotas son una realidad cercana para mí, y creo que para mucha gente. Sé que a veces puede ser un tema conflictivo. En una escuela, una chica me planteó que le molestaba que los padres de Florencia estuvieran separados y no se juntaran. Eso dio lugar a una conversación del grupo muy interesante, donde varios chicos expresaron sus opiniones o sentimientos sobre la separación. Creo que un aspecto rico de la ficción es, justamente, la posibilidad de generar emociones, de provocar al lector para que mire hacia adentro.
Sabemos que se entrevistó con varios chicos y chicas para hablar de la inmigración en Madrid de cara a la preparación de su novela Aunque diga fresas. ¿Le resultó fácil? ¿Se abrieron a usted?
Fue interesante pero no fue fácil. Pasé una buena temporada en Madrid haciendo estas entrevistas. La editorial me ayudó un poco con algunos contactos y a otros accedí a través de amigos o colectivos de inmigrantes. Me centré en tres nacionalidades: colombianos, argentinos y ecuatorianos. Con los argentinos fue todo más sencillo, seguramente había una identificación, un lenguaje común que permitió que se abrieran. Con los colombianos fue un poco más difícil, pero una vez roto el hielo funcionó. Con los ecuatorianos me costó mucho más hacer contacto, los encontré más cerrados. Por supuesto, no voy a hacer una generalización a partir de una muestra tan pequeña, pero inevitablemente eso terminó reflejándose en los personajes.
¿Ha pensado alguna vez en abordar el género fantástico? ¿O se siente tan cómoda en el realismo que no piensa dejarlo?
No soy una gran lectora del género fantástico y tampoco me atrae mucho escribirlo. Pero hago mío eso de “nunca digas nunca”: quién sabe qué pasará en el futuro. Es cierto, sin embargo, que me siento cómoda en el realismo. Lo más fantasioso que escribí fue La rebelión de las palabras (que más que fantástico entraría en un género que podríamos llamar disparatado): es la historia de una familia en la cual algunos miembros sufren una enfermedad y las palabras se les rebelan: hay uno que sólo puede hablar en rima, otro al que se le pelean dos letras y se niegan a salir juntas…. Es un libro más volcado hacia el humor y el juego, que me divertí mucho escribiendo.
Fue la última ganadora del premio Jaén de literatura juvenil con su obra El camino de Sherlock; desde entonces, el premio ha dejado de convocarse. ¿Cómo se siente siendo la última ganadora? ¿Alguna anécdota de ese premio? ¿Le queda algún premio por ganar? ¿Cuál le haría ilusión?
Me apena que el premio haya perdido continuidad, porque tenía una trayectoria y autores interesantes entre sus ganadores. Pero me da mucho gusto que El camino de Sherlock haya sido premiado. Es un libro que disfruté mucho, incluso antes de empezar a escribirlo. En este caso, también investigué un poco para darle vida al personaje central, un chico con una rara inteligencia, un poco antisocial y fanático de Sherlock Holmes. Entrevisté a algunos chicos “superdotados” (o “con altas capacidades” para usar la terminología actual), y también a personas ya adultas que habían tenido una infancia de “niños genios” para entender qué rastros, qué recuerdos había dejado en ellos. Y luego leí minuciosamente todas las novelas y cuentos protagonizados por Sherlock Holmes. Es decir que el libro fue un placer antes de nacer.
Premios hay muchos y por supuesto estaría feliz recibir algún otro. Un premio no sólo es gratificante como reconocimiento, sino que significa un impulso muy fuerte para el libro premiado. Yo vi ese enorme impulso sobre todo en el caso de El complot de Las Flores en lo que hace a la difusión, a la publicidad, a las traducciones. Todo eso le da al libro la posibilidad de llegar a muchos más lectores.
En una entrevista suya (que leímos en internet) hablaba de la novela El increíble Kamil y decía que saldría para marzo en España. ¿Qué ha pasado con ella? ¿La podremos leer pronto? ¿Puede contarnos alguna novedad sobre en qué está trabajando ahora?
El increíble Kamil saldrá en España muy pronto, en septiembre, dentro de la colección Barco de Vapor. Trataré de resumir su argumento sin dar a conocer ninguna clave importante. La trama va por dos líneas diferentes. Una se centra en Carlos, un chico un tanto ingenuo que se hace amigo de Kamil, algo mayor que él, quien parece tener extraños poderes, como si se tratara de un superhéroe. Paralelamente hay un médico que oye hablar de un adolescente que camina sobre brasas ardientes y constantemente se pone en peligro, a quien quiere encontrar para estudiarlo y desentrañar el enigma de su temeridad.
En cuanto a lo que tengo entre manos, no me gusta mucho comentar algo que aún está en ciernes, pero puedo hablarles de lo que ya está terminado: una continuación de El camino de Sherlock. Es la primera vez que escribo una secuela. Lo que me atrajo en este caso fue la idea de escribirla cambiando el punto de vista. Esta vez quien cuenta la historia (un nuevo caso criminal en el que se involucran los dos amigos) no es Francisco (Sherlock), sino Arturo (Watson). Esto me permite observar al personaje central con una mirada diferente. El libro se llama No es fácil ser Watson y saldrá en Argentina en 2010.
Hay muchos autores de literatura juvenil, tanto argentinos en particular como latinoamericanos en general, que por desgracia no son muy conocidos en España (e incluso no son ni editados). ¿Alguna recomendación para nuestros lectores?
Lamentablemente, el problema es similar acá: pese a la cercanía geográfica no se difunden muchos autores de literatura juvenil brasileños, colombianos o peruanos, por citar algunos. En cuanto a los argentinos, hay muchos valiosos. Mencionaré sólo unos pocos: Pablo de Santis, Ricardo Mariño, Liliana Bodoc, Ema Wolf, María Teresa Andruetto, Carlos Schlaen, Gabriela Keselman, Mario Méndez.