¿Imaginas vivir una adolescencia eterna? Eso le ocurre a Michael O’Muldarry: aunque han transcurrido más de seiscientos años desde su nacimiento, mantiene la misma apariencia de sus dieciséis.
La falta de desarrollo físico contrasta con una progresiva maduración mental. Desde el principio, tras haber presenciado el asesinato de su madre por acusaciones de brujería, las circunstancias trágicas se han sucedido y no le han dejado otra opción. Su patria, Irlanda, fue invadida por los ingleses y se vio obligado a exiliarse; Francia, Japón, las Américas o la Antártida fueron algunos de sus destinos. Allí se consagró como titiritero, actor, samurái, pianista, chamán o cazador de ballenas, entre otras tantas ocupaciones de las que siempre aprendió algo.
Todo ello, malas y buenas experiencias, han dado forma a Martín, un joven cualquiera que se pasea por las calles de Madrid de la mano de Alicia, su novia. Alguien que esconde un secreto que explica sus habilidades, su dominio de idiomas y su sabiduría: es inmortal. Y aunque Alicia ni siquiera pueda sospecharlo, otros han descubierto su condición y llevan años tras él, en busca de una vida infinita. Martín, harto de huir, por fin les plantará cara.
En una sociedad como la actual, en la que siempre parece faltarnos el tiempo, esta novela se convierte en un experimento muy interesante: ¿qué haría un adolescente con, literalmente, todo el tiempo del mundo por delante? La respuesta, si bien es cierto que la relación amorosa resulta forzada, brilla por su realismo: descubrir su identidad, buscar nuevas experiencias y, a pesar de todo, maravillarse con cada nuevo descubrimiento.
El viaje de Martín no es solo emocional: la ambientación aporta una diversidad de culturas que siempre agradecemos. El autor, que además es profesor de historia, ha sabido escoger momentos clave de la humanidad y trasladarnos a ellos desde otro punto de vista, el de un espectador que ha vivido mucho y que sabe que no puede morir.
Aunque sea una lectura que invita a reflexionar, las aventuras no escasean y el ritmo se mantiene frénetico gracias a una estructura muy bien pensada, intercalando capítulos del presente y del pasado que confluyen en un... ¿final?
Si quieres descubrir qué tipo de fin tiene la inmortalidad, deberás preguntar a El hermano del tiempo. Te advertimos de que plantea muchos interrogantes, pero no suele resolver las dudas.