Jagan tiene 60 años y una tienda de dulces. Vive en la India y hace de la tradición el eje espiritual que guía su vida: reza diariamente, come sólo lo que necesita y valora la austeridad por encima de cualquier mentalidad empresarial. Sólo hay algo en lo que no escatima gastar su dinero: su hijo Mali, para quien tiene prevista la mejor educación en la universidad. Él, en cambio, tiene otros planes: quiere irse a América, y quiere ser escritor.
Jagan, aconsejado por «el primo», su máximo confidente y a menudo vínculo entre padre e hijo, permite a su hijo viajar a América y deposita en él toda su ilusión y confianza. En cambio, cuando regresa, Mali lo hace con una esposa neoyorkina y un proyecto de empresa entre manos: la fabricación de una máquina para escribir novelas comerciales. Por si fuera poco, pretende que Jagan sea partícipe del nuevo negocio.
El lector asiste entonces a la sorpresa y dolor de Jagan, así como a la tensión dialéctica entre tradición e innovación, y tal vez también entre globalización y la defensa de la cultura nacional. No obstante, tal diálogo no se plasma en el libro, intencionadamente centrado solo en los pensamientos y convicciones de Jagan. Así consigue que el lector comparta su confusión, y que los personajes de Mali o de su nuera se muestren indescifrables, volátiles, como venidos de una civilización lejana que también a nosotros nos resulte desconocida y desconcertante.
Esta novela es un dulce artesanal. Como aquellos que Jagan vende en su tienda, solo con ingredientes naturales y hechos a mano, este libro merece ser saboreado sin prisas, paladeando la quietud que el autor transmite. Su olor transporta directamente a la India, a sus especias. Todo sabe a la India en cada una de sus páginas. Como no podía ser de otra manera, no encontraremos en El vendedor de dulces ingredientes de una novela comercial, ni giros inesperados, ni una trama impactante. Sólo el monólogo de un hombre indio que se aferra a su cultura contra viento y marea; tan solo el relato de un padre desorientado porque no comprende a su hijo.
R.K. Narayan escribió este libro en 1967, unos años después de ser galardonado con el Premio Nacional de la Academia India de Literatura por su novela El guía (1958). Su prosa, delicada y tranquila, irónica y cómica en ocasiones, invita a jóvenes y a adultos a disfrutar de su lectura.