En la Tribu de los Árboles, el momento más importante para cualquiera es el día en el que un can de la manada te escoge como su camarada de por vida. Son pocos los desafortunados que no consiguen ser elegidos. Nik, a sus veintitrés años, es uno de ellos; lo cual resulta especialmente humillante, dado que es el hijo del mismísimo Sacerdote Solar.

Las cosas son muy distintas para los caminantes terrenos. Ellos viven en madrigueras cuya ubicación no confían a nadie. Apenas se juntan durante el día, excepto para que su Mujer Lunar purifique a los hombres de la temible enfermedad que los convierte en bestias cada tres noches. El clan espera que Mari sustituya a su madre como Mujer Lunar... pero solo porque desconocen el secreto que ambas han ocultado toda su vida.

Mientras tanto, Ojo Muerto, del pueblo de los robapieles, ha tenido una revelación: va a convertirse en un dios.

La vida de estos tres personajes es completamente distinta, al igual que lo son las costumbres de sus comunidades… y las maldiciones que pesan sobre ellas. Sin embargo, los tres tienen, al menos, una cosa en común: se sienten fuera de lugar entre la que debería ser su gente, aunque cada uno tiene una manera distinta de afrontarlo: Nik está desesperado por integrarse; Mari oculta su verdadero ser, y Ojo Muerto quiere derrocar el sistema hasta los cimientos.

A lo largo de la historia, algunos personajes superan sus prejuicios (sobre los demás y sobre sí mismos), mientras que otros evolucionan, sí, pero solo para convertirse en villanos aún más crueles que al principio. Estas dinámicas se entremezclan en una historia llena de acción, peligro y sangre de la que no todos saldrán con vida.

La autora se recrea en la ambientación y en el día a día de los protagonistas, sobre todo al inicio de la novela. Sin duda, lo hace para que el lector entre en situación y se habitúe a las particularidades del modo de vida del clan y de la tribu; no obstante, eso hace que el ritmo resulte algo lento.

Ese modo de vida está, en ambos casos, muy ligado a la naturaleza, aunque de maneras muy distintas. Y no pienses que esa ambientación llena de bosques y flores te depara un idílico cuento de hadas: para los protagonistas, la naturaleza puede ser tanto una bendición como un peligro.