En 1913, Dorothy se enfrenta al reto de su vida. Su perversa madre quiere casarla, y esta vez no se trata de ningún timo de los que suelen llevar a cabo juntas: esta vez va de verdad. Por suerte, Dorothy guarda un as (o mejor dicho, unas horquillas) en la manga. Fuerza la cerradura de la iglesia y se escapa. Tenía su huida planeada, pero todo se va al traste cuando se topa con un piloto en mitad del bosque y decide colarse en su nave.
Ash, el piloto en cuestión, sirvió en la Segunda Guerra Mundial, y «actualmente» vive en el año 2077, en Nueva Seattle. Exacto: es un viajero del tiempo. Pero la situación no es tan fascinante como parece: la ciudad fue arrasada por un terremoto y ahora yace medio inundada y a merced del terror del Circo Negro. Sin embargo, esta mafia es la menor de sus preocupaciones. Él ha presenciado un retazo de su futuro, y sabe que no será el Circo quien lo mate, sino una desconocida de pelo blanco... en menos de un mes.
¿Es posible evitar ese futuro? Si alguien puede hacerlo, ese es el Profesor. Por desgracia, hace un año que viajó al pasado y, aunque Ash lo ha buscado por el tiempo y el espacio, no ha conseguido descubrir adónde fue, ni por qué no ha regresado.
Dorothy aterriza de lleno en este barullo temporal. Resulta algo chocante para el lector lo rápido que la protagonista se acomoda a las gigantescas diferencias tecnológicas y sociales que existen entre 1913 y 2077. A lo margo de la historia demuestra con creces su astucia e inteligencia, pero aun así, su capacidad de adaptación es ligeramente inverosímil. Se ha escrito mucho sobre viajes en el tiempo, pero Estrella oscura juega con un elemento especial: los prerrecuerdos. Al viajar en el tiempo, los personajes «recuerdan» cosas que aún no han sucedido. Así es como Ash presencia fugazmente su muerte, cuyos detalles difusos suponen una de las principales incógnitas de la trama. La desaparición del Profesor