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Cómo Justin Case engañó al destino
Meg Rosoff

Siruela
El reportero recomienda El Templo#77 (agosto 2020)
Por Víctor Heranz
1.662 lecturas

David Case está maldito. No cabe duda: el destino ha decidido jugar con él y le han tocado las peores cartas.

Lo descubrió el día en el que su hermano pequeño se acercó demasiado a una ventana. El chiquitín quería volar, David solo vio la muerte más cerca que nunca. Entonces, decidió cambiarse el nombre a Justin Case (que suena como «por si acaso» en inglés) y romper con todo lo que formaba parte de su identidad anterior. Parecía la mejor forma de escapar del destino: cambiar radicalmente todos los aspectos que conformaban la identidad de David Case.

Lástima que el destino esté mirando cada uno de sus pasos. Y es difícil correr más rápido que él.

¿Somos dueños de nuestros actos? ¿Hay una fuerza sobrenatural —el cosmos, Dios, la madre naturaleza, el destino— que nos guía? ¿Tenemos realmente capacidad de elección? Estas tres preguntas podrían apuntalar Cómo Justin Case engañó al destino, la novela con la que Meg Rosoff consiguió la prestigiosa Medalla Carnegie. La autora británica es una rara avis en la literatura juvenil, en la línea de Maggie Stiefvater o Daniel Handler: sus obras son muy reflexivas, los sucesos son circunstanciales y los conflictos de los personajes ocupan el centro de la narrativa. Son novelas que parten de un suceso cotidiano muy adolescente, y que echan a volar hacia lugares que nunca te esperarías.

El viaje de Justin para escapar de su destino contiene elementos mágicos (o propios de la enajenación mental, según se mire) que dotan a la novela de un regusto muy particular. No es una obra fácil, sobre todo por el carácter de su protagonista, que refleja a la perfección la angustia adolescente y la necesidad de encontrar una identidad en un mar de contradicciones. Es en él donde reside la parte más interesante de la novela. Justin refleja el despertar sexual (obsesivo, incontrolable, loco, intempestivo) de los chicos de su edad. En un panorama literario dominado por la femineidad (¡y eso que celebramos!) es muy divertido leer con cotidianidad cómo un chaval tiene que ocultar su erección al ver a la chica que le gusta.

La acertada traducción de María Porras Sánchez es el toque final de una novela que reflexiona sobre la (in)capacidad de controlar nuestras propias vidas. ¿Qué mejor libro para zambullirte en un momento en el que el universo nos ha enseñado que puede ponerlo todo patas arriba sin avisarnos?