Hugo se despierta en la cama de un hospital lleno de magulladuras y con la pierna hecha trizas. Ha tenido un accidente de coche junto a sus padres y a su hermana pequeña. Solo él sobrevivió.
Al salir del hospital, irá a vivir con su tío Marcos, músico de renombre. A pesar de encontrarse en casi perfecto estado físico, su cojera no desaparece, como si necesitara un recordatorio perpetuo de su historia reciente.
Esta nueva vida, radicalmente distinta, se presenta con una gran pregunta a la que no parece encontrarle respuesta: ¿cómo rehaces tu vida cuando todo lo que conocías ya no existe?
Retomar el vuelo reflexiona sobre esta pregunta a través de capítulos muy breves en tan solo 120 páginas. Aunque a primera vista pueda parecer que la trama va a ser banal por la corta extensión de la novela, Ana Sarrías consigue emocionar sin caer en el drama fácil. La línea es muy fina, pero la autora está cómoda en ella. Con su prosa discreta consigue conectar con el lector, ya que dota de vida y verdad la mayoría de las escenas.
En un momento de la obra, Hugo vuelve a casa de sus padres, y Sarrías narra los objetos que allí encuentra, y las sensaciones que experimenta, pero cuando el chico se derrumba, la escena acaba. Esta escena, hermosa, es un gran ejemplo de la narrativa de Retomar el vuelo. Los momentos más íntimos pertenecen solo al protagonista, por lo que el lector nunca llega a convertirse en un espectador morboso de la tragedia del muchacho, sino en un acompañante en su camino por escapar del todo de aquel coche. En esto radica lo mejor la novela: en cómo la autora no se centra en hurgar en la herida, sino en reflejar un proceso de duelo.
Si bien es cierto que los personajes pueden resultar un poco infantiles (aunque su corta edad lo justifica en cierta medida) y la mayor parte de referencias y reflexiones grandilocuentes no acaban de encajar con el resto del libro, que apuesta por un tono más sencillo, Retomar el vuelo es un buen retrato del duelo y el debut juvenil de una autora que nos gustaría volver a leer.