Verónica Guerra es una detective un poco peculiar, no por su actividad en sí, que consiste en realizar pesquisas como las de cualquier otro compañero de profesión, sino por su cartera de clientes e investigados.
Parabellum, nombre que utiliza nuestra protagonista para separar su vida profesional de la personal, recupera la consciencia en su destartalado coche. No recuerda cómo ha llegado allí, pero sabe que está de camino a Zaragoza para hacer una entrega a su amigo Antón, que trabaja en el turno de noche del instituto forense. ¿Qué es eso que tiene que entregarle? El cadáver de un Dios que lleva en el maletero y que apareció en el servicio de caballeros del pub de un tío con una mala leche legendaria.
Así es como comienza esta historia de aspecto serio, que sigue las premisas de una buena novela de detectives, pero que no dejará de arrancarte carcajadas por lo surrealista y cómico de la situación que va surgiendo a raíz de la muerte de ese Dios. Nuestra protagonista, sin quererlo, se ve en medio de los dos bandos mitológicos que surgen como consecuencia de este asesinato: nórdicos contra griegos.
Pese a que los descubrimientos que vas haciendo a medida que avanzan las páginas resultan desconcertantes, el ritmo de la novela es ligero y consigue que necesites saber en qué lío se va a ver inmersa Parabellum en el siguiente capítulo.
El autor crea unos personajes verosímiles, tanto que algunos casi son calcos de algunos reales de la cultura popular española; unos más caricaturizados que otros, pero en definitiva todos son igual de entrañables y graciosos.
Si bien El Dios asesinado en el servicio de caballeros se ha orientado a un público adulto, no podemos evitar sentirnos seducidos por la mezcla de fantasía y realidad a la que ya está acostumbrado el público juvenil. Así que si quieres saber qué diantres es lo que ha enfrentado a las dos mitologías por excelencia: griega y nórdica, que habitan en el inframundo de Barcelona, no dudes en lanzarte a la lectura de esta novela.