La mayoría de los estudiantes que se presentan a la temida Selectividad tienen pensado qué hacer con su futuro. Lo que jamás se imaginó Alfredo, un buen estudiante, sería suspenderla no una, sino dos veces seguidas.
Por eso decide buscar trabajo, a pesar de la negativa de su familia y su novia. Se dirige a todas las empresas recomendadas por su padre, pero no hay suerte. Finalmente, y en contra de sus principios, decide trabajar con su padre en el despacho de abogados. Empieza como todos, de becario, pero no le termina de convencer.
En una noche de fiesta, se junta con malas compañías y empieza a tomar «caramelos», una manera muy peculiar de referirse a las drogas de diseño. En sus incursiones nocturnas, será la personalidad de Fredi y no la de Alfredo la que aflore. El joven cree controlar la situación, pero hechos terribles que sucederán en su entorno le harán pensar que quizá este no era el medio adecuado para sobrellevar mejor el nuevo rumbo que tomó su vida cuando decidió ponerse a trabajar.
Carlos Goñi nos cuenta una historia dura y real, que nos adentra en un mundo donde las drogas son las que mandan y para nada son las «controladas».
Si bien los personajes secundarios son estereotipados, son necesarios para hacer la historia creíble. Cada uno es necesario para que la historia encaje. El personaje principal, Alfredo, es de los pocos (por no decir el único) que evoluciona a lo largo de la trama. Lo más probable es que al principio de la historia el lector no empatice con el protagonista por sus decisiones; le verá inmaduro y con un comportamiento casi infantil. Sin embargo, según avance la trama, el lector querrá saber cuál es el futuro que le depara. A esto hay que añadirle la buena narración y lo actual que es esta desgraciada situación.
Más que una historia para entretener y evadirse un rato durante la lectura, es una historia para aprender lo que no se debe hacer, ver que existen otras soluciones y las consecuencias tan terribles que puede acarrear una mala decisión.