Todo empezó con la señora de la piruleta gigante. Bueno, no, con la botella de Martini robada. O quizá con la aparición de Megan en el supermercado. Sea como fuere, Ben está en libertad vigilada tras ocasionar un accidente de tráfico que no acabó con ningún muerto de milagro. Y no es que fuera borracho: simplemente decidió ir con la bicicleta por la acera tras haber ayudado a sus amigos a robar un montón de alcohol en el supermercado. Los dos delitos y la señora de la señal de Stop que quedó malherida han provocado que tenga que hacer servicios para la comunidad: deberá ir a casa de la mujer todas las semanas a hacer las tareas que ella considere, llevar un diario donde narrar cómo poco a poco se va convirtiendo en un buen ciudadano y asistir a clases extraescolares en su instituto. Ahí, ahí comenzó todo el tema de la calceta.
Ben tenía que elegir entre clases de mecánica que impartía su propio padre, alfarería con la madre de Megan, la chica que le gusta, y calceta con la señora Swallow, la profesora de inglés por la que está colado. La decisión era bastante fácil, en realidad.
Pero cuando el primer día llega a clase y descubre que hubo un error y es la madre de Megan quien imparte calceta, una actividad que no solo se le da realmente bien sino disfruta y calma su acelerado cerebro, Ben comienza a mentir. Porque, como todo el mundo sabe, los chicos no calcetan. Y menos en público.
Easton firma una novela divertida, ágil y que se lee de una sentada. La aventuras de Ben, rocambolescas pero también muy reconocibles dentro de la adolescencia, te arrancarán más de una carcajada.
Aunque la obra pretende desmarcarse de las nociones hegemónicas de la masculinidad, toda la personalidad de su protagonista se sostiene sobre ellas. Finalmente, la reflexión no nos lleva por «la calceta no tiene género» sino por «no dejo de ser masculino por hacer calceta», bastante menos interesante. Sin embargo, ¿qué se le podría pedir a un personaje masculino adolescente? Es completamente lógica su hipersexualización de la mujer (y la culpa que siente por ello en ocasiones), los conflictos con qué es ser o no ser un hombre y la relación entre el amor, el poder y cómo la mirada masculina determina el grado de hombría de cualquier adolescente. Su voz narrativa puede resultar incómoda, pero no deja de ser muy realista. Y ese es su gran acierto