Imagina que eres un investigador especializado en herencias. Normalmente te contratan con la esperanza de que encuentres tesoros escondidos, algo como un palacete olvidado con el paso del tiempo, y que, como es de esperar, nunca existe. Pero un día te hacen un misterioso encargo: descubrir el sentido de las últimas palabras de un hombre, Jorge Riesco, que antes de morir pidió que destruyesen unos documentos escondidos en la finca familiar. La dificultad está en que Jorge Riesco murió cuarenta años atrás, y en que ni él ni su familia tuvieron nunca una finca.

Las pistas son pocas, pero el lector tiene más información que el joven investigador, pues la mitad de los capítulos están narrados desde el punto de vista de Riesco. Así descubrimos que era policía, que trabajaba en la unidad de delitos contra el patrimonio artístico y que en el momento de su muerte estaba investigando un robo en apariencia inofensivo.

De este modo, Carlos Fortea va enlazando las distintas tramas de la novela —por un lado, el misterio del asesinato del policía, y por otro, las tramas más personales, de amor y amistad, de ambos protagonistas— y logra despertar desde el principio el interés del lector, y mantenerlo a lo largo de todo el libro.

De los capítulos de Jorge Riesco, lo que nosotros destacaríamos sería su verosimilitud, tanto en la ambientación como en la creación de personajes. De los del investigador, cuyo nombre nunca se dice, la empatía que produce este narrador y la química en la trama romántica.

Carlos Fortea es traductor literario y profesor en la Universidad de Salamanca. Los acontecimientos de A tumba abierta están narrados de un modo muy habilidoso, que dosifica la información acerca del misterio de un modo natural, nada forzado. Por eso en esta reseña no hemos querido contarte mucho sobre la trama, poco más de lo que podrías averiguar leyendo los dos primeros capítulos. Si te gustan los libros de misterio, no lo dudes: A tumba abierta vale mucho y cuesta solo diez euros.