Entras en el instituto. Una centella te adelanta por la izquierda, te pide disculpas y te lanza su sonrisa resplandeciente mientras tropieza y se planta en el otro extremo del pasillo en menos de tres segundos. A tu derecha, un novato se escabulle al altillo del teatro para comer a solas como cada día.
Conoces al primero, claro. Es Adam, el chico más popular y activo que hayas visto jamás. Pensabas que era imposible que alguien cayese bien a todo el mundo, hasta que apareció él. El segundo es otro cantar; puede que ni hayas reparado en él. Se llama Julian.
¿Por qué necesitas saberlo? Porque ahora Julian no se separa de Adam. Lo acompaña incluso con su grupo de amigos y le invitan a todas las fiestas. Adam lo trata como a uno más. O mejor.
Cuando murieron los padres de Julian, la madre de Adam lo acogió en casa durante un tiempo. A pesar de la diferencia de edad y del pánico que paralizaba al pequeño Julian, consiguieron crear un ambiente seguro que no duró mucho: un familiar reclamó la custodia. Desde que vive con su tío, las estrellas brillan menos.
Robin Roe debuta con una historia delicada, tanto en su tono como en el contenido. Como educadora, la autora sabe tratar temas tan importantes como la salud mental —Adam tiene TDAH— o el abuso a menores; los personajes no se reducen a sus trastornos, pero sí actúan en consecuencia a su historia vital.
Desde aquí te avisamos de que, a pesar de que al principio puede parecer una historia de instituto más, la situación empeora progresivamente, hasta llegar a escenas que ponen la piel de gallina. Exactamente como en la vida real, las mayores penurias pueden ocurrir en nuestras narices sin que nadie lo vea venir. Hasta que la chispa se convierte en incendio y prende el velo que nos cegaba. En la novela se refleja la importancia de actuar a tiempo, liberándonos de las jaulas.
Una lista para terminar: la magia de Adam, la templanza de Emerald, la garra de Charlie y la dulzura de Julian. ¿Cuál es la tuya?