Elena, una quinceañera madrileña, se apunta en verano a un campo de trabajo para limpiar los plásticos de las playas en las Islas Canarias. Lo hace empujada por su atracción por Rodrigo, un chico de su clase que presentó el proyecto de la asociación organizadora, Mares Limpios, en clase.
Pero, una vez llega allí, nada es lo que esperaba. Rodrigo pasa de ella y la deja en ridículo siempre que puede para llamar la atención de Anaís, y el trabajo no es tan idílico como ella pensaba: unas extremas medidas de protección y un sol de infarto. De hecho, incluso se llega a desmayar un par de veces, lo que pondrá en cuestión su estancia en el campamento.
Aunque al principio la protagonista puede resultar algo infantil por sus comportamientos, pronto descubriremos que es muy decidida y consecuente con sus acciones. El resto del elenco tiene un papel más bien secundario, a excepción de dos personajes: Patti, una chica introvertida y misteriosa, pero siempre dispuesta a dar la cara por Elena; y Damián, hijo de un pescador de la zona, que romperá completamente los esquemas de la joven.
La novela pone en el punto de mira un tema de rabiosa actualidad: cómo, por nuestra falta de conciencia ecológica, estamos inundando de envases el mundo y cómo estos afectan a los animales. Sin embargo, esta reivindicación pasa a un segundo plano al narrar el crecimiento personal de la protagonista y sus sentimientos, sobre todo los amorosos, que parecen a veces acaparar todo el protagonismo. También cabe destacar que, al final del libro, se incluye un apartado sobre la naturaleza de los plásticos, los problemas que estos causan y qué podemos hacer nosotros para solucionarlos.
Con tan solo 152 páginas, Mares de plástico es una historia corta pero intensa y con un valioso mensaje. Aunque a veces parezca que nadamos contra corriente en estos mares de plástico, debemos dar nuestras mejores brazadas para que la fuerza de la insostenibilidad no nos lleve.