La Habana, Cuba. Santiago, al que todos por la zona se refieren como El viejo, es un pescador que lleva ochenta y cuatro días sin pescar. Es motivo de burlas y cuchicheos allá donde va, pero los vecinos también se muestran algo temerosos. De hecho, los padres de Manolín, el niño que lo ayudaba a pescar, le han prohibido volver a montarse en su embarcación, no vaya a ser que se contamine de mala suerte. Aun así, el joven lo cuida y en ocasiones hasta se sacrifica por él; se trata de su maestro, al fin y al cabo.
Al amanecer del día ochenta y cinco, Santiago se lanza al mar completamente solo, dispuesto a acabar con su mala racha.
Publicada en 1952,
El viejo y el mar es probablemente la obra más célebre de Ernest Hemingway, una de las grandes figuras literarias del siglo XX. A pesar de la estructura sencilla, el lenguaje claro y la brevedad de la novela, el autor reflexiona acerca de algunas de nuestras inquietudes más universales, como la soledad, la lealtad o la muerte.
Hemingway explora estos temas a través de su personaje protagonista, a quien acompaña durante los tres días que dura su travesía en altamar. Aunque no lo reconocería en voz alta, El viejo se siente derrotado y vulnerable, a expensas de lo que el mar tenga reservado para él. Además, echa de menos a Manolín, su joven ayudante. Por eso recurre a sus recuerdos… Rememora su juventud, los lugares que visitó, las costas que bordeó en su barco y, sobre todo, cómo era la vida junto a su difunta esposa.
Con un final abierto a la interpretación del lector, aunque satisfactorio, Ernest Hemingway cierra esta obra que narra la búsqueda de nuestras metas, búsqueda que en ocasiones nos lleva a nuestros límites físicos o mentales. La soledad de Santiago en el mar no es más que la representación de cómo a la hora de la verdad estamos solos en nuestra lucha, y de lo importante que es, en esos casos, mantenernos firmes para que nuestra determinación no se venga abajo