Todos nosotros ocultamos algo que no queremos que nadie vea, aunque de vez en cuando alguien lo descubre por error.
Miyamura y Hori tienen una cosa en común: ambos son «discretos» cuando creen que la situación lo requiere. Miyamura lo es en clase, mientras que Hori lo es en casa. En clase, Hori es popular y, por ello, cuida especialmente su imagen. Miyamura, sin embargo, es más bien callado, aunque algunos lo tildarían de rarito, y lleva uniforme de manga larga durante todo el año por miedo a que descubran sus muchos tatuajes.
Un día Miyamura aparece en la puerta de la casa de Hori de la mano del hermano pequeño de esta, Sota, quien dice haberse caído, de ahí su cara ensangrentada. La máscara de cada uno cae. Miyamura identifica rápidamente a Hori —con sus pintas de andar por casa—, pero esta, de primeras, es incapaz de reconocer a Miyamura —sin gafas, lleno de piercings y con el pelo de punta—. Él está convencido de que al día siguiente en clase ella intentará evitarlo, pero contrariamente lo invita a volver a su casa para ver a Sota, quien ha expresado su deseo de verlo. Desde ese momento empezarán a compartir horas juntos en las que no necesitarán fingir ser otra persona.
Fácilmente podríamos decir que Horimiya es un slice of life divertido y entrañable —aunque también una comedia romántica— que siempre te saca una sonrisa o te hace soltar una carcajada, pero es mucho más que eso. Es un manga de personajes únicos: el sentimental y manso Miyamura y la dedicada y colérica Hori, a los que se sumarán muchos otros. Una serie muy constante (y fresca) en la que ningún tomo decepciona y en la que el delicado dibujo se va asentando poco a poco, ganando más calidez con cada volumen.
No te dejes engañar por la portada del primero, donde Miyamura y Hori no aparecen aún al descubierto, y ábrelo porque puede que acabes agradeciéndonoslo. Ojalá nosotros tuviésemos una decena de tomos de Horimiya que no hubiésemos leído aún.