Eric visita la isla de Blessed con un propósito: descubrir si es cierto que en ella crece una misteriosa flor con propiedades curativas, de la que incluso se dice que alarga la vida. Pero no es casualidad que ese secreto no se haya desvelado nunca.
La exuberancia de la isla y el comportamiento de sus habitantes logran distraer a Eric de su propósito. En Blessed no tiene obligaciones, el tiempo siempre es cálido y además ha conocido a Merle, de quien se ha enamorado al instante. Y si en algún momento recuerda por qué está allí, el té que toman los isleños vuelve a sumirlo en un tranquilo sopor.
Esa es la primera de las siete historias que componen Midwinterblood. Marcus Sedgwick va saltando hacia atrás en el tiempo (la primera transcurre en el futuro, la segunda en un momento que podría ser el actual, la tercera en el siglo pasado…) para narrar historias que, en apariencia, no tienen nada que ver. El único punto en común es que siempre aparecen, ya sea como protagonistas o como secundarios, dos personajes llamados Eric y Merle. Para saber qué relación hay entre estos siete relatos habrá que llegar al final, al cuento más antiguo, que es el origen de esta bella historia de amor y sacrificio.
Midwinterblood fue la ganadora del Printz en 2014 (ese premio que concede la American Library Association y que ha seleccionado novelas como En el camino de Jellicoe o Buscando a Alaska). Es un libro original, de suspense y de fantasía, con algunos toques de terror y romanticismo, que consigue atrapar al lector a pesar de estar dividido en siete historias independientes. Su narración, muy cuidada, es sencilla pero a la vez posee cierto tono épico que hace que la novela resulte trascendente. Tiene lugar en una isla inventada, arranca en un hipotético futuro y termina en un pasado de leyenda, y aun así parece real, como una novela histórica.
El autor acaba de llegar a las librerías españolas con No es invisible, otra novela de suspense que destaca por su originalidad. Tras leer Midwinterblood, en El Templo tenemos clara una cosa: queremos más libros de Marcus Sedgwick.