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La Reina Negra (Historia negra de los antiguos reinos I)
Llanos Campos

SM
Zona <20 El Templo#68 (febrero 2019)
Por Pablo G. Freire
4.356 lecturas

Nunca antes en los antiguos reinos una princesa había tomado a una escla­va a su servicio, desafiando a toda su cor­te. Nunca antes en las tierras conocidas una princesa había aspirado a reinar sin contraer matrimonio. Nunca antes, des­de el sur hasta la lejana Northumbría, un monarca había velado por su pueblo antes que por sí mismo, ni tendido lazos con sus más acérrimos enemigos.

Porque nunca antes había existido una princesa como Tamiel, ni se había contado una leyenda como la suya: la historia de la Reina Negra. Este es el re­lato de cómo Tamiel, hija única del te­mible rey de Latos, tomó las riendas de un destino que hasta entonces maneja­ban los hombres, y de cómo, para bien o para mal, sería recordada para siempre. Una historia de poder, traición y, cómo no, de amor.

Desde el primer capítulo quedé em­briagado por una obra que exhibe con orgullo su particularidad. Una prosa indudablemente bella, casi como la de una fábula, y unos diálogos que recuer­dan a los de una obra de teatro; decisio­nes creativas que podrían entorpecer la narración, pero en su lugar contribuyen al logrado tono de la novela.

La piedra angular de esta historia tiene nombre propio: Tamiel, princesa de Latos, hija de Radón y Anae y des­cendiente de Nesis y Avea. En ella y en su arco argumental se concentra todo el empoderamiento que cabe en un per­sonaje, al menos durante la crónica de su ascenso y su caracterización como un personaje marcadamente feminista. No obstante, la introducción de un interés amoroso a mitad de recorrido dinamita gran parte de su fuerza, y da pie a un segundo tramo que pierde lo que hacía especial a la primera parte de la nove­la. La culpa no la tiene la relación en sí, sino el cambio de dirección que supone la aparición de un personaje masculino que frena el recorrido de Tamiel y trai­ciona, a mi juicio, algunos de los valores que en un principio se reivindicaban.

La lectura de La reina negra se con­vierte por momentos en un juego de contradicciones, que combina decisio­nes dudosas con otras de admirable so­lidez. Dejo que seas tú, lector, quien de­cida con qué parte te quedas.