La guerra empezó para ellos no con el estruendo de una bomba, sino con la fragilidad de un susurro. Arropados por el tabaco y la música jazz de una fiesta de la Universidad de Londres, Rory, Bram y Vera soñaban con un futuro que aún creían suyo. Era 1938 y la juventud se les escapaba.
Rory fue llamado a filas unos meses después y Bram no tardó en seguirlo. Pero, para Vera, la guerra llegó como una batalla distinta. En 1940, ninguno de sus artículos para el Telegraph le consigue una acreditación para narrar las historias del frente, por lo que busca un nuevo camino entre vendajes y camillas, donde los ecos de la contienda no son historias ajenas, sino rostros conocidos. Allí se prepara para escribir lo que sea necesario, incluso cuando la muerte se empeña en sofocar sus palabras.
Esta historia es mucho más que una crónica de guerra. La pluma poética pero honesta de Andrea Tomé, con una narrativa que explora los miedos y anhelos más humanos, nos transporta a una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial, desde unos años antes del Blitz hasta los juicios de Núremberg. Habla del dolor, de la muerte y, en especial, del amor. El amor que cabe en una carta a tu amigo que espera por ti, el que se esconde en el abrazo desesperado de unos padres a su hijo que tal vez no regrese y el amor como miedo constante a la pérdida.
La escritura es el elemento central de la novela. Aunque su jefe le sugiera redactar recetas con la comida del racionamiento, Vera es una joven periodista que lucha por contar la verdad. Quiere dar testimonio de los horrores que presencia para que el mundo no olvide que siempre habrá rostros que buscar y heridas que no cierran. Porque la guerra nunca desaparece del todo.
Tinta y ceniza nos recuerda que la verdad siempre merece ser contada, por más dolorosa que sea. Con un estilo lírico, una rica ambientación y unos personajes dolorosamente humanos, Andrea Tomé narra la historia de una tierra muerta, pero, ante todo, de la vida que lucha entre sus grietas.