Visto desde fuera, podría parecer que la mayor parte de la infancia de Tillie Walden se resume en tres palabras: patinaje sobre hielo.
Es cierto que, desde los cinco años, su vida ha girado (con axels, flips, loops...) en torno a esta disciplina: interminables competiciones y duros exámenes, frío, purpurina e incómodos maillots, terribles madrugones... Disciplina, exactamente lo que siempre la acompañó. Y, quizás, solo le quedaba eso.
Sin embargo, ninguna vida se reduce a unos cuantos giros. También hay caídas o saltos de fe, y no precisamente deportivos. Una mudanza inesperada, nuevas amistades, el descubrimiento de la propia sexualidad o la lucha por lo que uno realmente desea requieren más valor que cualquier triple mortal.
Tillie Walden pone en palabras e imágenes su pasado; ella misma dice que la memoria no es algo perfecto, sino que ciertos detalles destacan y otros permanecen borrosos, lo que transmite a la perfección en el cómic, que no tiene una estructura clara y resulta una narración intrincada para alguien ajeno a dichos acontecimientos. La emoción que embargó a Tillie en cada momento prima sobre los hechos, que apenas se sitúan en tiempo y espacio, diluyéndose en el sentimiento de fondo.
Piruetas es la desolación, las dudas y la soledad de su adolescencia, y consideramos que los tonos lilas de la ilustración, así como la ausencia de florituras, contribuyen a transmitir su sentir. Los destellos de color los pone el amarillo, que incluso aumenta el frío de las escenas, en las que un trazo grueso y parco en detalles nos dice que lo importante no se ve a simple vista.
¿Qué mejor metáfora para describir las vueltas que da la vida, la belleza incluso en lo más duro, que la unión del deporte con el arte?