Ten cuidado, intrépido lector: en esta reseña hay spoilers de La lección de August. Si aún no has leído el libro, avanza con cautela.

Julian no es malvado, ni retorcido, ni ninguno de esos adjetivos que los mayores se empeñan en atribuirle. Solo quiere que las cosas vuelvan a ser como el año pasado, cuando era el más popular de cuarto y todos los niños se reían de sus chistes. Cuando August Pullman y su horrible cara aún no habían llegado al colegio de secundaria Beecher.

En La lección de August vimos a Auggie a través de muchos ojos: los de Via, su hermana, que lo quiere con locura; los de Jack Will, que a pesar de todo termina demostrando ser un gran amigo; los de Summer, quien lo acepta sin prejuicios desde el primer momento... Quizás y solo quizás, al terminar de leer el libro notaste que te faltaba algo. Que necesitabas ver a Auggie a través de un par de ojos más: los ojos de Julian. ¿Qué puede llevar a un niño de once años a odiar a otro con tanta fuerza?

Con un estilo diferente al empleado para el resto de personajes, pero que encaja a la perfección con Julian, R. J. Palacio responde a esa y a muchas otras preguntas, cerrando todos los cabos que dejó abiertos en la primera entrega. De la mano del protagonista, repasamos los momentos más importantes de esta, centrándonos en algo que entonces no pudimos ver: lo que ocurre en verano, una vez terminan las clases.

El punto fuerte de la novela recae, sin duda, en los personajes. Los particulares padres de Julian, su excéntrica pero encantadora abuela, el señor Traseronian, el señor Brown... Son tan reales que a veces cuesta creer que no estén hechos de carne y hueso, sino de papel y tinta.

Y luego está Julian. Si bien en La lección de August lo vimos en el papel antagonista, ahora nos damos cuenta de que realmente no es más que un niño. Un niño que comete errores y se deja llevar por la situación que le ha tocado vivir, pero, antes que nada, un niño. Y, como todo niño, es capaz de aprender y perdonar... aunque le cueste darse cuenta de ello. Vamos avanzando a su lado, viendo cómo evoluciona, y al final aprendemos una lección tan importante como la de August: no hay personas malas o buenas, sino buenas o malas acciones.

La historia de Julian, más que una segunda parte, es el capítulo que le faltaba a La lección de August: realista, conmovedor y con un final de cine. Si te gustó la primera entrega tanto como a nosotros, no dudes en redescubrir junto a Julian la entrañable historia de August Pullman.