Conexiones nos cuenta la historia de tres chicas de quince años, que residen en continentes distintos y con vidas de lo más dispares, pero todas tienen algo en común: los teléfonos móviles.
Fiona es una chica canadiense que comete el error de mandar a su novio una foto algo comprometedora que en cuestión de segundos se esparce por todo internet a través de FriendJam, una aplicación que no falta en los smartphones de todos los adolescentes.
Laiping ha viajado a Shenzhen desde su aldea de origen en Guangdong, para trabajar en una fábrica, en la que es explotada, responsable de que los teléfonos móviles que pueblan y obsesionan a la mayoría de la población mundial tomen forma.
Sylvie es retenida en un campo de refugiados en Tanzania tras haber tenido que abandonar su Congo natal. Lucha por salir de allí y lograr que su familia tenga una vida mejor. Hace todo lo posible para que sus hermanos puedan crecer en un país en el que tengan más oportunidades, salvándoles así de ser mercenarios de los mafiosos de la zona.
Cada historia está narrada de manera independiente, en capítulos separados, todas en primera persona para lograr que el lector se ponga en lugar de la narradora y empatice más con su historia, pero a medida que avanza la novela sus vivencias se ven más relacionadas.
Conexiones logra despertar la impotencia del lector ante las injusticias que viven los personajes, especialmente Laiping y Sylvie. Además, te da una perspectiva de la situación de algunas personas en países subdesarrollados para que gente como Fiona viva rodeada de lujos y derechos y solo se preocupe de problemas banales, comparando así los distintos estilos de vida de las protagonistas.
La autora logra mandar un mensaje directo y claro: hay que tomar conciencia y ser consecuentes con lo que hacemos y el precio que tiene. Este mensaje se refuerza al final de la novela con una reflexión acerca de la situación actual bajo el título de Conclusión.