La base de la pirámide de las necesidades humanas son las necesidades fisiológicas: beber, comer, dormir y reproducirse. Sin satisfacer nuestros instintos más básicos no pensaríamos siquiera en procurarnos el segundo escalón, la seguridad; eso sin mencionar el tercero y el cuarto, amor y reconocimiento. En la cumbre de la pirámide está la realización personal, el objetivo último.
Al menos eso es lo que decía Maslow, pero Christopher no está muy de acuerdo. Para él, un adolescente sin hogar que vive en las calles de Londres, la pirámide no es más que un juego, literalmente. El último invento de la televisión es un reality show que consiste en demostrar, a través de una especie de red social, que eres capaz de satisfacer todas tus necesidades para escalar hasta lo más alto de la pirámide. Christopher no piensa en las consecuencias de sus actos cuando se abre un perfil en un cibercafé y pasa a ser el concursante número 12.778; el primer paso para convertirse en el centro de todas las miradas sin ser capaz de abrir los ojos a nadie.
Maldito Maslow.
La intención de Christopher no es sorprendernos con su historia. Sabemos desde la primera página, pues es él quien nos lo cuenta en primera persona, que se ha convertido en toda una estrella y que la fama es una mierda. El resultado no es lo importante. Este es el relato de su ascenso, en el que desmonta pieza a pieza una pirámide en la que no cree y donde sigue siendo tan invisible como siempre, aunque todo el mundo conozca su nombre.
La pluma tras la voz de Christopher, Caroline Solé, nos traslada un mensaje con gran fuerza y autocrítica en apenas cien páginas, las justas para digerirlo de una sentada. Es cierto que nunca llegamos a creernos del todo el desarrollo del concurso ni el papel del protagonista en él, pero lo que prima en La pirámide de las necesidades humanas es el discurso, aunque eso implique sacrificar su verosimilitud.
Esta es, sobre todo, una pirámide para reflexionar. Porque aunque todos queremos alcanzar la cumbre, no debemos olvidar mirar hacia abajo.