Cuando Andrew llega a casa de Jamie y este le apunta con una pistola, piensa que no le importaría demasiado morir. Total, todas las personas a las que quería han muerto también, igual que la mayoría de la población mundial. No le queda nadie, no le queda nada, y estando herido y sin apenas comida no sobrevivirá mucho tiempo. El mundo se ha convertido en un lugar hostil; ya no se puede confiar en nadie.

Pero Jamie baja la pistola, le cura las heridas y le ofrece un lugar donde quedarse. Y Andrew sabe que no debería fiarse de él, y que tiene que irse, pero los días pasan y cada vez es más difícil decidirse; cada vez es más difícil pensar en separarse de él.

Ambos se verán obligados a emprender un largo camino juntos y a confiar el uno en el otro… y eso no es fácil cuando los sentimientos se desbordan y los secretos se acumulan.

Lo que nos queda del mundo sigue una estructura clásica de relato postapocalíptico: una huida constante hacia delante, una carrera de obstáculos a superar y el peligro acechando en cada esquina. Sin embargo, la novela es, por encima de todo, una historia de amor y descubrimiento. La reflexión sobre la condición humana, los límites de la moral y el precio de la supervivencia sirven de telón de fondo para narrar el amor entre dos adolescentes; amor que, como todos, y pese a todo, está lleno de nervios, dudas y alegría.

Gracias a los capítulos alternos en primera persona, conocemos en profundidad a Andrew y a Jamie y los acompañamos en su viaje. A Andrew, en su camino de redención; a Jamie, en el de descubrirse a sí mismo; a ambos, en el de su relación.

La novela podría funcionar como autoconclusiva, así que tenemos mucha curiosidad por ver qué ocurre en la segunda parte, que esperamos que llegue pronto a España para que podamos descubrir qué ha sido de Andrew y Jamie en este tiempo; pase lo que pase, estamos seguros de que lo enfrentarán juntos.