Un país no es más que un relato: una historia en constante cambio que nos cuenta quiénes somos, qué es lo que nos une y qué lo que nos divide.
Un país es también los relatos que contiene: sus cuentos, sus mitos, sus leyendas. Narraciones que existían mucho antes que las fronteras, y que seguirán existiendo mucho después. Decir «España» es invocar un relato compuesto de otros relatos. Nuestra geografía está llena de historias forjadas en torno al fuego, transmitidas oralmente de generación en generación y pobladas por reyes y sultanes, princesas y santos, gigantes y demonios, duendes y trasgos, sirenas y seres mitológicos como el Olentzero o guardianes de la naturaleza como el espíritu del Ebro y la diosa del Timanfaya.
Pero un país es también los relatos que olvida. Y aunque los cuentos son criaturas cambiantes y rebeldes, en ocasiones se dejan domesticar por la palabra escrita para ponerse al servicio de la memoria. Así nace una antología como Cuentos y leyendas de España, en la que Chiki Fabregat se hace cargo de este legado y recopila un total de 52 historias —una por cada provincia, junto a Ceuta y Melilla— acompañadas de ilustraciones originales de Sara Porras. Juntas dan forma a un valioso trabajo de preservación del patrimonio popular, heredero del de folcloristas españoles como Antonio R. Almodóvar y sus Cuentos al amor de la lumbre, publicados originalmente también por la editorial Anaya.
En este viaje, Fabregat cartografía nuestro inmenso imaginario popular con una mezcla de cuentos maravillosos, leyendas y mitos fundacionales. Algunos te resultarán familiares, otros los descubrirás por primera vez, y si prestas atención podrás detectar patrones y arquetipos muy similares a los que aparecen en otras culturas lejanas, huellas de un tiempo en el que las historias viajaban más lejos que las personas.
Quizá su mayor virtud sea también su mayor defecto: la exhaustividad de la recopilación va de la mano de la brevedad de los cuentos —de apenas un par de páginas cada uno—, que a veces piden un fuego más lento. Tampoco queda espacio para su comentario y contextualización, ni para profundizar en su proceso de selección. El breve prólogo nos deja con la miel en los labios, y echamos de menos una suerte de estudio previo que acercara al público infantil la etnografía de la literatura popular y la pusiera en valor.
Pero todo el mundo sabe que los mejores cuentos son aquellos que nos dejan con ganas de más. Aunque la autora ha tenido la generosidad (y el atrevimiento) de capturarlos y reelaborarlos para nosotros, este libro es también una invitación a hacerlos nuestros y contarlos de nuevo para mantenerlos vivos. Y, sobre todo, a reunirnos una vez más en torno al fuego e imaginar.