Hace ya tiempo que Erin Delillo, cansada de intentar ser una «chica normal» y no conseguirlo, dejó de hacer por encajar. Pero su madre sigue creyendo saber qué es lo mejor para ella, una chica con Asperger.
Rosina Suárez está agotada de sus muchas responsabilidades «heredadas» por ser la mayor (pese a ser hija única) dentro de una extensa familia mexicana. En el fondo, solo quiere no vivir constantemente cabreada como su madre. Para algo dejó de besar a chicas heterosexuales...
Grace Salter llega a Prescott sin saber quién es ni cuál es su lugar, y poco ayuda que lo único que vean de ella suela ser su peso. A lo que habría que añadir el hecho de que su madre, líder de su antigua iglesia, se cayera de un caballo y sufriera la conmoción cerebral que le permitiría escuchar la verdadera, y demasiado liberal, voz del Señor.
Una vez instalada en su nueva casa, Grace descubre que allí vivió Lucy Moynihan, una chica que tuvo que abandonar Prescott tras confesar haber sido violada por un grupo de chicos. Los caminos de Erin, Grace y Rosina se cruzarán, y juntas insuflarán vida a «las chicas de ninguna parte», quienes no están dispuestas a que la historia de Lucy vuelva a repetirse, ni a que los responsables queden impunes.
Las chicas de ninguna parte no solo es un libro juvenil feminista, sino también un libro sobre feminismo, que utiliza el tropo por excelencia de este tipo de libros: la fundación de un club/asociación/sociedad.
Amy Reed utiliza un narrador omnisciente en tercera persona que adopta los puntos de vista de las tres protagonistas en capítulos alternos, a los que se sumarán los de otras muchas chicas en los capítulos titulados «Nosotras». La autora consigue, a partir de este multiperspectivismo y distanciamiento en la voz narradora, aportar una sensación de interseccionalidad inusitada.
Con una prosa directa y potente, pero también detallista, Amy Reed profundiza en la sexualidad femenina y la muchas veces conflictiva relación con el cuerpo, insistiendo en la necesidad de una educación sexual honesta e igualitaria y poniendo un gran empeño en desligar el sexo del poder y la violencia.
Es una pena que una novela como esta, excepcionalmente descarnada y madura, necesite de tantas páginas hacia la mitad para luego echar a correr en busca de una resolución que incorpore la justicia poética que ansiamos existiera en la vida real.