Honor y su familia acaban de mudarse a la plácida Isla 365 en el mar Tranquil. Allí todo parece perfecto: el cielo está controlado digitalmente para que siempre tenga un agradable color azul y nunca llueva, en las calles siempre hace la temperatura ideal, las personas jamás se pelean, nunca hay nadie triste y todo está envuelto por una angustiosa calma que la joven es incapaz de comprender. Todos los habitantes de la isla rezan día y noche a la Madre Tierra y le dan gracias porque les permitiera sobrevivir a la Inundación que arrasó el mundo. En las casas no pueden tener ni ordenadores, ni teléfonos, ni libros; una vez son mayores pueden cogerlos de la biblioteca y llevarlos a casa, pero nada más. La única autora que hay es la Madre Tierra y no hay más libros de los que ya están escritos. Todo está diseñado para ser perfecto y para que ninguna sorpresa perturbe la quietud del lugar. Sin embargo, ni Honor ni su familia son felices allí. Saben que algo late bajo la aparente calma, algo que está muy cerca de estallar, y que si osan comentarlo en voz alta o intentar averiguar de qué se trata, desaparecerán… como lo han hecho todos aquellos que no han logrado encajar.
Allegra Goodman publicó The other side of the island en 2008 y desde entonces no ha dejado de recibir buenas críticas y recomendaciones, algo totalmente comprensible. Con esta novela, Goodman plantea un futuro distópico en el que los humanos somos felices en la armonía que otorga lo predecible y sin el temor a los acontecimientos inesperados. La ambientación, lograda con una soberbia maestría desde el comienzo hasta el catastrófico final, va envolviendo al lector en esta realidad tan idílica y al mismo tiempo agobiante, sin dejar en ningún momento de lado a los personajes y la trama. Sin complicadas descripciones ni enmarañadas explicaciones, la autora va dando forma a la Isla 365 y a todos los artilugios que la hacen posible y que, para asombro y temor del lector, no difieren tanto de muchos de los que actualmente podemos encontrar en nuestras vidas.
Según Goodman, la idea le vino durante un día de verano en el que estaba sufriendo una terrible ola de calor y pensó que lo único que quería era pasar de su trabajo en el que había aire acondicionado a su coche con aire acondicionado y de allí a su casa con aire acondicionado. Entonces, cuando se tiró en el sofá del salón, pensó: Ojalá las calles también tuvieran aire acondicionado. Y ese fue el germen de su original distopía.
En resumen, una excelente elección para quienes les apasione este tipo de novelas que nos hará cuestionarnos, una vez más, si no estamos anteponiendo demasiado nuestras necesidades más efímeras a la propia naturaleza.