Mallory ha tenido una infancia difícil. Si no fuera por Rider, que la cuidaba y la protegía, probablemente sus padres de acogida la hubiesen acabado matando. Un incidente a los doce años hizo que la situación en la que Mallory y Rider vivían saliese a la luz y ambos pudiesen escapar de aquel horrible hogar, aunque los separaron y no volvieron a saber el uno del otro.
Cuatro años más tarde, Mallory vive con Carl y Rosa, una pareja de médicos que la adoptaron después del incidente, y sigue luchando para superar sus traumas. Aún no es capaz de hablar con gente a la que no conoce bien, pero ha mejorado lo suficiente para querer probar algo nuevo: la vida del instituto. Se matricula en el instituto Lands y para hacer el reto aún más difícil escoge la asignatura de expresión oral, con el fin de plantarle cara a sus miedos. Lo que no esperaba Mallory es que el primer día de clase por la puerta del aula entrase Rider.
En Nunca digas siempre, Jennifer L. Armentrout habla de maltrato infantil, de secuelas psicológicas y traumas. Mallory fue condicionada psicológicamente desde pequeña para que estuviese siempre callada, y ahora es casi incapaz de hablar. Además, padece un trastorno de estrés postraumático tras años de maltrato. Todo esto viene narrado en primera persona por la propia protagonista, lo que ayuda a meterse de lleno en la historia y entender sus frustraciones y miedos. Una vez más, Armentrout no decepciona. Sus personajes, tanto principales como secundarios, y las historias que crea para ellos te harán reír, pero también sufrir por ellos. Especialmente la evolución de la protagonista está tan bien llevada que querrás animarla para que no desista y venza sus traumas.
Jennifer L. Armentrout es, sobre todo, conocida por sus novelas románticas de fantasía, como las sagas Lux y Covenant. Con Nunca digas siempre nos sorprende con una novela de ficción contemporánea con un tema muy actual y bien tratado.