Esta reseña puede contener spoilers de los libros anteriores.

Tras los convulsos acontecimientos que han vuelto del revés Fortuna entera, el país se ha dividido en dos bandos cercanos a una guerra civil. Los circenses y aquellos que los apoyan luchan por sentar en el trono a alguien que los respete, mientras que Harold se agarra al poder ayudado por sus aliados en las tinieblas.

Las compañías circenses tratan de reunirse para una última actuación que devuelva la paz a su país, pero antes deben encontrar a sus directores y juntar los instrumentos primigenios de cada una de las compañías.

Mientras tanto, Kyle permanece encerrado en la Prisión de la Duna, donde ni siquiera sus habilidades como acróbata le permiten escapar. Lavelle, la bailarina, ha salido en su búsqueda acompañada de algunos de los circenses más leales. Y Gunnir... ¿Dónde está Gunnir? Puede que en estos momentos vitales en la historia de Fortuna ni siquiera él lo sepa.

En esta historia decisiva de Las crónicas de Fortuna son muchos los elementos que se juntan en el mundo creado por Javier Ruescas. Todas las pistas que se han ido dejando a lo largo de la saga, todos los personajes, los sueños y aventuras confluyen con un sentido final en esta historia.

Son muchos sus méritos: una historia bien construida, con unos personajes muy tiernos, divertidos y cercanos, contada con tal ritmo que difícilmente tardes en leerla más de un par de días, y una ambientación que es de las más logradas en la obra de Javier Ruescas.

Pero ante todo, lo que se va a recordar de esta trilogía es que no es una historia sobre un solo mundo, sino que es metáfora de nuestra realidad cotidiana. La lucha que se vive en Fortuna, por la libertad de los artistas y la opresión a algunos colectivos, es algo que tristemente vivimos cada día y que no nos resulta tan lejano como este universo. La trilogía del autor español demuestra una vez más que la fantasía es un género tan comprometido como cualquier otro.

Una aventura de fantasía para el circense que tienes dentro, que no tiene edad alguna. Y ya sabes, lector... ¡fortuna y aplausos!