Nunca antes en los antiguos reinos una princesa había tomado a una esclava a su servicio, desafiando a toda su corte. Nunca antes en las tierras conocidas una princesa había aspirado a reinar sin contraer matrimonio. Nunca antes, desde el sur hasta la lejana Northumbría, un monarca había velado por su pueblo antes que por sí mismo, ni tendido lazos con sus más acérrimos enemigos.
Porque nunca antes había existido una princesa como Tamiel, ni se había contado una leyenda como la suya: la historia de la Reina Negra. Este es el relato de cómo Tamiel, hija única del temible rey de Latos, tomó las riendas de un destino que hasta entonces manejaban los hombres, y de cómo, para bien o para mal, sería recordada para siempre. Una historia de poder, traición y, cómo no, de amor.
Desde el primer capítulo quedé embriagado por una obra que exhibe con orgullo su particularidad. Una prosa indudablemente bella, casi como la de una fábula, y unos diálogos que recuerdan a los de una obra de teatro; decisiones creativas que podrían entorpecer la narración, pero en su lugar contribuyen al logrado tono de la novela.
La piedra angular de esta historia tiene nombre propio: Tamiel, princesa de Latos, hija de Radón y Anae y descendiente de Nesis y Avea. En ella y en su arco argumental se concentra todo el empoderamiento que cabe en un personaje, al menos durante la crónica de su ascenso y su caracterización como un personaje marcadamente feminista. No obstante, la introducción de un interés amoroso a mitad de recorrido dinamita gran parte de su fuerza, y da pie a un segundo tramo que pierde lo que hacía especial a la primera parte de la novela. La culpa no la tiene la relación en sí, sino el cambio de dirección que supone la aparición de un personaje masculino que frena el recorrido de Tamiel y traiciona, a mi juicio, algunos de los valores que en un principio se reivindicaban.
La lectura de La reina negra se convierte por momentos en un juego de contradicciones, que combina decisiones dudosas con otras de admirable solidez. Dejo que seas tú, lector, quien decida con qué parte te quedas.