La madre de Zélie era una de las Parcas más poderosas de Orïsha, pero eso fue antes de que los dioses los abandonaran. Antes del Asalto, cuando el ejército del rey Saran masacró a todos los maji. Colgaron a la madre de Zélie de un árbol para que todos captaran el mensaje.
Ese trauma no es lo único que le queda a Zélie para recordar el Asalto. Su pelo blanco supone una marca de lo que es y, a la vez, de lo que nunca llegará a ser: una divîner, alguien que debería haberse convertido en maji con el paso del tiempo. Pero eso ya no sucederá, porque desde el Asalto, la magia sigue tan muerta como la madre de Zélie y los divîner como ella apenas viven mejor que las larvas. De hecho, así es como les llaman muchos.
Amari, confinada tras los muros del palacio de su padre, no tiene ni idea de cómo se vive realmente en Orïsha. Su máxima preocupación es conocer ese mundo que siempre le han impedido visitar. Pero, cuando espía una conversación entre su padre y uno de sus soldados, descubre horrores que ni siquiera se había planteado que pudieran existir.
Estamos acostumbrados a novelas con sistemas mágicos apoyados en la mitología grecorromana o anglosajona, pero Tomi Adeyemi ha llegado a las listas de éxitos con una novela de raíces africanas, cuya ambientación se apoya en el panteón yoruba. Además de las figuras de los dioses, dentro de Hijos de sangre y hueso algunos personajes hablan yoruba, que en la novela es el idioma (prohibido y casi olvidado) de la magia. La ambientación es tan compleja que apenas vemos unas pocas pinceladas (no solo sobre el sistema mágico, sino también sobre la moda, la gastronomía o la arquitectura), pero bastan para transmitir el inimitable aroma de Orïsha. Eso sí, nos gustaría haber conocido el mundo con un poco más de profundidad, ¡aunque todavía quedan muchas páginas por delante para eso!
Hijos de sangre y hueso habla príncipes malditos, de piedras encantadas y de magia. Pero también habla de discriminación y odio, de abrir los ojos a la realidad y de luchar por lo que es justo. Como aclara Tomi Adeyemi al final de la novela, Hijos de sangre y hueso es su forma particular de denunciar el racismo, de hacer reflexionar. Para nosotros, esta historia demuestra que la fantasía puede dar voz a la realidad.