Laura necesita desconectar, huir de sus padres y de la nociva relación que tenía con su ex, para reflexionar y poner en orden su vida. El azar decide que viaje a Islandia, donde su camino se cruzará con el de Orri. Laura es impulsiva, y quizá por eso acepta irse de viaje con él y su amigo Guðjon, que van a hacer un recorrido por la isla. Luego, como suele pasarle, se arrepiente un poco: ¿qué hace con dos desconocidos en un país tan extraño? Ni siquiera es capaz de pronunciar sus nombres, por eso a Guðjon lo llama John y él, a cambio, la llama Heima.

Heima es hogar en islandés juega con los prejuicios, tanto del lector como de la protagonista. Nada es lo que parece. Al principio Laura piensa que Orri es un ligón, superficial y un poco pesado, y que John es borde y depresivo; hasta casi el final no se dará cuenta de lo equivocada que está. Desde el inicio percibimos que Laura es un personaje muy complejo: conocemos su relación con sus padres y su ex, sabemos que tiene acromatopsia (no percibe los colores) y que puede ver las auras de la gente. Orri y John, sin embargo, se presentan como personajes mucho más sencillos; otro prejuicio que la autora no tardará en desarmar.

Quizá por este motivo el comienzo del libro sea la parte menos emocionante. Puede parecer que estamos ante un road trip más, pero al avanzar en la lectura descubriremos toques de realismo mágico y varios giros en la trama.

Heima es hogar en islandés es el segundo libro de Laia Soler, que se dio a conocer en 2013 al ganar la primera edición del Premio La Caixa/Plataforma por Los días que nos separan. Aunque esta segunda novela es muy distinta al anterior, en ella vuelve a recurrir al realismo mágico, un género que le gusta y en el que se desenvuelve muy bien.

El título del libro no es casual. Además del recorrido por Islandia, Laura hace un viaje interior que le lleva a averiguar lo que significa para ella la amistad, el amor y el hogar.