Una raza alienígena, cuyos pezones son la única similitud con la humana, lleva abduciendo a Henry Jerome Denton desde los trece años. Ha pasado como mínimo doce veces y siempre empieza de la misma forma: con sombras, una pesadez en la entrepierna como si tuviera la vejiga repleta de pis y, de inmediato, la parálisis. Dentro de su nave espacial, en una sala de auscultación, lo desnudan y realizan con él lo que supone que son experimentos.

Para Henry, que ahora tiene dieciséis años, las cosas no son fáciles. Fuera de casa, día a día carga con el mote de Space Boy, porque su hermano se fue de la lengua y le contó a todo el mundo que Henry había sido abducido. Su novio, Jesse, quien a su parecer representaba lo mejor de sí mismo, se suicidó hace cosa de un año. Y, ahora, Marcus McCoy juega con él de la forma más vil posible: humillándole delante del resto del instituto y enrollándose con él a escondidas.

Por si fuera poco, los alienígenas se han comunicado por primera vez con Henry: el mundo se va a acabar el 29 de enero de 2016, pero él puede evitarlo con tan solo pulsar un botón. Quedan, desde ese momento, ciento cuarenta y cuatro días para que decida si la humanidad merece ser salvada de su destrucción. Pero… ¿importa acaso lo que decida? A fin de cuentas, todos nosotros somos hormigas: diminutos e insignificantes en comparación con el universo.

Narrada en primera persona y en retrospectiva, We Are the Ants es la obra que merecidamente marcó, en 2016, un antes y un después en la carrera literaria de Shaun David Hutchinson, entusiasta defensor de los derechos del colectivo LGBT+ y de la prevención del suicidio. Una novela existencialista que se lee como una carta de amor a Matadero cinco de Kurt Vonnegut, aunque directamente no lo sea.

Una obra de ciencia ficción en la que las abducciones son puntuales y lo que tiene verdadero peso es la cartografía personal y emocional del protagonista: no hay mayor conflicto que la propia existencia. Por ello, coherentemente, la novela no da demasiadas respuestas, pero insta a tomar decisiones: ya sea vivir —preferiblemente— o dejar de hacerlo.