Es raro que el personaje de una novela sea el encargado de escribir el prólogo de una recopilación de relatos, contándote cómo surgió la idea y lo que te vas a encontrar, pero eso es exactamente lo que ocurre al principio de Prisioneros de Zenda. En esta ocasión, Rupert de Hentzau es el maestro de ceremonias. Para quien no le conozca, es el antagonista de la novela El prisionero de Zenda, escrita por el británico Anthony Hope.
Cuatro son los relatos que componen esta recopilación. Cuatro relatos muy distintos entre sí. En el primero, navegaremos por el mar con el malvado pirata Perrosangre. En el segundo, visitaremos Madrid, o lo que queda de la ciudad, tras la peste que ha asolado medio mundo. En el tercero, retrocederemos al siglo XIX de esa misma ciudad, después de la invasión francesa. Y en el último terminaremos nuestra lectura buscando a un misterioso ser en las montañas más altas que puedas imaginar.
Con estos cuatro «ingredientes», Fernando Marías nos cuenta cuatro historias muy dispares. La segunda puede resultar un poco desagradable debido a las precisas descripciones que hace sobre la gente infectada, pero las otras resultan más tranquilas. Además, esos tres relatos transmiten unos mensajes claros: no podemos tomarnos la justicia por nuestra mano, hay que cumplir lo que se promete y no se debe juzgar por las apariencias.
Si bien es difícil escribir un relato donde todo encaje y del que recuerdes a los personajes tras pasar la última página, el autor lo consigue con gran facilidad. No solo por la historia que cuenta, sino por las actitudes de cada uno de los personajes, explicando por qué se comportan así.
La narración es ágil y las historias te entretienen de principio a fin. Además, al estar acompañadas de unas magníficas ilustraciones, hechas por Javier Olivares, hacen que las doscientas siete páginas que lo componen se lean en un suspiro.
Parafraseando al autor o, mejor dicho, a Rupert de Hentzau, esta recopilación es un homenaje a «todos aquellos que aman la literatura juvenil de aventuras como forma de expresión del corazón humano en sus facetas luminosas y también en las más oscuras». Una frase perfecta para esta ocasión.