Érase una vez una chica que nunca tuvo un hogar. Seis semanas aquí, dos meses allí… Alice y su madre, Ella, siempre se han visto obligadas a actuar así, huyendo de los inquietantes accidentes que las seguían allá donde fueran. Su vida es una sucesión de residencias temporales, entretejidas por un interminable hilo de viajes por carretera.
Hasta que algo corta ese hilo: la carta que les comunica que la abuela de Alice, Altea Proserpina, ha muerto. A Alice la noticia le resulta tristemente ajena: nunca conoció a su abuela, la autora del famosísimo (y agotadísimo) libro Cuentos desde el Interior. Todo lo que sabe de ella lo ha descubierto recopilando a lo largo de los años las escasas entrevistas que concedió. Por su parte, Ella tampoco está dispuesta a hablar de su madre. De hecho, cuando se entera de que Altea ha muerto, se alegra, convencida de que la mala suerte que las persigue se marchará con su madre al otro mundo.
No podía estar más equivocada.
Érase una vez un ser misterioso que te trenzó el pelo mientras dormías. Érase una vez un cuervo que te entregó una carta con un cuento que llevaba tu nombre. Érase una vez una madre que desapareció sin dejar rastro. Alice comprueba que las historias cobran vida cuando cruzan La puerta del bosque, y no son historias agradables. La protagonista se enfrenta al lado más siniestro de la fantasía, mientras intenta desesperadamente recuperar a su madre. Es cierto que la primera mitad de su aventura es lenta, un reflejo de la propia indecisión de Alice, que no sabe ni por dónde empezar a buscar. Sin embargo, cuando finalmente lo descubre, la trama se precipita hacia una narración increíblemente imaginativa, con el encanto de los viejos relatos y el toque siniestro que solo un cuento puede tener.
Al otro lado de La puerta del bosque no encontrarás una trama medida a la perfección o un ritmo angustioso. Lo que ofrece esta novela es una protagonista que se aleja de la típica chica enamorada, y la ambientación encantadora y a la vez tétrica de los cuentos más oscuros. Y recuerda: «a los cuentos de hadas les da lo mismo que no creas en ellos».