Si eres de esos que temen la tecnología, que desconfían del big data y todas esas cosas que no sabemos muy bien qué son pero que tan amenazadoras parecen, déjanos decirte que te equivocas. Lo mejor que podría pasar es que la tecnología tomara el mando. Así ha sucedido en el futuro en el que viven Rowan y Citra; un futuro controlado por la inteligencia artificial del Nimbo, donde no existen los gobiernos, ni las guerras, ni la pobreza… ni la muerte.
El ser humano ha conquistado la inmortalidad. Las enfermedades se han erradicado, puedes «reiniciar el contador» y recuperar un aspecto joven cuando quieras, y la ciencia ha avanzado tanto que puede revivirte aunque te haya pasado por encima un tráiler de mil toneladas.
Pero, por mera lógica demográfica, no todo el mundo puede vivir para siempre. Por eso existen los segadores, los profesionales de la muerte. Cumplen una labor social cribando al número necesario de personas al año y, por ello, son tan respetados como temidos. Pero hay algo casi peor que ser la víctima de un segador: convertirse en quien habita debajo de su túnica.
La premisa de un mundo donde la única muerte es la artificial es sin duda muy atractiva, y Shusterman sabe aprovecharla. La primera mitad de la novela es más lenta en cuanto a trama, pero plantea reflexiones de lo más interesantes (e incluso inquietantes) que solo podrían hacerse en el marco de una historia como esta.
Pero no creas que eso es todo lo que encontrarás en Siega. El lado reflexivo está presente, como en todas las novelas de Shusterman, pero también hay acción, violencia y crudeza. No podría ser menos, cuando los protagonistas son básicamente aprendices de la Parca. Los entresijos del mundo de los segadores también son un punto fuerte de la historia: sus detalles nos sumergen de lleno en la ambientación, y sus rincones oscuros nos mantienen pegados a las páginas.
La mejor forma de definir Siega es decir que se trata de una novela de Shusterman, con lo que ello conlleva: buenos personajes, estilo impecable y la capacidad de dejarte cavilando mucho después de terminar de leer.