«En lo más profundo de su corazón sabía que se estaba muriendo, pero, lejos de acostumbrarse a esa situación, era incapaz de comprenderla: no le entraba en la cabeza que pudiera pasarle algo así».
Amigos y familiares se reúnen para velar a Iván Ilich, que fallece sin llegar a la vejez. Pronto queda claro que esa pantomima es un mero trámite para ellos, pues hace mucho que anticipaban su muerte. Ahora solo deben actuar como se espera de ellos y pasar a otra cosa.
Nadie sabe muy bien qué le ocurre al hombre. De un día para otro comienza a sentir molestias (los médicos especulan que algo va mal en torno al intestino o el estómago) y tanto su carácter como su estado físico se deterioran. Pero el que menos entiende su condición es Iván, que se lamenta una y otra vez de que la muerte lo aceche pese a haber llevado una vida impecable.
Este corto relato de Lev Tolstói plasma de un plumazo la complejísima reacción humana ante la muerte, desde cómo el entorno evita mirarla de frente hasta las batallas internas del moribundo. El narrador, una voz omnisciente y neutral, destaca los matices más sutiles del proceso —la ironía, la inevitabilidad, la lucha, la desidia, el alivio— y, casi sin que nos demos cuenta, nos involucra como otro espectador impotente más.
La curiosa estructura de la obra también funciona para conectarnos con las emociones del protagonista. Al principio lo vemos solo como un nombre, carente de mundo interior; después seguimos su recorrido vital (casi impersonal); y al final llegamos al culmen del relato, su enfermedad, cuando por primera vez se mira hacia dentro. ¿Lo acompañarás en ese viaje?
En El Templo te animamos a aguantar hasta el final. Muchos no lo logran, pero te aseguramos que hay recompensa. La de la mejor literatura: un personaje inmortal.