Carmen vuelve a Endora, un pueblecito madrileño, después de haber pasado dos años en Toronto. Allí se dedicaba al patinaje sobre hielo, pero una lesión la obliga a dejarlo, al menos temporalmente. Aunque una parte de ella sí que quería alejarse de todo aquello: alejarse del deporte, alejarse de Feliks, su entrenador; alejarse de lo que pasó.
De vuelta a España, tendrá que empezar de cero. Por suerte, gracias a un castigo, conocerá a cuatro compañeros de clase, muy diferentes entre sí, de los que se volverá inseparable. Pero sigue siendo incapaz de asumir lo que pasó, de ponerle nombre, de no sentirse culpable.
Andrea Tomé vuelve con una nueva historia con el patinaje sobre hielo como uno de los ejes centrales, justo después de Kiss & Cry. Esta vez, sin embargo, el deporte queda en segundo plano y la novela adquiere un tono mucho más crudo: el entrenador de la protagonista abusó sexualmente de ella después de un entrenamiento. También se le da importancia a otros temas, como los trastornos alimenticios y las enfermedades mentales.
Sin duda, la fuerza de esta novela, narrada en primera persona, reside en la sensibilidad, rigurosidad y delicadeza con la que la autora aborda estos temas, y en cómo muestra la amistad como una luz que te ilumina en los momentos más oscuros. Los personajes están magníficamente construidos, así como las relaciones que forman entre ellos.
El estilo de la autora, como en sus anteriores novelas, es muy poético, pero se ve contaminado por el abuso de ciertas expresiones (como «corte de mangas») y algunas estructuras calcadas del inglés (como el exceso de posesivos o el uso de «jodidamente»).
En definitiva, La chica de hielo es una historia desgarradora pero necesaria, que da voz a temas que siguen siendo tabú hoy en día.