«Sin equipaje, las alas desnudas, el proyecto de un ángel, como un águila, has nacido para alzar el vuelo».
Años después de surcar los cielos día y noche, Ícaro se prepara para su última ascensión al sol, para su caída. Pero antes, Ícaro recuerda.
Recuerda cómo Erik, a veces convertido en Ícaro, siempre había estado por detrás de su primo Adler, y cómo admiraba su fuerza, su vida. Recuerda cómo eran inseparables, antes y después del accidente que hizo que el cuerpo de Adler se parase en el tiempo y no pudiera salir de su silla de ruedas. Recuerda cómo Adler vivía a través de los ojos de Erik, quien le contaba sus aventuras, tanto las pequeñas como las que cambiarían su vida.
También recuerda la oración que su padre Gabriel le escribió cuando vino al mundo. Una oración en la que le decía que había nacido para volar y que acabó marcando su destino. Pero además rememora cómo Gabriel, al igual que Dédalo, vio sus sueños truncados y los depositó en él, empujándolo a elevarse y a ser nada menos que perfecto, aunque para ello tuviese que ignorar los rugidos del monstruo y las murallas del laberinto que se cernían sobre él.
«Deja el pasado atrás, rastrea en la distancia las señales del cielo. No tengas miedo a dejarnos, vivimos a ras de suelo, en el laberinto».
La última novela de Paloma González Rubio es la historia de todos los que han volado demasiado cerca del sol mientras trataban de escapar del laberinto de su mente, de los que huyeron para intentar dejar de escuchar al monstruo que ruge y que se niegan a ver.
Con esta obra, la autora lleva de viaje a los más inexpertos a la tierra de los mitos de la antigüedad para acercar estas historias a su realidad. Pero tampoco olvida a los que ya conocen el destino, pues los guía a través de los caminos que pocos enseñan cuando llega la hora. De esta forma, Paloma González Rubio reinventa el mito con la sensibilidad y poeticidad a la que nos tiene acostumbrados, sin eliminar la crudeza y oscuridad de la discapacidad o las enfermedades mentales.
«En su última visión, al filo del amanecer, Ícaro ha desplegado las alas. El monstruo no ha dejado de rugir en toda la noche».
Son muchos los que guardan monstruos invisibles en su interior. Pero hay secretos que, como el de Erik, es mejor no silenciar. ¿Conseguirá destruir los muros del laberinto?