«Mi madre fue la primera en convertirse en una casa encantada. Dentro de ella había amores muertos que aún la habitaban, y yo ya no sabía cómo dejarlos marchar».

Bree probó a espantar al fantasma que atormentaba a su madre con un cambio de aires. Hacía años que no pisaban la casa del pueblo; hasta allí no podía seguirlas. En Dublín, sin embargo, su padre vivía en cada esquina. O al menos, el recuerdo que guardaban de él, porque ya llevaba un año muerto. Aunque para Bree lo estuviera desde mucho antes.

Nunca contó con que sus propios espectros la esperaran en Degriffin. Era una niña cuando vio a Adam, su mejor amigo, por última vez. Ahora, parecía que solo la altura del joven había cambiado. ¿Por qué sentía que entre ellos no habían pasado los años? Con el resto de compañeras, incluidas Gina y Carrie, notaba una separación abismal. Así que solo era cuestión de tiempo que se recluyera.

Escuchar las voces del lago y tener visiones escalofriantes que la incitaban a salir de allí tampoco ayudó, la verdad.

Beatriz Esteban firma su cuarta novela publicada bajo una premisa conocida: una familia trastocada por el duelo sufre la ira sobrenatural de las criaturas que, en su ausencia, han ocupado la casa rural de la infancia. El elemento paranormal fluye con total naturalidad gracias a la ambientación céltica, donde no nos sorprende ver que la protagonista domina la mitología local y los tratados de espiritismo.

Si bien la primera parte peca, precisamente, de contar una historia tan común que resulta repetitiva, hacia la mitad toma un derrotero singular que capta de nuevo nuestro interés. Las páginas pasan lentas, pero entonces las degustamos, y entendemos que tiene que ser así, porque la evolución de Bree lo requiere. La autora lo ha estudiado a fondo, pues al fin y al cabo es psicóloga.

Poco más podemos contarte. Los fantasmas nos vigilan, y ya sabes que no les gusta que se desvelen sus secretos. Tendrás que plantarles cara para escuchar la voz de Bree: ella te necesita.