Standish Treadwell es tonto de remate, o eso es lo que todos sus compañeros de clase creen, pero hay algo que él tiene y el resto no: imaginación. Eso y un amigo: Hector. Dos cosas a las que aferrarse, y las únicas capaces de cambiar su historia. Siempre ha sido un niño peculiar, sobre todo porque tiene un ojo de cada color, y solitario, al menos hasta que la familia de Hector es trasladada a la Zona Siete, gueto al que destierran a todos aquellos que puedan suponer un problema para la hegemonía de Patria y donde él vive. Desde el primer momento la conexión entre ambos es evidente, y juntos soñarán con Juniper, un planeta creado por ambos al que escaparán tan pronto como terminen de construir la nave espacial.
Un día, jugando cerca del muro que los separa de lo desconocido, la pelota se cuela y Hector decide ir a buscarla. Al hacerlo, descubre algo que podría suponer el declive de Patria (y que el gobierno está dispuesto a ocultar cueste lo que cueste... pero ¿qué es? ¿Y cómo podrán ellos detenerlo?)
Sally Gardner nos presenta una realidad paralela a 1959. Patria no es ni más ni menos que otra manera de llamar a la Alemania nazi pues, aunque no se describe a la perfección el funcionamiento del gobierno, es evidente que se trata de un régimen autoritario de las mismas características. Aunque la ambientación no es muy detallada, es suficiente para que el lector se pueda imaginar perfectamente en que situación se haya todo.
Las tres caras de la luna está narrada desde el punto de vista de nuestro entrañable protagonista, Standish, con el que no tardarás en empatizar, aunque al principio la autora nos haga creer que se trata de un niño de ocho años, y no de quince. Los personajes que acompañan al héroe de esta historia en su hazaña solamente están perfilados, algo que no es necesario para comprender qué les lleva actuar de la manera en la que lo hacen.
Desde El Templo te animamos a leer esta sorprendente novela que te mantendrá en tensión desde la primera página, te pondrá la piel de gallina y te hará sonreír al mismo tiempo. Con unos capítulos cortísimos que hacen la lectura más ligera, Las tres caras de la luna no es ni más ni menos que una oda a la amistad y la libertad.