Malhablada, violenta, hija de asesina… Son muchas las etiquetas que Juno lleva a cuestas. Se esconde tras esta faceta agresiva después de haber tenido una vida muy dura: se quedó sin su madre, que era su único familiar, ya que nunca conoció a su padre. ¿El porqué? Asesinó a su maltratador.
¿Agredía solo a la madre o a ambas? Paula, su educadora social, lleva mucho tiempo intentando averiguarlo. Pero la chica no suelta palabra al respecto, solo unos dibujos indescifrables, manchados de rojo y negro. Lleva años igual, en el centro de acogida, una familia tras otra, pero todas la repudian por su mal comportamiento.
Y entonces llega un gran cambio: se traslada a un colegio en la parte alta de Barcelona. Allí encontrará a muchos detractores, tanto compañeros como profesores, pero también dos apoyos incondicionales: Carlota, una chica que intenta ganarse su amistad, y Cesc, un peculiar profesor.
Cesc también ha vivido una tragedia recientemente: su mujer ha muerto, y él ve abrumado cómo su vida anterior se desmorona. Ha dejado tanto su ciudad (París) como su profesión (publicista), para empezar de cero como profesor de literatura en la Ciudad Condal.
Las historias de Juno y Cesc se entrelazan en este relato sobre la soledad. El libro está narrado en primera persona y en presente por ambos personajes: la una tan guerrera, el otro intentando comprender sus guerras.
Juno puede parecer, a simple vista, un personaje con el que es difícil empatizar. Pero nada más lejos de la realidad: todos podemos entenderla o compartir alguno de sus mensajes, ya sea en su fuerte alegato en contra del acoso escolar o comprendiendo que muchos «casos perdidos» eran niños a los que no se les quiso escuchar.